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Así como las supersticiones oficializadas tienen su espacio típico en los templos, las creencias paganas se cultivan, en buena medida, en altares improvisados al costado de las rutas.
La imagen de esta Postal Rutera es uno de esos sitios construidos por los viajeros para dejar sus ofrendas; en este caso, a la Difunta Correa. La referida habría sido una mujer de nombre Deolinda que vivió a mediados del siglo XIX. La leyenda cuenta que siguiendo el rastro de su marido (reclutado a la fuerza por las montoneras) a través del desierto sanjuanino terminó muriendo de sed y cansancio debajo de un algarrobo. Ella no iba sola sino que cargaba a su hijo lactante. El niño sobrevivió amamantándose del cadáver de su madre. La versión tiene su origen en un grupo de arrieros que pasó por la zona y fue testigo de la tragedia. A partir de ese episodio se le adjudican a la figura mítica una serie de milagros.
La presente fotografía fue tomada este verano en la Ruta Nacional 38 en cercanías del kilómetro 108. El punto está ubicado en el tramo que une las localidades cordobesas de Capilla del Monte y Cruz del Eje. En el lugar se pueden ver centenares de botellas con agua (el obsequio más característico para la venerada) que conforman una suerte de muralla para proteger los objetos allí depositados con el propósito de implorar auxilio o agradecer favores. Entre otros regalos, priman las autopartes: hay correas, cubiertas, cables de acelerador, tapas de juntas, patentes y hasta la puerta de un vehículo de gran porte. No casualmente, todo se encuentra a la sombra de un ejemplar de la misma especie vegetal que fuera el último cobijo de la occisa.
En el pasado los principales devotos fueron los arrieros a caballo, en el presente el culto tiene gran aceptación entre los camioneros que trasladan mercaderías a través de las provincias.
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