6 de diciembre de 2024

«La música pudo continuar imaginando otra sociedad»

 TEXTO JUAN ALMARA

FOTOGRAFÍAS PRENSA MUNICIPALIDAD DE SANTA FE

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Sergio Pujol es docente, investigador y periodista, especializado en música popular argentina. Es autor, entre otros libros, de Historia del baile, de la milonga a la disco (1999), La década rebelde. Los años 60 en Argentina (2002) y Rock y dictadura. Crónica de una generación 1976-1983 (2005). Además, produjo las biografías de referentes culturales como Atahualpa Yupanqui, Oscar Alemán, María Elena Walsh y Enrique Santos Discépolo. Su último trabajo es El año de Artaud. Rock y política en 1973.  Allí, el autor despliega el vínculo entre rock y política en esos emblemáticos doce meses, tomando como hilo conductor a Luis Alberto Spinetta y la edición de Artaud, tercer y último disco de Pescado Rabioso. Con un nivel de detalle asombroso, Pujol describe la vida cultural del país, sus personajes, escenarios y consumos. A la vez, narra los avatares políticos y sociales de un período marcado por el accionar guerrillero y el regreso del peronismo y la democracia. Una etapa en la que, como el mismo autor afirma, «el rock sale a la superficie y empieza a diferenciarse de ese lote de música complaciente en la que los rockeros ya no querían estar». En el marco de la XXVI Feria del Libro de Santa Fe, Pujol presentó su obra y 170 Escalones dialogó con él.

 

 

El año de Artaud posee tres niveles narrativos: el devenir de la vida artística y personal de Spinetta en 1973, el universo cultural argentino de esa época y la realidad política, social y económica ¿Por qué optaste por esa estructura?

Me llevó mucho tiempo y trabajo, pero no tanto de investigación dura. En general mis libros tienen no más de dos años de búsqueda de fuentes, lectura de todo lo que se escribió sobre el tema y armado del guion. Después me siento y lo hago. En este caso fue al revés, avancé rápido con las fuentes. Es un año que no está tan lejano como para no encontrar testigos, por eso me apoyé en los testimonios orales. A su vez, es un tema que en los setentas no ocupaba un lugar destacado en el prime time de la radio y la TV, y tampoco se le daba mucha bolilla en los medios gráficos, a excepción del periodista Jorge Andrés en La Opinión y de la revista Pelo, que era la voz de la contracultura. Me encontré con poco material escrito, todo lo contrario de lo que me suele pasar. Pero el problema era la estructura narrativa. Tenía que resolver cómo hacer para que no se convirtiera en un fresco entretenido de la época, pero un poco deshilachado: sin ninguna sustancia teórica, sin un eje. Tampoco me interesaba realizar una crónica razonada del 73’. Quería explorar en detalle la relación entre rock y política. Sentía que existían preconceptos y había que deconstruirlos. Por ejemplo, la idea de que iban por caminos alejados ¿Habrá sido realmente así, el rock una música tan lunática y alejada de la realidad argentina? Ese era el desafío de elegir a Spinetta, que siempre se lo marca como el menos vinculado al contexto: un tipo que escribía sobre Artaud, con canciones raras, llenas de metáforas, inmersas en un mundo onírico. Pero me faltaba un elemento que uniera todo eso. Al principio pensé en dos relatos: el político y, haciendo contrapunto, el rock argentino y la vida cultural. El problema es que me quedaba muy pegado a “Rock y dictadura”, que avanza de esa manera. Y la idea de contrapunto no era tan clara como en la segunda mitad de los setentas. Acá parecía que iban más o menos en el mismo sentido. Ahí, conversando con amigos, surgió lo de Spinetta. Yo sabía que Artaud iba a ocupar un lugar importante, pero al principio no era el hilo conductor. Me gustan las biografías, y una que ya no voy a hacer pero que durante mucho tiempo pensé, es la de Spinetta. Entonces, ¿por qué no contar su vida en un año? Seguir a Luis en ese lapso, saber qué hizo, hablar con su gente. De pronto me encontré con algo que seguramente ya conocía, pero no había reflexionado: en el mismo año en el que pasan tantas cosas en la política argentina, Spinetta presenta el segundo álbum de Pescado, disuelve la banda, compone las canciones de Artaud, las graba, hace shows, escribe los temas de Invisible, presenta el disco en vivo y queda todo listo para que a principios del 74’, se registre ese trabajo. Bueno, entonces vamos a ver qué pasó por su cabeza y la de la sociedad argentina y por donde se relacionan. Ahí aparecen los conceptos de utopía, liberación y revolución que se expresan de manera diferente en las series de la política y la música, pero están presentes. La idea que el futuro se construye a través de la música y la política me resultó muy estimulante, y así quedaron los tres relatos.

 

Como decías, el concepto de liberación es fundamental a lo largo de todo ese proceso histórico ¿En algún momento se cruzan las variables artística/espiritual con la política/económica de esa misma idea?

Hay un espacio común en el que se retroalimentan. Y tiene que ver más con los proyectos del 73’ que con las acciones. No es mucho lo que se hizo en un año. Enseguida vino la reacción conservadora y no se pudo tomar el cielo por asalto. Y, paradójicamente, el que sí lo tomó fue el rock. A diferencia de la política, la música pudo continuar imaginando otra sociedad. Me parecía interesante plantear cómo el rock se convierte en la expresión que encarna la imaginación utópica. La liberación está presente en los dos ámbitos, pero de modo diferente. En uno es más concreto, está la violencia política y la confrontación. Todo eso aparece diluido en el rock argentino, que todavía era muy hippie. Claudio Gabis me decía: «nosotros no teníamos nada que ver, lo nuestro era otra cosa». Incluso hasta sobreactuando un poco la distancia. Tal vez porque la militancia quedó con un regusto amargo. Pasaron varios años hasta que cambió, recién durante el kirchnerismo se la miró de otra manera. Me sorprendió encontrar en un diario montonero como Noticias, notas favorables al rock argentino. Más tarde me enteré que el autor era Castiñeira de Dios, que fue músico, arreglador de la Negra Sosa y estuvo exiliado en México. Su mirada sobre Sui Generis, Litto Nebbia y Spinetta es positiva. Es interesante porque lo que quedó de los proyectos culturales de Montoneros, es esa gesta social y de protesta, está asociado a Huerque Mapu y la Cantata Montonera. Lo que él ve con agudeza en las canciones del rock, es la música propia de los jóvenes. No la heredada del Partido Comunista, asociada al folclore contestario que venía del Nuevo Cancionero. Si bien la banda sonora del 73’ a nivel político fue esa, la que realmente se hizo cargo de un proyecto de sociedad y de una música nueva, fue el rock. Ahí aparecen los puntos de encuentro. Y además estaban en el público. Los que iban a escuchar recitales con las manos alzadas en v, con cantos políticos, eran los mismos que participaban de los actos y movilizaciones. Estaba todo entremezclado. El rock argentino se vuelve popular en las bases mismas. Algún recuerdo tengo: se decía que el rock nacional, sobre todo el barrial y suburbano como Pappo y Vox Dei, era grasa. Entre 1971 y 1973 ese público se incorpora, de la misma forma que los sectores populares se suman a la política.

 

A mitad de año se produce la separación de Pescado Rabioso y Spinetta continúa con el proyecto por su cuenta.  Vos afirmás que «quería ser Pescado él sólo», dando forma a la figura del autor, pero sin confundirlo con la del cantautor ¿Qué más se puede contar de la disolución del grupo?

Es raro porque nadie piensa a Spinetta como cantautor. No es Pedro y Pablo, no es Roque Narvaja ni León Gieco. Es una cosa distinta. Hay dos temas: tenemos la relación personal de Luis con sus compañeros, lo que cada uno quería hacer. No sabemos exactamente qué cuestiones discutieron ni qué pasó. Y, por otro lado, me parece interesante la diversificación de estilos dentro del rock: entre 1971 y 1973, se convierte en un género. Hasta ahí era un estilo de música joven, diferente a la música complaciente. En ese contexto surge el mundo Spinetta: se lo comienza a ver como un universo aparte en términos artísticos. De todos modos, tampoco es extraño que se haya quedado con el nombre, porque las canciones las componía él. Cristalida, por ejemplo, es un antecedente de Cantata de Puentes Amarillos. Hay una continuidad bastante evidente entre el álbum doble de Pescado y Artaud. Además, en ese momento las bandas firmaban contrato por tres discos en dos años. Y Luis ve la posibilidad de hacerle pito catalán a las discográficas. Cumple con lo pautado, pero le complica la vida al sello con un disco irregular, indócil. Encuentra la oportunidad de meter su vanguardismo.

 

 

En el libro se puede observar cómo la relación entre rock y política avanza y se vuelve fuerte a lo largo de 1973 ¿Crees que finalmente terminó consolidándose?

Tendría que analizar el 74’ y el 75’, pero me parece que no. Ese vínculo alcanzó su momento de mayor intensidad a lo largo del 73’. El giro a la derecha del gobierno y el regreso de la tensión entre las organizaciones armadas y el Estado, alejaron un poco al rock. Porque justamente, el rock no quiere hacer una música que acompañe una acción militante violenta. No es música de guerrillas. Como movimiento artístico y social, encontró en el 73’ la forma de ser revolucionario sin llegar a la violencia, aunque la sangre estaba presente. Es un año de fuerte protagonismo de las masas populares a través de las elecciones, muy republicano. Se vota y participa activamente, la gente está en la calle. Y qué curioso que el rock, que siempre fue visto como elitista, haya estado ahí. Quizás porque los músicos no tenían una educación político-revolucionaria. Se movían más por instinto, simpatías, por un componente populista de identificarse con el pueblo. No hay que olvidarse que es el año en que toda una generación votó por primera vez: Spinetta, Pappo, Charly García, León Gieco.

 

¿Qué legado cultural y musical dejó Artaud a 46 años de su edición?

Spinetta en general, y ese disco en particular, se van a convertir con el paso del tiempo en una especie de ideal artístico, un faro. Lo interesante y curioso, es el proceso de indexación cultural que experimentó luego. Porque el año del Artaud, fue poco Artaud. Lo digo en el sentido que el disco se presentó en octubre y se comercializó en noviembre. Posiblemente se hayan vendido pocas copias en los últimos meses de 1973. Sino se hubiera producido esa apreciación de la obra, hasta convertirse en una bisagra histórica para el género, seguramente mi libro no se hubiera llamado así. En ese sentido, los historiadores jugamos con los dos momentos: la variable sincrónica, lo que pasaba en ese momento, y la diacrónica, el camino largo. Y el álbum, a diferencia de otros editados ese año, si lo escuchás hoy mantiene vigor y una actualidad estética. Es homogéneo en su sonoridad: principalmente acústico, escuchamos una sola voz más allá de algunos coros. El estilo compositivo de Spinetta es idiosincrásico, pero a la vez variado. Las letras son distintas entre sí. Cada canción es una semilla de cosas que se van a canalizar después. Esa es una de las claves de su permanencia y de lo estimulante y atractivo que resulta para bandas y cantautores actuales. Y hay un gesto cultural que es muy valioso: haber elegido como título a un poeta maldito surrealista que había muerto hacía 27 años. Este es el único país del mundo en que la palabra Artaud tiene dos significados. Esa idea que el rock no era una música de entretenimiento ni un clamor de jóvenes insatisfechos, sino que podía producir obras de arte. Logra equipararlo como género y estilo con otras músicas de tradición, que estaban más legitimadas culturalmente.

 

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