21 de noviembre de 2024

Los fusilados que viven

El tiempo (no) llega/do

TEXTO SEBASTIÁN RUSSO

 

 

«No llegamos a tiempo», dicen los que están en su tiempo/espacio: el tiempo donde todo puede/debe cambiar. Donde la idea de futuro, de un futuro patriótico, popular y socialista era posible, era imaginable, asible, a hacer.

«Es evidente que esto no fue lo planeado», dicen, con el avión ya despegado, que lleva al Chile de Allende a sus compañeros de militancia, y ellxs aun en el sur argentino, en Trelew. Venían escapando de la cárcel de Rawson, pero algo salió mal, no llegaron a tiempo.

 

 

 

Aquí en el sur, dicen, aprovechan a decir, nos reconocemos parte de las luchas obreras que aquí se libraron. Y hablan de proyecciones políticas, de la unidad de las organizaciones armadas. Hablan, dicen, a horas de haber escapado de un penal, a horas de ser fusilados. Nada de eso se los impide, por el contrario, parece fortalece la claridad de sus ideas, la claridad del condenado a muerte, pero que sabe que no va a morir, que (ellxs) no puede(n) morir. O en tal caso tal muerte será una circunstancia entre otras, asumiendo la muerte individual como una posibilidad que no coarta sino que alimenta el fuego revolucionario (tal como se sostenía en ese/su tiempo)

Ya saben que es posible los fusilen, se entregan dicen primero «incondicionalmente», luego, con la condición de su resguardo físico. Pero la condición inesperada es dar (ese) testimonio. Que será «lo que queda». Como escribió Giorgio Agamben en Lo que queda de Auschwitz: el testimonio, el testimonio de un superviviente y/o condenado a muerte, es el resto, que es tanto el testimonio de(l) todo, de toda/una comunidad, como su salvación. Condenados y supervivientes, (ya) son fantasmas. Son, otrxs, lxs mismxs: «fusilados que viven». Al momento en el que hablan, pero más aun, al momento que las imágenes espectrales, incluso en su propia materialidad vaporosa, de interferencia sintomática, que el Grupo Cine de la Base elige como forma de recordarlos, de reivindicarlos, de darles la persistencia super-viviente que ya tenían.

Pero si ellos no llegaron a tiempo, qué decir de nosotrxs. Tan lejos de ese tiempo. En este, un tiempo de gestionamientos incluso de míseras pretensiones políticas. Este texto que aquí se re-publica por pedido de los compañeros de 170 Escalones, fue escrito hace 10 años. En el 2012.

Tiempos aquellos donde la lógica temporal parecía reabrirse, recuperarse, anacronizarse de modo ilusionante. Y no sólo discursivamente (con expresiones como «patria grande» o una «patria» pensada en el «otro»), sino como praxis vital, tangible, medida de la esperanza, de una espera refundada por un tiempo mejor.

Dice Rubén Bonet, afirma Mariano Pujadas, vivimos en una dictadura al servicio de los monopolios y que en esta lucha (uno del ERP, otro de Montoneros) estamos unidos. Y que la violencia no la comenzaron ellos, sino el régimen, proscribiendo, reprimiendo. «Quizás usted no entendió bien», le dice María Antonia Berger, en una voz serena y potente, de una in-disciplina emancipada, al periodista que insiste en endilgarles pura, mera, exclusiva violencia a sus actos.

El neoliberalismo, sabemos, metió la cola. Y postdictadura, configuró un modo más estable, menos costoso para sostener un régimen injusto: hizo de las democracias continuidades no-dictatoriales al (mismo) servicio de los monopolios.

Hace 10 y hace también casi 20 años, esto parecía poder comenzar a torcerse. Pero qué difícil imaginar siquiera esa torsión hoy día. Peor aún, en medio de un gobierno (que votamos) de aspiraciones populares. Y sobre todo en esta fecha, 22 de agosto, a 50 años de una masacre en lucha por y en un tiempo no solo de esperanzas de emancipación, sino de injusticias mucho menores que las actuales.

Somos nosotros los que no llegamos a(l) tiempo (del no-tiempo, del u-topos). Aunque no podemos dejar de preguntarnos y alentar y expandir tal pregunta: ¿acaso aun estamos a tiempo?

Viendo este film, volviendo a ver a los no-muertos, a lxs fusiladxs que (aún) viven, que allí vuelven a hablar, con la claridad y dignidad con la que lo hacen, sostienendo y extiendendo más allá de ellos la espera por un tiempo mejor, nos vemos obligados a responder que sí, que siempre se está tiempo. Dando(se) al tiempo, pero no al que ellos dicen haber perdido, al que según dicen «no llegaron», sino el que efectivamente vivieron y convirtieron en latencia supra-vital. Ya que estuvieron plantados en su tiempo y en su espacio, situados, posicionados, en tiempo/espacio, como se dice, y (solo) desde allí, prestos a seguir imaginando el por-venir, lo por-venir. El tiempo sin tiempo de lo que está después y no se/nos detiene.

 

 

Espectros, violencias, imágenes. Una lectura sobre Ni olvido, ni perdón del Grupo Cine de la Base*

 

La teoría política moderna ha borrado de sus reflexiones ciertos temas. Principalmente tres: la guerra, la multitud y el cuerpo. Los ha llevado a un estado de invisibilidad. Aunque en tanto fundantes de las relaciones sociales, tales temas no dejan de asediarnos, de aparecer, pero ya en forma de espectros.
Estas reflexiones aparecen en una larga nota al pie del texto Las formas del orden (Apuntes para una historia de la mirada), de Eduardo Rinesi, otorgándonos una clave para pensar la argentina contemporánea: la de indagar sobre los espectros a partir de los cuales se funda. El concepto espectro se lo sugiere (a Rinesi) un texto de Jacques Derrida, Los espectros de Marx, y este último lo define como «fenomenalidad sobrenatural y paradójica, visibilidad furtiva e inaprensible de lo invisible».


Esa invisibilidad asediante y determinante de lo visible, de lo presente, tendrá precisamente en los no-presentes su incidencia de mayor tragicidad, de mayor inescapabilidad. Así, dirá Derrida, que «ninguna ética, ninguna política, revolucionaria o no, parece posible, ni pensable, ni justa, si no reconoce como su principio el respeto por esos otros que no son ya… Ninguna justicia parece posible o pensable sin un principio de responsabilidad», Ese «no reconocimiento», esa «irresponsable» invisibilidad sobre los muertos, se torna trágico asedio, retorno eterno sobre los aun vivos.


Como no pensar entonces en los masacrados en Trelew, y en el mismo Raymundo Gleyzer, y con ellos las decenas de miles de desparecidos, como espectros, como fantasmas que acosan las conciencias y prácticas de nuestra contemporaneidad.


Cuerpos los suyos paradigmáticos, en los que encarnaron (volviéndose carne, cuerpo) aquellos espectros mencionados por Rinesi, a los que «la teoría política no ha dejado de levantar murallas conjuratorias»: la guerra (la violencia), la multitud, la misma idea de cuerpo.


Cuerpos entendidos (vividos) eminentemente de modo político (cuerpos políticos), que aparecen hoy (espectralmente) como la contracara de la retracción contemporánea del accionar político. Un cuerpo, el contemporáneo, paradigmáticamente constituido en tanto espectador modelo, alejado de un encarnarse en otros, incapaz de pensarse más allá de su individualidad, de pensar a su cuerpo como insumo para que la lucha colectiva se fortalezca (tal la ética sacrificial de la militancia revolucionaria), renuente a un actuar disruptivo, ahogado y enclaustrado en naturalizadas violencias cotidianas.

 

 

Espectros


Ni olvido, ni perdón fue realizada al mismo tiempo que se filmaba Los Traidores (1973). Al conocerse los sucesos de Trelew, el Grupo Cine de la Base decide elaborar un informe de lo sucedido, tomando principalmente una entrevista hecha para la televisión, en el aeropuerto de Trelew, a Pedro Bonet (PRT/ERP), Mariano Pujadas (Montoneros) y María Antonia Berger (FAR) Testimonio realizado al momento en que se entregan a los militares, luego de verse frustrada la escapatoria en un avión, el cual minutos antes había partido con los principales líderes de las organizaciones revolucionarias rumbo a Chile.
Informe (el del Cine de la Base) que, tal la propuesta político-estético del Grupo, en absoluto pretendió dar una mirada objetivista de los hechos, sino que se constituyó en un manifiesto que denunciaba la violencia del gobierno de facto, y se promulgaba reivindicativo de la violencia revolucionaria, impulsando una movilización (de la conciencia pero también de los cuerpos) ante tales hechos.


Siendo la película de treinta minutos de duración, la entrevista en el aeropuerto ocupa gran parte del metraje. De hecho Nerio Barberis (sonidista, integrante del Grupo Cine de la Base) dirá que la película «es» la entrevista, «a la que se le agregó un comienzo y un final».


Pero vista en retrospectiva, esa entrevista otorga reverberancias, huellas que exceden su valor testimonial. Los que hablan, al momento en que se exhibe el film, ya están muertos. Han sido masacrados. Se convierten, en ese mismo acto (entendiendo al film mismo, incluso, como acto), en protagonistas fundamentales de una Historia por venir.

Son ya (serán, seguirán siendo) espectros. Hablan a cámara, ya muertos. Y los vemos en imágenes sobreexpuestas, entrecortadas, sucias, con una cámara con movimientos dificultosos, torpes, que delatan una situación complicada, de suma tensión. Una cámara que busca describir, y en ese mismo intento de paneo general muestra/engendra caras, ojos, gestos curiosos, atentos, ya también, espectros.
Aparecen (ya muertos) Y por una fallida toma del registro audiovisual, lo que vemos son de hecho fantasmagóricas figuras. Los cuerpos de Pujadas, Bonet y Berger, no solo (ya) muertos, sino visibles en tanto espectrales formas que configuran cuasi figuras humanas. Un registro visual urgente (el televisivo, la posterior edición fílmica), que carga con la evidencia del espectro.

Urgencia, que se convierte no solo en inesperada constitución fantasmagórica, sino en apuesta estética, en toma de posición sobre el arte, sobre el representar, sobre el cómo expresar. La necesidad de informar, agitar, reivindicar, condicionando cualquier discusión en torno al cómo mostrar. Un modo que así todo no es descuidado, pero no ya bajo consideraciones de una estética canónica, hegemónica, sino atravesado por la pragmática que impone una situación revolucionaria. Así veremos, antes y luego de la entrevista, fotografías sobre las que se imprime un movimiento expresivo de la cámara dentro de ellas, que recuerda al tratamiento de las imágenes del cineasta cubano Santiago Álvarez. También plaquetas, imágenes televisivas, e imágenes fijas fundidas con sonidos, gritos, cánticos, construyendo una propuesta, un modo representacional intenso, claramente ligado a una propuesta incisiva, de inocultada retórica política.

Una estética, entonces, no ausente (como vana pero insistentemente se pretende hacer creer sobre el llamado «cine político militante»), sino urgente, en una clara y reflexionada función política, subsumido al interés político. En tal caso, evidenciando lo que otros films esconden, e incluso se auto ocultan, tras la no reflexión acerca del uso de estéticas heredadas, y su funcionalidad/complicidad político cultural.
«Somos hijos de las luchas del 69», dice Bonet. El entrevistador lo indaga acerca del uso de la violencia, y los tres responden lo mismo: nuestra violencia es en respuesta a la violencia del gobierno de facto. No solo mostrando un escenario de entrelazamiento entre las organizaciones, sino evidenciando un momento de reflexión y acción, donde la política y la violencia no son escindibles.

En ese sentido, el film se constituye en una expresión cinematográfica de tal propuesta. No documenta un escenario conflictivo, se vuelve escenario mismo de la disputa. No acarrea información, la construye incidente, activante. No representa, expresa. Se convierte no en la representación del mundo, sino, como diría Peter Burke, en un hecho del mundo.

Fatal paradoja, que se consuma en el uso con el que tanto Bonet como Pujadas pretenden que dichas imágenes oficien: aclaran que las imágenes «son testigos» de su integridad física previa entrega a los militares. Y claro lo son, lo fueron, lo siguen siendo, pero no en el sentido que ellos imaginaron: son testigos, vital prueba, ineludible alegato de una violencia que fue mucho más allá de lo que muchos militantes revolucionarios podían imaginar. Una prueba, una huella trágica, que sigue incidiendo.
Figuras espectrales en la pantalla, espectros que asedian nuestra cotidianeidad. El cine (el del Grupo Cine de la Base) y su irradiación contemporánea. Constituyendo fantasmagorías que nos acosan, hoy, y reverberan en las calles, fábricas, villas miserias, desnudando discursos hipócritas, invisibles, allí están, aun latiendo.


Bonet, Pujadas, Berger hablan (ya) muertos. 

 

 

*Parte de este texto fue publicado originalmente en Un cine hacia el socialismo. Imágenes del PRT-ERP (Editorial La Hendija, editado por Grupo Revbelando Imágenes, 2015).

 

 

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