TEXTO SEBASTIÁN RUSSO
Hace más de 15 años escribía esto: Los términos «desaparecidos», «dictadura», «genocidio», «terrorismo de estado» (conceptos que pueden pensarse estigmatizados,«musealizados»), no se nombran en la película de Albertina Carri. No se nombran pero se intuyen. Y es claro que no es lo mismo oír que intuir. El intuir parece arrastrar, promover, una semantización más heterogénea, con mayor resignificación que el oír. La valoración así, se vuelve más heteróclita, profusa, difícilmente unívoca. Esta es una de las primeras derivaciones (secuelas) del film de Carri. Una de las valorables irradiaciones de Los rubios: pluriacentuar (bajo la estrategia de omitir para acentuar, «el no-obrar es también un obrar») términos que parecen haberse ido cosificando, volviéndose uniformes, estigmas, y por tanto, poco proclives a una comprensión plural de un ayer en absoluto sepultado, clave (de un hoy) en su carácter de herida. Términos arrastrados (en ese proceso cristalizador) a una lenta agonía, o lo que es lo mismo, a una incapacidad de conmover, de promover la discusión, el diálogo.
15 años después, la estrategia discursiva de Carri, sigue funcionando pero para evidenciar lo contrario. Luego de Los rubios hizo 5 películas más, una obra de teatro, dos libros, y una instalación en el Parque de la Memoria llamada Operación Fracaso y el Silencio recobrado. En estos días el riesgo de musealización de ciertos conceptos dio lugar a su envés, la negación. Volver a hablar, a nombrar, lo que se creía indiscutible (el nunca más, los 30 mil), vuelve a ser necesario. Algo de ello permitió Argentina 1985 (la película de Santiago Mitre y Mariano Llinás). Y en ese sentido, volver a Los rubios, es volver al film que pretendió escapar al rol de víctima para devenir sujeto activo de búsqueda y recreación de comunidad, de una comunidad propia. La que por caso años luego entenderá posible y necesario imaginarla en una comunidad de mujeres que salen a la ruta en búsqueda y afirmación de una otra (misma) trama y refugio identitario. Hijas del fuego se llamó ese film, del 2016, que no puede no pensarse en diálogo con Los rubios, que del 2003, también nacía de un fuego, político revolucionario, vuelto político-estético no menos conmovedor de los cimientos representacionales y habilitador de un repensar los 70 en clave reconstructiva.
Un nuevo aniversario del golpe cívico militar revisitado desde las miradas de mujeres cobra una enfática relevancia. Tanto por ver/decir lo que un proceso intentó acallar, eliminar, ayer y hoy, en las recobradas y naturalizadas voces mediáticas que se atreven a trasvasar pactos democráticos. Como incluso por asumir la voz de quienes cargan con la infravaloración de una voz que hoy es puro fuego transformador. Si algo hoy puede seguir llamándose revolucionario, sin duda que emerge no solo de una sino de un/el colectivo de mujeres, que hace del uno, de lo individual una ficción impotente y transgredible. Pocos legados más claros, contundentes y de consecuencias y secuelas aún insondables emergen de allí. Los rubios, es un mojón fundamental al respecto, donde una mirada que rasga no solo lo indecible dictatorial, sino el universo de miradas posibles, personales, desprendiéndose de la solemnidad documental, abriéndose hacia el horizonte de la fabulación y la creación de lo aún no existente. Ser otrx, para ser unx y todxs.
Los rubios (Albertina Carri, 2003), se proyectará este miércoles a las 20:30 como parte del ciclo M de Cine Club Musidora, en la Casa de la Cultura.