6 de diciembre de 2024

Rosa, de lejos… y no tanto

TEXTO ALEJO MAYOR

ILUSTRACIÓN OMI

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Este viernes 5 de marzo se cumplen 150 años del nacimiento, en una renancentista ciudad llamada Zamosc, enclavada hacia el sureste de Polonia, de Rosa Luxemburgo; histórica dirigente y teórica marxista. Un «águila de la revolución», diría Lenin. La «más genial discípula» de Karl Marx, diría Franz Mehring, dirigente alemán que llegó a convivir con el viejo Federico Engels en la socialdemocracia alemana y fundó junto a Luxemburgo la Liga Espartaquista. En definitiva, una luchadora que vio la luz cuando se producían los últimos suspiros de la guerra franco-prusiana, una contienda bélica que configuraría el escenario donde intervendría militantemente en su adultez. Como aproximadamente el 60% de esa ciudad de la Polonia rusa por aquellos años, tenía origen judío. Un dato no meramente anecdótico, puesto que la doble condición de judía y revolucionaria será para Rosa, como para muchos revolucionarios de su generación y la anterior (sin ir más lejos Carlos Marx y León Trotsky, ni más ni menos), objeto de una reforzada y persistente persecución de los gobiernos reaccionarios europeos. En el caso de Rosa, esto se combinaba en su poliédrica configuración identitaria con el hecho de ser mujer y polaca (una nacionalidad oprimida por los imperios europeos) en un explosivo combo.

 

 

Comunista, judía, mujer y polaca: todo lo que estaba mal para reaccionarios feudales y burgueses se concentraba en la figura de Rosa. Y Luxemburgo no permaneció ajena a ninguna de estas coordenadas donde se entrecruza lo personal con lo político en su prolífico itinerario intelectual: abordó la «cuestión de la mujer» trabajadora (en franco debate contra las posturas que sostenía el feminismo burgués), los problemas de la «cuestión nacional» polaca y de la liberación nacional de los pueblos oprimidos, no dejó tampoco de prestar atención al vínculo entre religión y política (como en sus escritos sobre el socialismo y las iglesias, continuando los estudios históricos de Engels sobre el cristianismo primitivo que constituyen una suerte de «sociología de la religión» avant-la-lettre) y, por supuesto, participó activa y creativamente en los debates teóricos más candentes del marxismo de su época. Entre estos trabajos, que sin dudas constituyen el aspecto central de su obra, se destacan dos: su intervención en el debate que atravesó a la socialdemocracia alemana en torno a la crítica «revisionista» (llamada así por la pretensión de revisar las premisas científicas y filosóficas sobre las que se asentaba el socialismo marxista) de Eduard Bernstein, materializada en la obra ¿Reforma o Revolución? (1899); y su intervención en los debates sobre el papel de la huelga general de masas, a propósito de las discusiones sobre este método de lucha que despertó la revolución rusa de 1905 (Huelga de masas, partido y sindicatos, 1905).

Cuando la socialdemocracia alemana, que en la práctica había abandonado la perspectiva revolucionaria en detrimento de un gradualismo reformista, terminó por desbarrancar votándole los créditos de guerra al decadente imperio guillermino (actitud análoga a muchos partidos «socialistas» de la II Internacional devenidos en chovinistas) durante la primera guerra mundial, Rosa mantuvo los trapos del internacionalismo proletario y, junto a camaradas de talla de Clara Zetkin y Karl Liebknecht, fundó la Liga Esparataquista. Luego de la primera guerra mundial y en el marco de la violencia desatada durante a la revolución alemana (experiencia a partir de la cual había sido liberada de su última estadía en la prisión en un estado de salud muy deteriorado), en la recientemente fundada República de Weimar, fue asesinada junto a Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919 por esbirros de un gobierno de coalición del que formaban parte sus antiguos «camaradas» del Partido Socialdemócrata, no sin antes haber participado de la fundación del Partido Comunista alemán (KPD). Su cuerpo, luego de ser fusilado, fue arrojado al río.

Sin embargo, la influencia de Rosa Luxemburgo no cesaría de intervenir sobre la realidad, ahora motorizada por obreros y militantes que no tardaron en reivindicar su figura y su legado, tomando las armas de su crítica para pasar a la crítica de las armas en los más diversos escenarios concretos.

 

 

En estas latitudes,  la provincia de Entre Ríos, existió un temprano homenaje a partir de la existencia de una biblioteca de la Federación Obrera Departamental (F.O.D.) llamada en su nombre en la ciudad de Gualeguaychú (portuaria como Zamosc y también hacia el sudeste… en este caso de la provincia), allá por 1920. De este modo, se convirtió en una referencia de organizaciones de este tipo, en un momento de enorme expansión organizativa de un joven movimiento obrero entrerriano. En la biblioteca Rosa Luxemburgo, además de ponerse al alcance de los lectores a los clásicos del socialismo y del movimiento obrero (como del pensamiento social y de la literatura universal), se dictaban charlas, cursos, conferencias siempre con el objetivo de elevar la educación, la cultura y la conciencia de la clase trabajadora. Cuando finalizaba aquel año, en ocasión de un fuerte conflicto de los empleados de comercio, un tiroteo le valió la muerte a un crumiro (rompehuelgas) de apellido Illesca y el arma, disparada por un obrero estibador hijo de italianos apellidado Abreu (al que le dieron doce años de prisión), se fue a esconder a ningún otro lugar que la susodicha biblioteca Rosa Luxemburgo. La reacción de la burguesía, por supuesto, no se haría esperar. De entrada, se encarcelaron ocho obreros federados y se allanó el local. La biblioteca, que se encontraba anexa a él, fue clausurada. No habían pasado dos años del asesinato de Rosa y su nombre se hacía presente, (re)aparecía como un espectro en el oriente entrerriano, inmiscuido en esos violentos avatares de los enfrentamientos armados de un período profundamente conmocionado en todo el orbe por las turbulencias revolucionarias.

Promediando la década siguiente, también recostados los acontecimientos sobre el oriente de la provincia, la costura de la historia volvería a hilvanar en hechos el nombre de Rosa Luxemburgo y su legado a cuestas con el territorio entrerriano. Está vez sería en Colón, donde sabemos, gracias al historiador local Rodolfo Leyes, de la actuación de una agrupación de nombre Rosa Luxemburgo, vinculada al Partido Comunista. Los conservadores de la que en aquellos momentos era una ciudad-fábrica, organizada en torno a la industria frigorífica de capitales británicos Liebig’s, escupieron su veneno cuando esta agrupación compuesta por mujeres organizó un festival para niños, en el que el coro infantil entonó las estrofas del himno… de los trabajadores («¡Vivaaa la Internacionaaaal!»). Para muestra sobra un botón: «Las frases incitadoras a la violencia contra todo lo que es tradicional, la perturbación de las conciencias infantiles por medios de canciones revolucionarias y antisociales, inculcándoles odios ajenos a su edad, es un crimen repugnante que debe ser castigado por nuestras leyes con tanta o más severidad que al que mata el cuerpo, pues aquel atenta contra el alma (…) Lo que se aprende en los primeros años de la vida no se olvida nunca y menos todavía cuando lo que se le enseña despierta los apetitos bastardos de la bestia que todo hombre lleva en sí. De ahí que las actividades antipatrióticas de las entidades socialistas como la sociedad ‘Rosa de Luxemburgo’ (sic) deben ser permanentemente prohibidas y sus dirigentes perseguidos como agitadores profesionales.» Se publicó en el Diario del Pueblo de Colón bajo el título Comunismo con careta el 6 de agosto de 1936. La cita fue tomada de Cambios estructurales de la clase obrera y transformaciones sindicales, Entre Ríos, 1925 – 1942 (2013) de Rodolfo Leyes.

 

 

Estos dos ejemplos locales dan cuenta que la acción transformadora, la praxis de Rosa Luxemburgo, se dinamizó más allá de su muerte en un legado que reencarnó en otras acciones orientadas en pos de la revolución por la que luchó Rosa, por el socialismo como proyecto vivo, real y necesario hoy, en las más diversas latitudes del planeta todo. Esta por momentos auto-percibida como remota provincia de Entre Ríos no fue ajena a este proceso caro a aquello que algunos llamamos «tradición revolucionaria». La lucha de clases tiene este tipo de fenómenos en los que las relaciones sociales se personifican en un ser humano, amada y reivindicada por los propios, odiada y temida por ajenos, siempre respetada. Re apropiada desde diversos lugares, en clave marxista-leninista, trotskista, comunista «consejista» (vale decir, antibolchevique), libertaria y, más recientemente, ecologista, feminista, «humanitaria». Inclusive, recientemente han sido publicadas en español sus cartas de amor, plenas de referencias al amor tanto por sus parejas y amistades como por los gatos y la vida en general en un lenguaje poético pleno de la búsqueda estética de la belleza en la palabra. Su legado, como su vida, es un permanente campo de batalla, un campo en disputa. Vive su muerte como murió su vida: interviniendo activamente en la lucha de clases. Su clásico lema «Socialismo o barbarie» cobra vigencia y actualidad de manera permanente y urgente, en momentos en que el capitalismo nos arroja a un abismo civilizatorio y planetario, la magnitud del ecocidio lleva a re actualizar la necesidad de pensar y actuar en pos del mundo por el que luchó Rosa, donde ser «socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres».

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Comentarios (2)
  1. Cristina dice:

    Alejo me ha gustado cómo a través de este artículo, me has acercado a este personaje, desconocido para mí. Me ha encantado con la fluidez y contundencia que transmites tus conocimientos e ideas.

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