TEXTO FRANCO GIORDA
FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Pat Pietrafesa es una habitante de lo subterráneo. Allí se siente cómoda para crear, tocar, protestar, resistir, escribir, editar. Es bajista de las Kumbia Queers y de She Devils. También publica textos desde su editorial Alcohol y Fotocopias. Su fuerza parte de aquel viejo y actual principio punk: «Hacelo vos mismo». Desde los 80 viene agitando contra lo establecido.
A fines de septiembre estuvo en Paraná para participar del encuentro «El punk como movimiento contracultural», organizado por la Cátedra Abierta de Pensamiento Anarquista de la Universidad Autónoma de Entre Ríos (Uader). También llevó adelante una feria de libros autogestivos y proyectó su película Desacato a la autoridad en el sótano del bar Shine. Entre una y otra cosa, dialogó con 170 Escalones.
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—¿Cuándo empezaste con el punk?
—Empecé a escuchar en 1983/84 porque lo leí en una revista y vi unas fotos que creo eran de Patty Smith y otras de The Clash. Investigué de qué se trataba. Vi algunas noticias sueltas. Estamos hablando del siglo pasado y de otras formas de enterarte de lo que sucedía. Escribí una carta a la dirección que vi en esa revista y me empecé a contactar con gente que estaba en eso. Para ese momento era una cosa re misteriosa. Todo se veía horrible después de la dictadura. El rock nacional apestaba. Yo tenía 15 años y veía que el punk estaba produciendo escándalo en todos los países y tiraba una idea que era totalmente inesperada. Así que para mí era fascinante. También leí un libro con cosas básicas del punk como la protesta y el hartazgo de la sociedad de consumo. Por ejemplo, la utilización de los restos de la sociedad para ponértelas encima y mostrarles a los demás lo horrible en lo que se había transformado todo. Ante la profesionalidad a la que había llegado el rock se trataba de trasmitir algo solo con las ganas de agarrar un instrumento, cantar o escribir. Eso fue algo impresionante. Luego vi un fanzine en Buenos Aires y fue una inspiración total. Yo era muy tímida, conflictiva, no tenía amigues, nada. No me puedo olvidar del momento en el que estaba en mi habitación con una luz, un papel en blanco y una lapicera Rotring. Escribí un texto, al día siguiente lo fotocopié y eso me pareció un espacio de libertad que no había experimentado nunca. Fue increíble. Así empecé.
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—Lo fotocopiaste y ¿dónde lo distribuiste?
—Lo tenía conmigo porque me daba vergüenza. Recién conocía a otros punks. Eran jóvenes de 17 o 18 años pero los miraba como algo muy serio, como se asumía en ese momento. Si veías una persona vestida así, sabías que había tenido problemas en todos los ámbitos. No solo los punks tenían esos problemas, sino cualquier otra tendencia que se destacara de la recontra oscuridad que había quedado y de todos los que habían asesinado. Entonces, yo tenía mi fanzine y en esa época empecé a ir a recitales y lo cambiaba por entradas o por una birra o se lo daba a alguien. Ahora veo que eso sigue existiendo. Lo usaba como una presentación porque ahí decía lo que pensaba. Esas herramientas para una persona de pocos recursos de comunicación como era yo fue una llave, una puerta muy importante.
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—Esa forma de comunicación también es una protesta.
—Sí. Era una cosa anti sistema. El punk se presentó como un conjunto de ideas que estaban contra lo establecido desde el punto de vista ideológico, ético y estético. Tenía una amplitud bastante grande. En ese movimiento había varias tendencias: desde las más nihilistas hasta las súper activistas. En ese rango había un montón de caminos en los cuales oponerse al sistema. Desde la autodestrucción hasta la autogestión. Entre medio, traspasaban las ideas libertarias y el anarquismo. En realidad, es una herencia directa de otros movimientos y cuestionamientos que hubo durante todo el siglo. El punk desembocó de las protestas de fines de los 60, de mayo del 68, del situacionismo y de cosas de principios del siglo XX como el dadaísmo. Todo confluye en este último cuarto del siglo pasado.
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—Transitaste los 80, los 90 y los 2000. ¿Cómo ha ido cambiando el punk en este tiempo?
—No sé porque me fui de la escena punk a finales de los 80 para transitar lo que llamo el underground, la subterraneidad o las distintas tendencias que me interesan. Creo que es demasiado interesante el mundo como para mirarlo solo desde una parte. Entonces, intenté mezclarme con otras músicas. Siempre dentro del underground porque me gustan las cosas pequeñas, los recitales chicos y las bandas que recién empiezan. Al día de hoy voy a recitales así. No voy a recitales grandes. El underground es mi espacio favorito. No solamente de música, sino de ediciones, de gente que escribe, recita o hace música en lugares de disidencia. Me sigue encantando esa gestación.
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—¿Cuál es la potencia del fanzine que le permite mantenerse vigente sin perder ese carácter subterráneo?
—Ha sido un poco absorbido. Por ejemplo, en la Universidad de Buenos Aires hay una cátedra de Arquitectura sobre fanzines. También se ha tornado en algo del diseño. De hecho, el otro día estuve en una feria de artes gráficas en la galería Ruth Benzacar, que es muy cheta, y había fanzines. Al mismo tiempo, no ha perdido lo más interesante que es eso que sentí cuando puse mis ideas sobre un papel. Es un punto de encuentro. Es una herramienta increíble. Es como tirar una botella con un mensaje. Es fascinante saber que no necesitas un editor ni pedirle a nadie que publique una nota. Además, confías en vos misma, lo hacés sola o con amigas o con quienes quieras y compartís un proyecto.
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No me puedo olvidar del momento en el que estaba en mi habitación con una luz, un papel en blanco y una lapicera Rotring. Escribí un texto, al día siguiente lo fotocopié y eso me pareció un espacio de libertad que no había experimentado nunca. Fue increíble. Así empecé.
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—¿Qué estás haciendo con tu editorial?
—Edito cosas mías. Edité tres compilados de fanzines que me interesan y que ni siquiera estaban en Internet. Otra cosa que hacemos mucho son coediciones. Si a una sola editorial no le alcanza el dinero para la imprenta nos juntamos dos o tres. Cada une pone un poco de plata y después nos repartimos los libros. Ahora estamos sacando uno de ilustraciones de un chico de Rafaela que vive en Rosario. Tiene unos diseños re lindos ligados al punk pero con una visión más moderna. Tenemos un montón de títulos en vistas.
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—En la charla de la Uader se habló del maltrato que han recibido las mujeres en el rock y en todos los ámbitos. ¿Qué ves hoy en relación a este tema?
—Lo que veo, por lo que me toca a mí en Buenos Aires, es cómo las nuevas generaciones están dando una respuesta a una acumulación que ya no se aguanta más. Están diciendo basta, esto se tiene que parar de alguna forma. Estoy feliz de estar pasando este momento que es un poco fuerte porque están tambaleando un montón de cosas. Enhorabuena porque lo que se precisa es romper todo para ver si algo cambia. Entonces, yo creo que es un momento en el que no solo las mujeres, sino todo tipo de corporalidades que han sido asesinadas, subestimadas, ninguneadas, abusadas, reprimidas y acalladas están tomando espacio. No reclaman una inclusión o una inserción, sino que no las pasen más por encima. Me refiero a mujeres de todo tipo, biopolíticamente asignadas o no, o por elección, indias, negras, tortas, travestis, trans, mutantes, con otras capacidades y un montón de personas que han sido desclasadas.
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—Con las Kumbia Queers llevan 10 años.
—Sí. El 20 de octubre lo festejamos en el Uniclub de Buenos Aires con Chocolate Remix que es una zarpada de Tucumán que está en Buenos Aires hace un tiempo y que hace reggaeton lesbiano. Ya tocamos varias veces con ella. Está buenísima la resignificación de la música y de las letras. Es un poco lo que nosotras hicimos en su momento, que fue tomar un estilo que no conocíamos. Fue idea de dos que eran fanáticas de la cumbia, el resto no lo era pero nos animamos igual.
—¿Cómo fueron los primeros recitales en ese sentido?
—El primer recital fue en una fiesta en la casa de la baterista y la guitarrista. Era re punky. Apenas se escuchaba el cencerro y un poco el teclado. Cuando empezamos, entre las personas que nos conocían, hubo muchísima sorpresa. En ese momento la cumbia recién se empezaba a mezclar con otras movidas como la electrónica. Para algunes fue una sorpresa desagradable y para otres fue algo nuevo. Al principio iba a terminar ahí pero Ali (Gua Gua), una de las cantantes que es mejicana dijo: «Vengan a Méjico», y fuimos. El segundo recital fue ahí. Así arrancamos.
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—En el primer disco hay versiones de temas conocidos del punk y del heavy.
—Fue así. Nos juntamos un día a ensayar. Yo estaba atravesando una depresión bastante profunda y no iba a tocar. Era un 2 de enero. Juana (Chang) iba a tocar el bajo. Creo que intentó un poco y dijo «No puedo» y me lo pasó a mí. Entonces, Ali dijo: «¿Qué temas saben?»; Pilar (Arrese) sabía uno de The Cure, otra sabía uno de Black Sabbath, otra uno de Madonna, yo sabía uno de Los Ramones y otro de Nancy Sinatra. Así fue. Rarísimo. En dos semanas hicimos las bases. No sabíamos que hasta el día de hoy íbamos a tener que tocar Chica de metal y La isla (bonita). La gente la pasa bien y nos los sigue pidiendo.
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—Finalmente, terminaron haciendo giras internacionales.
—Eso fue desde el principio. Entre 2007 y 2008 pasamos muchos meses en Méjico. Viajamos sin plata. Fue trabajoso pero aprendimos un montón. En 2009 nos quedamos en Argentina y en 2010 arrancamos para Europa. Después fuimos todos los años.
Antes de que la entrevista concluyera fue Pat la que dejó planteada la última pregunta: «¿Dónde está Santiago Maldonado?».
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