TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA
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Belén Zavallo es la autora de Lengua montaraz, obra poética recientemente editada a través de Ana Editorial. Esta producción obtuvo el tercer premio nacional Storni de poesía y ha tenido muy buena recepción entre el público, no solo de la región sino del amplio espectro de lectores y lectoras de poesía que no reconoce fronteras territoriales. Una señal de esto es que se agotó la primera edición y prontamente se pondrá en marcha una segunda tirada.
En su inspirado trabajo, Belén otorga un viso propio a la vida campera y citadina, a las secuencias cotidianas, a la relación con el entorno, a la historia familiar y a la memoria personal. En ese fluir, su voz se despliega en un terreno rústico, amoroso, hostil, cálido, cruel, hospitalario. Poetiza, de esta manera, sobre las cosas propias y compartidas que acontecen todos los días. Entonces, lo frecuente, al ser elaborado en versos de valiosa estética, se extraña y resignifica. A su vez, la expresión de esta sensibilidad da lugar a una agudeza reflexiva frente al monte y la mujer (ambos bajo agresión persistente en la contemporaneidad histórica). En la síntesis de las líneas poéticas, también se guarda la posibilidad de deliberar sobre el lenguaje que dota inteligibilidad y sentido a lo tratado.
La poeta nació en Paraná en 1982, se crio en Viale y en el presente reside en la capital entrerriana. Es docente de Lengua y Literatura y coordina el taller Nos/Otros en el texto. Además, edita el suplemente Entre Versos en la Revista Análisis. En 2019 publicó Todos tenemos un jardín con la editorial Camalote.
A continuación, el intercambio de preguntas y respuestas que 170 Escalones propuso a Belén Zavallo.
Luego de la lectura de Lengua montaraz, queda la sensación de una búsqueda de la propia voz a través del monte y también de lo bucólico ¿coincidís con esta apreciación? Y en tal caso, ¿a qué se debe esta decisión?
Escribir siempre implica una búsqueda, nunca está en mi conciencia saber qué es, hacia dónde me dirijo. Creo que ese es el encanto que tiene la escritura para mí, me sorprende siempre en el destino. En este libro escribí con una lengua que conozco, una lengua que marca instancias de mi vida pero que no deja de ser también una lengua al servicio de lo poético. Crecí en una localidad muy chica en la que se habla de un modo diferente al de la ciudad, aunque Viale quede apenas a cincuenta kilómetros de la capital, por el modo de vida, por las ocupaciones de la gente, el tono de la voz es otro, y yo escribí un poco con esos susurros y otro poco con el cuerpo experimentando esa cercanía con el monte, con el campo, con el paisaje bucólico que es para mí hoy un espacio de libertad. Viví a mis dieciocho años en un campo que fue una celda, sentí en esa época la hostilidad que también recupero en algunos poemas, el alambre de púas contra la garganta, en esa época era imposible leer ese espacio como poético. Hoy, gracias a la poesía, puedo sublimar esos dolores.
Por otro lado, hay referencias a tu vida personal ¿cómo se cruzan estos dos ámbitos, el íntimo y el contexto montaraz?
Hay algo que repito en los talleres de escritura que doy, primero es escribir desde la carne, cuando más cerca te queda el tema de la escritura más se percibe una verdad en la lectura y lo otro es la fe en el poema, que va un poco en contra de lo anterior, en el sentido de no pedirle verdad fuera del texto, creerle a lo que te pasa cuando escribís y cuando leés. Yo pongo mi vida al servicio de mi escritura porque también tengo la imposibilidad de crear ficciones fuera de lo que me pase, tiene que ver con una carencia en este caso, pero también con algo que refuerzo cada día que me siento a escribir (que me siento o que me dispongo mientras doy la teta o termino de cocinar porque escribo entre los huecos de la vida) y es que escribir es otra forma de habitar el cuerpo. En todas las limitaciones que tengo por ser madre, por ser trabajadora, por ser del interior, por ser mujer siento que la escritura me abre sendas para transitar pese a estar detrás del balde con el estropajo. Y ahí es donde afilo la lengua, donde lo intento porque tampoco cada texto que sale es un poema, ni cada rejunte de poemas forma un libro. Escribir es una tarea que exige vida y por eso no termina nunca. ¿No?
¿Cómo fue el proceso de producción del libro? ¿Dónde lo escribiste? ¿A lo largo de cuánto tiempo?
Fue un libro que escribí en una cabaña en un campo, eso condicionó la escritura. Me dispuse un ritmo de trabajo (acá está el oficio) porque había logrado una dinámica con un libro anterior que reúne poemas que hilvanan pájaros con recuerdos. Fue un libro anterior a Lengua montaraz que posibilitó que este se encauzara y quedó postergado en su publicación. A montaraz lo escribí en poco tiempo, un mes o algo así, no tengo bien las fechas, pero fue ajustado porque María Ragonese, la editora de Agua viva, en donde se publicará mi primera novela Las armas, me incentivó con lo del premio, y me dijo presentate que seguro ganás. Yo no creí eso, pero lo armé movida por el deseo de tener un proyecto de escritura, con una beba de pocos meses encimada y con los pechos achicharrados, con un compañero que apoya y también empuja mi tinta, fue fácil hacerlo. No porque escribir sea simple, sino que tuve esos otros que propiciaron mi espacio, y además tengo grandes maestros cerca en esta distancia. Horacio Fiebelkorn leyó el libro y revisó conmigo cada poema, Daniel Durand aportó en la primera parte una visión de su lectura que para mí fue muy importante. Él vio un feminismo rural y a mí ese concepto me abrió los versos, le dio una nitidez a lo que venía queriendo escribir. Siempre escribir es un acto solitario pero habitado por muchos, en mi caso la compañía es fundante del poema.
¿Qué significa para vos la obtención del Premio Nacional Storni?
Para mí es la posibilidad de abrir una hendija hacia la poesía entrerriana, es ambicioso mi proyecto, pero es en lo que creo. Por eso edito a poetas desde la Revista Análisis en Entre Versos hace cuatro años. Por eso difundo poesía contemporánea. Por eso con Lorena Ledesma en 2019 creamos el proyecto La sociedad de los poetas vivos en quinto año de la secundaria y recibieron a casi veinte poetas y artistas de la ciudad y alrededores en el aula de la Escuela Normal. A mí el premio me posibilita que seamos leídos (en plural) la generación a la que pertenezco.
¿Por qué escribís poesía?
Porque no puedo dejar de hacerlo. Hay una necesidad vital y una forma de leer los días comunes a través del poema. No de una manera elevada y barroca, encuentro poesía en la voz de mi madre cantándole a mi hija «cucú cucú cantaba la rana», en mi jardín cuando hundo las yemas en la tierra. Hay poesía en la vida y es una trinchera contra el desgaste del sistema hacernos un tiempo para verla, aunque no podamos escribirla.
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