TEXTO Y FOTOGRAFÍAS NICOLÁS RIGAUDI
Como si el territorio se levantara en letras -esas armas- viene a nosotros Yuchán Florecido. En el momento menos esperado, y por lo tanto cuando más lo necesitamos, viene entonces el libro con el que Claudio Puntel (bajo el seudónimo de Juan Salvo) ganó el Premio Fray Mocho 2023, en la categoría cuento. Una vez más esa ensoñación de los pueblos que es la literatura, conspira contra el olvido.
Primero, una palabra: Yuchán (a la postre, el palo borracho). Desde el comienzo Claudio nos regala uno de los términos enterrados en el limo de nuestra toponimia. Una operación que se repite a lo largo del libro y que provee riqueza y profundidad a la lectura, que renueva el encanto del habla, y de la literatura, entrerriana.
El adjetivo que completa el título expresa la sutileza de la observación profunda de los protagonistas desde el primer cuento. Pero podría ser también una metáfora que define la obra completa: cuando florece, el yuchán indica la presencia del agua y, por lo tanto, un sitio para descansar, reunirse y volver a juntar las fuerzas que la batalla demanda. Eso es también este libro: un lugar seguro para recobrar las energías, en especial las que aguardan en nuestra historia, en nuestro suelo y en la riqueza inexpugnable de nuestra lengua. Para usar una de sus tantas imágenes bellas, es «un cielo reventado de flores rosadas».
A medida que uno se adentra en la espesura entiende que sólo uno de los pumas infernales del general Amembí puede escribir las vivencias de los pumas infernales del general Amembí. El autor se nutre para ello no sólo de una tradición literaria que tiene entre sus notas más salientes los cuentos de Juan José Manauta, Diego Angelino, Antonio Di Benedetto o las voces a las que dio libertad Libertad Demitrópulos. No se trata, simplemente, de la inscripción (siempre imaginaria) de la obra en un tendal de obras. Tampoco se explica por la cuidada primera persona, la mayor parte del tiempo plural, que hilvana cada uno de los cuentos. Puntel va un poco más allá. Llega hasta el corazón del agua y la transmuta, nos convida a beber del vino de la historia, de las geografías de contiendas que aún reverberan monte adentro en el litoral.
Como su nombre lo indica, Puntel hace puentes, y como lo explica Cortázar, un puente es eso, un hombre cruzando un puente. De ahí la vibrante conexión de Yuchán Florecido con las luchas contra el imperio español -y toda otra potencia extranjera- que tuvieron en los Gauchos Infernales de Martín Güemes uno de sus capítulos más heróicos; o el desafío de las provincias, del mal llamado interior, al poder del directorio central, en el que José Gervasio Artigas fue claro entre los claros.
Pero -y esto va a cuenta de quien escribe- resplandecen además en las flores de este Yuchán la resistencia de Entre Ríos al poderoso ejército nacional del presidente Domingo Faustino Sarmiento, que aniquiló -sin gestos de civilidad- a miles de entrerrianos enrolados con Ricardo López Jordán (episodio tan borrado de la historiografía como quien la investigó y la narró: Fermín Chávez). Así como también resuena en el interior de cada cuento la osadía que los hermanos Kennedy, que 100 años después del general Amembí desafiaron la dictadura de Uriburu y se levantaron en armas desde la ciudad de La Paz para restablecer el orden constitucional y reponer al presidente depuesto, el caudillo radical Hipólito Yrigoyen.
En suma, Puntel roza la fibra íntima del pueblo federal. Con personajes que orillan entre el desbarrancamiento y la heroicidad, Yuchán se adentra en el sentir del poblador humilde de provincia, laborioso y batallador, cuando se encuentra cara a cara con la historia. Narra con la belleza del irupé el encuentro con la muerte; describe con precisión de un baqueano los usos y costumbres de los baqueanos; desmadeja el entramado de miedos y de sueños con el que están hecho esos hombres, guerreros y harapientos; dota de linaje y de palabras a aquel pueblo que impuso «la autonomía a sablazos», que se entrenó en el arte de la guerra imitando al mismísimo puma, y que a pesar del poderío enemigo «sigue confiado la orden de un general», porque sabe que «su última batalla tampoco será la última».
Lejos de la elegía, el Yuchán de Puntel nos convoca a admirar el florecimiento de la poesía, que acecha entre líneas tal como los Pumas Infernales acechan las tropas del directorio. Su irrupción restablece, por un instante, el orden alterado, y vuelve a poner en el centro a la literatura y en su corazón, la voz de «los de abajo».