TEXTO GUSTAVO LAMBRUSCHINI
Una vida sin examen no merece ser vivida.
Sócrates
Y no hallé cosa en que poner los ojos,
que no fuese recuerdo de la muerte.
Quevedo
Pues todo lo que existe, merece perecer.
Faust¹
¡Amigos míos, que nuestra muerte
no sea blasfemia contra la Tierra y los Hombres!
Zarathustra
.
Quien no da la vida por algo, acabará dándola por nada.
Sartre
Déjenme morir mi propia muerte.
Rilke
§ 1
Philosophia, meditatio mortis
Junto al recurso liberador de las luces del fuego, Prometeo, el amigo de los hombres, el redentor de la humanidad, hizo conocer no sólo aquel recurso técnico para la lucha por la vida, sino que sobre todo hizo conocer un saber práctico propio de la esencia moral del vivir: desde esta revelación, los hombres saben que son mortales, saben que han de morir. Desde entonces los hombres tienen por lo menos una certeza, un saber absoluto: el de la propia muerte. Aun cuando finjan ignorancia y aun cuando apelen en vano al mecanismo defensivo de la negación, los mortales saben que han de morir.
Ignorada, negada, empero, la muerte suele producir miedo, angustia, desesperación, desasosiego y aun espanto, a los hombres, i.e., paradójicamente a los mortales. Sin embargo, la mortalidad es el carácter de la condición humana. La muerte –passim dicitur– pertenece a la esencia del ser-humano. Ser humano y ser mortal han sido sinónimos para aquella época histórica en que no se fingía la inexistencia de la muerte, o que ésta debía ser negada, o ignorada, o que tan sólo era lo que le sucedía a los otros. De ahí que con prudencia acuñaran las expresiones commemoratio mortis y memento mori. La errónea voluntad platónica de vincular etimológicamente ανϑρωπος (hombre) con ϑνητος (mortal) revela empero otra voluntad: una voluntad más radical y racionalmente fundada, la voluntad de verdad y aun el coraje de la verdad.
Los hombres, los vivientes en cuanto tales, habrán de morir fatalmente: o por necesidad natural (forzadamente de viejo y por la enfermedad, o sea, la descomposición del cuerpo); o por sufrimiento moral (de pena, de amargura, de desesperación, de abandono, de frustraciones, etc.); o por accidente (casual, azarosamente como Esquilo); o por mano ajena (arriesgando la vida en el combate, o cobardemente, o como víctimas, o de la mano del médico o el sacerdote); o, en fin, por mano propia (voluntaria y autónomamente).
A partir de la lucidez de esta evidencia, hija del coraje de la verdad, no está en discusión si hemos de morir, puesto que esto ya es una certeza. Lo que, en cambio, sí está en discusión es si asumiremos la muerte; si la arrostraremos o enfrentaremos más o menos impávidos; si frente a ella tendremos valor y coraje o, por el contrario, nos paralizará de miedo y nos llenará de espanto, o nos causará impotencia, depresión y desolación. En una palabra, lo que está en discusión es si frente a la esencial mortalidad nos comportaremos como sujetos, y aun como sujetos morales, o si nos volveremos resignados y pasivos fatalistas.
De ahí se sigue que lo que está en discusión, es cómo hemos de morir, para qué fin, por qué causa, cómo dejaremos y daremos la vida. Lo que los mortales tienen en discusión, es la perplejidad de si su certera muerte tendrá sentido; de si tendrá algún significado; de si la certera muerte será elogiable o vituperable, heterónoma o autónoma (i.e., oriunda de la soberanía del Yo); de si moriremos una muerte horrible y mala, o si moriremos bien, bella, sabia, virtuosamente; en fin, de si moriremos la muerte del Yo o la del no-Yo del fatalista. Dado que la muerte es ineluctable y necesariamente daremos la vida, lo que únicamente está en discusión es cómo habremos de darnos a nosotros mismos nuestra propia muerte. Lo que está en discusión, en definitiva, es el sentido moral de la muerte.
Más aún: la lúcida conciencia de la fatalidad de la propia muerte, de que la muerte es el momento último de la propia vida y que se halla dentro de nuestra vida, repone drásticamente la necesidad de la lúcida discusión por el sentido de la vida; de cómo se ha de vivir, por qué causa se da la vida, para qué fin se ha de vivir, i.e., repone la discusión, acerca de los fines por los que entrega uno la vida; por qué fines, por qué bienes, por qué causa se da la vida. La certera conciencia de la mortalidad espanta las tonterías, repone la cuestión de la autenticidad y también la discusión acerca de los valores que autónoma y auténticamente se dará a sí mismo el Yo, o sea, el sujeto.
Así pues, parece que, a menos que quisiéramos fingir la inmortalidad o la ignorancia, hay que vivir ante la inminencia de la propia muerte, sub specie mortis²… Sería necesario pues asumir y prepararse personalmente para la propia muerte… Pues la muerte individualiza, i.e., nos divide, nos corta, nos separa del todo viviente, de los seres amados, de los amigos, de la sociedad, de la república, de la patria…; la muerte nos aparta, nos transforma en in-dividuos separados del todo viviente de la polis… Los que morimos, somos nosotros… en oposición al sentir vulgar que cree que los que mueren, son los otros… De ahí que haya que preguntarse de profundis y con todo rigor: ¿Cómo voy a vivir Yo, un mortal? ¿Por qué causa voy a vivir Yo, un mortal? ¿Para qué voy a vivir Yo, un mortal? ¿Qué sentido moral le daré Yo a mi vida?
Tanto más necesarias son estas preguntas, porque a pesar de esto, a pesar de que con toda evidencia vivir es a cada paso ir muriendo, a pesar de que cada día moriremos un poco y en algo, de hecho vivimos la vida del capitalismo y del Estado, i.e., una vida reificada. Generalmente vivimos alienados, enajenados, gobernados por normas heterónomas, i.e., generalmente vivimos como si no hubiésemos de morir: por fines y por bienes por los que no se moriría…, por cosas y asuntos por los que no se daría ni menos aún se sacrificaría la vida… (Como Quevedo dixit: “Es locura inmoral juntar bienes”; y también: “Pues asco son, tierra y gusanos”).
Si el dar la vida es una necesidad fatal de la naturaleza humana y si los hombres pueden gobernar con autonomía sus vidas…, entonces parece que habría que vivir y dar la vida sólo por algo auténticamente valioso…, por algo que lo merezca… Antes que dar la vida por lo que nada vale, i.e., por nada…, habría que preguntarse y sobre todo saber por qué causa se dará voluntariamente la vida y se vivirá.
Ciertamente seremos cenizas…, la cuestión necesaria es si tendrán sentido…³ Pues, como la vida, también la muerte debe tener un sentido moral: hay que perecer por una causa moral, antes que por nada…; hay que morir por algo y no por nada, i.e., nada moral… Se sabe por experiencia, que como dijo el poeta, la vida bien puede devenir un cuento contado por un idiota lleno de ruidos y furia que nada significan4. Más aún: se puede decir sensatamente, como también afirma el poeta, Y muerte viva es, Lico, nuestra vida5.
Por tanto: deberíamos vivir sólo por lo que estuviéramos dispuestos a morir, i.e., a dar la vida. Pues la pregunta, cómo voy viviendo o estoy viviendo mi vida, es la misma que cómo voy muriendo o estoy muriendo mi muerte.
La angustia y aun el miedo son el helado termómetro del nihilismo, de la inanidad, de la nada de la propia vida… El temor a la muerte, la conciencia de no haber cumplido consigo mismo, es proporcional al número y la magnitud de los fracasos, las frustraciones, las cobardías, la frecuencia de las inanidades y tonterías en que se ha desperdiciado y en que se ha escurrido la vida. La muerte le resulta horrible a quien deja tras de sí, tal como quieren el capitalismo y el Estado, simples cosas y bienes patrimoniales; o a quien no deja nada de nada tras haber vivido, tal como quiere el sacerdote trasmundista o el monje (uti aut frui)… Pues la muerte es la hora de la verdad de la vida… En efecto, qué ha sido una vida, qué ha hecho alguien en su vida, qué ha hecho alguien con su vida, qué sentido ha tenido y qué ha significado la vida de un hombre…, finalmente se revela en la hora de su muerte… Pues en la hora de la muerte, i.e., en la hora de la verdad de la vida, se hace del todo evidente que la vida natural (ζωη) no es el supremo valor de la vida humana (βιος). Cómo ha vivido, para qué fines, por qué causas ha vivido, cuáles han sido sus actos, se revela en la muerte… Qué ha significado alguien para los otros mortales, qué merece y aun qué exige de los demás, qué merece alguien que se recuerde y diga de él, se revela con máxima claridad en la muerte… Se puede morir con orgullo y en paz y aun admirablemente… Quien haya dejado tras de sí alguna obra o alguna hazaña y es consciente, no le importará morir6.
La muerte así relativiza y aun mata al relativismo de los valores morales, i.e., de los valores vitales… Entonces es cuando se revela lo que tiene auténtico valor…, aquellas cosas que le dan valor y enaltecen la vida… Como el condenado a muerte, hay que conocer y hacer saber y aun proclamar, cuál es el deseo último, la voluntad última de la propia vida… Hermias, por ejemplo, quiso hacer saber a sus amigos (ϕιλοι) y compañeros (εταιροι) que durante su vida y aun ante la inminencia de su muerte, nada había hecho contra la Filosofía.
Carpe diem, dice el antiguo topos… Recurramos a él, empero, por otra vía…
Como la vida, también la muerte puede ser grande, buena, bella, virtuosa, elogiable… Una bella muerte agranda la vida… Una bella muerte enaltece y honra la vida, incluso a una vida miserable o mediocre o mortificada… Morir en la lucha, morir en lucha por la Libertad-consciente-de-sí, por la revolución, por la liberación, por amor, por la belleza, por el arte7, por la justicia, por la verdad, por el saber, por la patria8… honra la vida, embellece la vida…; incluso tal muerte podría sugerir y aun probar, que se ha luchado, que se ha vivido por aquellos valores…, i.e., que se ha vivido auténticamente por ellos…; tal muerte vivifica la vida, le da vida a la vida…; tal muerte vivifica aun a la vida mortificada… La vida miserable y la muerte miserable no son para los mortales ninguna necesidad ni moral ni política… La vida heroica y la muerte heroica, la vida bella y la muerte bella, la vida sabia y la muerte sabia, también son posibilidades vitales de los mortales… La muerte no necesariamente debe humillar la vida, pues una bella muerte es fidelidad a la vida: al mundo y al propio corazón.
Una primera cuestión empero parece ser el saber morir a tiempo9, i.e., no morir tarde y mal, no vivir demasiado y al precio de la humillación de la dignidad moral. En la vejez la sentencia, a quien los dioses aman, muere joven, se revela con una nueva y nítida luz.
Pero la cuestión sobre todo parecería ser la de una vida, la de un proyecto de vida, que al menos en algunos momentos de la lucha por la vida, le arrebate al derrotismo, a la desmoralización, al desánimo, a la cobardía, a la mediocridad, a la estupidez, a la brutalidad, i.e., a la mortificación y a la muerte moral, algunos raptos, algunos jirones de gloria, de libertad, de esplendor, de erotismo, de grandeza, de felicidad y bienaventuranza…
§2
La virtud del sujeto que conoce y lucha
Vivir es caminar breve jornada.
Quevedo
.
Sólo merece libertad y vida,
quien diariamente debe conquistarlas.
Faust10
.
El saber es un momento esencial de la virtud, de la lucha humana por la vida humana (βιος), por la virtud humana contra todas las formas de inhumanidad. La virtud del saber supone al coraje de la verdad y al coraje de saber, por ejemplo, al coraje de la verdad y del saber de la muerte. El saber es así un momento indispensable de la lucha por la humanidad de los hombres. Autonomía y autenticidad, la una de la cabeza y la otra del corazón, es la hendíadis que nombra tanto a la virtud, como a su condición de posibilidad. La virtud –dicitur– es la excelencia, la plenitud, la exaltación, la consumación del ser-hombre, de la existencia humana… La lucha, por su parte, es la virtù del sujeto11… Hay empero tanto una virtud de la vida como una virtud de la muerte.
Está dicho: los seres humanos no tenemos “esencia”; tenemos, en cambio, una historia, un tiempo vivido subjetivamente; más aún “en esencia” somos puramente historia…; cada uno de los seres humanos que somos, no es otro ser que lo que ha hecho y hace con su vida y de su vida; somos solamente lo que reiteradamente hemos hecho en nuestras vidas (εξεις y πραξεις). Así autonomía y autenticidad son hábitos, caracteres morales, pero solamente del sujeto.
Sujeto son los oprimidos y reprimidos que luchan…, los que luchan por su emancipación…, los que luchan por su libertad y por su autenticidad, i.e., por la vida moral…12 Quienes no luchan, no son sujeto. Quien no lucha, tampoco es sujeto. Quien no lucha, pierde la vida, pierde la vida por nada… Quienes no luchan, son objetos, son pasivos objetos que toleran una dirección ajena… Pues, quien merece auténticamente el título de libre y autónomo, es sólo quien está dispuesto a ir hasta el fondo, i.e., a morir y a matar por su libertad…; libre y autónomo, es quien arriesga la vida por el reconocimiento13 de su libertad, quien lucha por la Libertad-consciente-de-sí… El amo no se rinde: lucha hasta la muerte pues no imagina vivir de rodillas. El señor no se rinde: lucha hasta la muerte pues no imagina vivir de rodillas. También necesariamente el sujeto, el Yo, ha de luchar por sí mismo contra sí mismo: contra su molicie, su derrotismo, su resignación, su miedo, sus tentaciones trasmundistas y serviles.
Los hombres en sus vidas a veces son agonistas y a veces agonizantes. Los hombres a veces con compostura pasan su vida y otras ésta los pasa hasta volverlos de forma pasiva en un simple pasado, en un simple y mero fue… Muchas veces en la lucha por la vida los hombres no viven, sólo sobreviven, sobreviven mortificados… La violencia social del capital, de los jerarcas estatales y eclesiásticos, de los opresores, favorece que muchos sólo luchen (no como sujetos) contra la muerte por sobrevivir, por el mero hecho de existir, por no morir…, sobreviven agonizantes por el sólo hecho de mantenerse vivos… También se suele vivir sólo por algunos mezquinos placeres, o por el dinero, o por la estúpida fama… En ciertas circunstancias históricas, también luchan contra el miedo, la angustia, el desasosiego, la desolación, la desesperación…
¿Qué tiene que perder, el que lucha, el agonista? ¿Qué tiene que ganar, el que lucha, el agonista? ¿Qué tiene que perder, el que sólo tiene para perder la vida (ζωη)? Pues así como existen la en-fermedad moral y las vidas mortificantes y mortificadas…, también existe la muerte moral del sujeto: la muerte de los que tienen muerta el alma y viven todavía14… Pues se puede no estar muerto sin estar por eso vivo… Se puede vivir agonizando desmoralizado, exangüe, desanimado, como un agonizante (no como sujeto)… Vivir auténticamente, intensamente, empero, supone luchar contra la en-fermedad moral…, contra la mortificación, el desánimo, el ánimo muerto o moribundo…, contra la propia degradación y la propia humillación…, contra la muerte moral, i.e., el derrotismo, la desmoralización, la resignación, la molicie, el resentimiento, la obsecuencia, el servilismo, la obscenidad, la ignominia, la abyección, la ignorancia y el ilusorio trasmundismo…
En fin, en ciertas circunstancias, los que pugnan por el título de valientes, también luchan con coraje por la vida buena y bella, por la autonomía y la autenticidad. A veces, los hombres que merecen el título de valientes y, mejor aún, de sujetos, luchan con coraje por la revolución, por la liberación, por la justicia, por la verdad, por el saber y la ciencia, por la belleza, por el amor, la patria, la Libertad-consciente-de-sí…, i.e., luchan por conquistas morales, por conquistar valores vitales. Así desprecian la muerte, desafían la muerte y a veces como agonistas la vencen…
El saber morir (ars moriendi) es una parte sustantiva del saber vivir (ética). Pues, como tan bien nos enseñara Sócrates, no se trata de vivir, sino de vivir bien, de luchar por la vida buena, bella y virtuosa… No se trata de vivir incondicionadamente o de forma más o menos humillante, sino sólo de vivir bella y virtuosamente15. De otra forma es preferible morir, dar la vida… Igualmente y por el contrario, no se trata de morir vencido por la pura fatalidad material del mecanismo del cuerpo, sino de morir bien y bellamente…, de darse una bella muerte, una muerte virtuosa y voluntaria… Así como es posible vivir bien y bellamente, y más aún, que esto sea un deber por el que haya que luchar, también es posible y también es un deber moral morir virtuosa y bellamente. Pues si no es posible vivir bien y bellamente, si no es posible vivir enérgica e intensamente, si no es posible vivir virtuosamente…, entonces más vale morir, morir bellamente…, más vale morir bien.
La Filosofía desde siempre pretende, intenta, trata de volver sabios16 acerca del vivir a sus cultores (ética)…; pretende volver reflexiva la vida…; intenta hacer saber cómo hay que vivir sabiamente y en qué consiste la vida buena… Pero no sólo eso… Una antigua y auténtica tradición define a la Filosofía también como aprendizaje de la muerte (ars moriendi), como preparación para la muerte, i.e., como saber morir… Filosofar es aprender a morir17. La Filosofía busca así sustraer a la muerte del horror de morir, de la fatalidad natural de la muerte, de la naturaleza y de la ley de las cosas…; la Filosofía sustrae también a la muerte y a la vida de la irracionalidad de la religión, del martirio religioso y de lo que motiva de forma irracional a vivir y a morir. La Filosofía busca así hacer que la muerte sea también un acto moral y, más aún, que sea la culminación moral de la vida.
Con ella compite hoy el actual saber médico: el de los médicos del cuerpo y los médicos del alma… Contra ella se han opuesto siempre las supersticiones del sacerdote trasmundista… Contra la vida y la muerte filosóficas… se plantearían la vida y la muerte científicas del médico o religiosas del sacerdote…
§3
La muerte ‘científica’ de los médicos
El saber médico, el arte de curar el cuerpo, y, si se quiere, también el de curar “el alma”, se encuentran colonizados. El materialismo metafísico, el biologismo, el cientificismo, el positivismo epistemológico o directamente la inconsciencia epistemológica, el mecanicismo explicativo y demostrativo, la reducción cientificista unilateral de todo saber a la tecnociencia y, lo más grave, el utilitarismo y el sensualismo éticos, generalmente inconscientes, suelen ser hoy los supuestos unilaterales, indiscutidos y operantes del saber y de las prácticas médicas. Casi ninguno de éstos son momentos esenciales para una práctica que se orienta por el fin moral de la salud (salus), en el sentido de la salus vitae…
El saber médico confunde lo que es la vida; confunde tercamente el bíos (βιος) con la zoé (ζωη). El saber médico finge un saber “científico” acerca de la vida y la muerte. El saber médico se obstina tercamente en la confusión del “vivir” con el “sobrevivir”, del vivir éticamente con la supervivencia vegetativa y biológica. El saber médico practica una ciencia autonomizada de los valores y los principios éticos vitales. El saber médico, en fin, ha devenido obscenamente una mercancía y además no pocas veces lo hacen cohabitar repugnantemente con la religión… Habituados y aun fascinados por la enfermedad y la muerte físicas, ciegos al estar enfermos y aun muertos moralmente…, la energía de vivir18, la lucha por la vida, la auténtica vida vitalista, la vida intensa, la vida moral, la vida buena y bella, y, sobre todo, la virtud moral que hace justos, bienaventurados y libres a los hombres, permanecen generalmente ignoradas o desatendidas por los hodiernos médicos (adaptativos) del cuerpo y del alma…
La autocomprensión del saber médico y del arte de curar ha transitado desde los contingentes consejos prudenciales y técnicos de un sabio a un paciente ignorante pero autónomo…, a las prescripciones paternalistas, despóticas y aun jerárquicas, que hasta tal punto borran la simetría de los sujetos racionales y libres, que se las cree eximidas hasta de dar razones de sus afirmaciones y sus recetas. Esto constituye una inmoralidad y una corrupción del saber médico, cuya manifestación más repugnante en la hodierna práctica médica es el prejuicio irracional, la creencia insensata de que hay que prolongar incondicionalmente la vida…, como si de lo que se tratara fuera de vivir simplemente y no de vivir bien…, como si cualquier vida incluso una vida completamente inmoral y abyecta mereciera ser vivida…, como si la enfermedad y la muerte morales no fueran peores que la buena muerte…, como si la humillación no fuera peor que la muerte…, como si por encima del vivir zoológica y aun vegetativamente no hubiera valores ni principios morales algunos…
Frente al argumento de autoridad de la ciencia y de la eficacia tecnocientífica, la respuesta suele ser la servidumbre voluntaria, i.e., la servidumbre de los que con toda precisión han de ser llamados “pacientes”, “pacientes médicos“… Los “pacientes” no luchan por su autonomía y su autenticidad, esto es, por la fidelidad a su cabeza y a su corazón, no viven (ζωειν) y mueren en consecuencia sus propias vidas y sus propias muertes, sino que viven y mueren pasivamente la vida y la muerte de los médicos…
§4
La muerte trasmundista de los sacerdotes
Hay algo peor. Pues también existe otra inmoralidad, un residuo macabro del pasado, todavía más repugnante…, una reliquia histórica: la muerte sacerdotal… La muerte de los sacerdotes se suele presentar en nuestros tiempos, obscenamente disfrazada de esa impostura que los hipócritas llaman Bioética… El sacerdote, i.e., el mentiroso, el hipócrita, el impostor que se escuda en la piel de cordero, no sólo se cree con un saber revelado ab alto, no sólo se cree y hace creer que él sabe cómo se debe vivir, sino también cómo se debe morir… Más: hace creer sus hueros galimatías a los simples crédulos, a los exangües desesperados…; el sacerdote, el ilusionista trasmundista, finge frente a los desesperados un saber de salvación ultrahumano, i.e., inhumano, y a tal efecto suministra hasta la repugnancia el estupefaciente religioso… Más aún: el sacerdote se cree con derecho a imponer coactivamente sus creencias y opiniones. Pujan, pugnan y generalmente imponen por vía del Estado Güelfo sus creencias inmorales, pues hacen creer y se creen jerárquicamente superiores a los ciudadanos autónomos.
Kant advertía y denunciaba que la más repudiable de todas las minorías de edad era la minoría de edad religiosa… En efecto, el sacerdote exige como pastor tener autoridad moral sobre “su” feligresía, i.e., sobre “su” rebaño, sobre los borregos y las borregas de “su” grey…, pretende la obediencia a sus consejos y a sus órdenes… y aun pretende inmoralmente sustituir la propia conciencia moral (Gewissen)… Los borregos y las borregas de la grey, por su parte, no luchan, no son sujetos morales, no luchan ni por su autonomía ni por su autenticidad: bobamente y boquiabiertos siguen pasivamente las prescripciones sacerdotales.
Pero fue Nietzsche el que tuvo más lucidez y aun toda la clarividencia necesaria para comprender el espécimen corrupto y corruptor del sacerdote. Nietzsche, con razón, sostiene que el sacerdote es el principal negador, el calumniador, el envenenador de la vida. Especialmente, el sacerdote cristiano. El cristianismo es la religión de todo lo-que-se-arrastra-por-el-suelo… El sacerdote domina mediante la invención del pecado. Se debe padecer moral y físicamente, se debe sufrir de tal manera que en todo momento se necesite de ese cruel opresor: el sacerdote… Los piadosos crédulos de otro tiempo, del pasado, merecen una benévola compasión…; en cambio, los creyentes de hoy saben, el hombre moderno sabe…, de ahí que merezcan el desprecio… El sacerdote miente, descaradamente miente… El papa miente, el obispo miente, el confesor miente… El sacerdote es la especie de parásito más peligrosa, la auténtica araña venenosa que desangra, que deja exangüe a la vida. La especie más viciosa de hombre es el sacerdote… Y, sin embargo, quiere erigirse en el tutor y aun en el señor de nuestras vidas y de nuestras muertes.
El sacerdote, el enemigo de la ciencia, miente, miente a sabiendas, miente deliberadamente… Dice que es Dios, el que da la vida y quita la vida, de modo que los vivientes tienen una vida prestada… y la vida así no es de cada uno, sino de Dios… No sólo eso: Dios, la causa de la vida y de la muerte físicas, sería además el que decide e influye en la vida ética de los hombres. También el sacerdote confunde tercamente el bíos (βιος) con la zoé (ζωη). Mientras el médico empero posee un saber científicamente verdadero y técnicamente eficaz, el sacerdote, el impostor, posee un saber científicamente falso y técnicamente ineficaz.
Frente a las mentiras deliberadas, frente a las falsedades, frente a los consejos falsos y las órdenes inmorales, sin embargo, muchos crédulos, muchos exangües desesperados que no pueden resolver humanamente sus cuitas, se vuelven por vía de la ilusión religiosa y la consecuente servidumbre voluntaria, más que en genuflexos menores de edad, en borregos y borregas, una grey obediente a las amenazas y al báculo del pastor.
§5
La muerte filosófica
¿Es posible morir moralmente? ¿Es posible una muerte moral? Con toda certeza, el suicidio, i.e., la muerte voluntaria, es entre otras la más evidente… El suicidio es la muerte decidida, deliberada, elegida por el Yo en tanto sujeto de su vida. El suicidio es una muerte moral, porque es una muerte éticamente autónoma, oriunda de la autonomía del Yo, del sujeto moral; no es la muerte del sujeto físico de la vida natural (ζωη). El suicidio es el acto supremo y final de la libertad y de la autonomía que es realizado contra la ciega inclinación puramente natural y sensual de vivir (ζωη). Aún más: el suicidio es la expresión suprema de la autodeterminación del hombre. El Yo, el sujeto, quiere morir…, se quita la vida…, se da muerte por mano propia… El Yo es el principio activo, el responsable, el principio del movimiento (sujeto) de las acciones en general. Y así también en el suicidio es el Yo el principio auténticamente moral de la muerte contra la fuerza puramente instintiva de vivir: el suicidio es la muerte libre. El suicidio encuentra su fundamento también en la dignidad moral del hombre, i.e., en su autonomía, en su libertad, en su autenticidad: el suicidio es la digna muerte de un sujeto moralmente digno.
Con el suicidio definitivamente la muerte deja de ser una pura fatalidad de la naturaleza. Mejor aún: la muerte deja de parecer un algo, un puro algo: algo incognoscible, algo temible, algo horrible, algo ajeno y hostil, algo extraño y exterior a la vida, algo que les sobreviene a los mortales de afuera, inesperadamente, como una potencia ominosa, como un poder invencible, contrario y externo, que finalmente humilla al sujeto en cuanto sujeto moral. La muerte entonces deja de ser lo otro exterior temido, lo otro extraño enajenado e irreconocible y aun lo otro terrible o sombrío de la vida: ese otro que el sujeto sólo tendría que sufrir pasivamente. El suicidio desmiente drásticamente las falsas representaciones corrientes y dominantes, las falsas representaciones vulgares, de que la muerte debe ser negada y evitada, incluso en la simple fantasía de la desesperación; de que no debe ser querida voluntariamente; de que ella no es esencial y constitutiva de la vida ética (βιος) de los mortales. El suicidio, pues, vuelve lúcidamente reflexivas tanto a la vida como a la muerte.
Con el suicidio, el Yo -en tanto sujeto activo, espontáneo y libre- se apropia de la muerte y la hace suya, la vuelve su muerte: la muerte suicida es la muerte para-sí, la muerte propia, la muerte mía. Así la muerte se vuelve otro acto vital más, otro acto biográfico más: un acto propio de la vitalidad del sujeto moral. La muerte en el suicidio se reconcilia con la vida. La mortalidad de los mortales, la mortalidad de la vida de los mortales, la finitud, su ser-para-la-muerte, se tornan en el suicidio un acto querido: una elección racional y libre. La mortalidad y la vitalidad en el suicidio se reconcilian finalmente como partes integrantes e indisociables de la vida ética del sujeto.
El Yo, el sujeto, i.e., el señor de su vida (βιος), llega a ser en el suicidio también señor de su muerte19. El señor es amo y señor de su propia vida y de su propia muerte. El suicidio es la evidencia del dominio de la vida (βιος) sobre la muerte: el suicida de-rrota la fatalidad de la muerte y así la vida moral triunfa sobre la pura muerte natural. Pues, paradójicamente, el suicidio es el desprecio a la muerte, sobre todo, el desprecio a la angustia y al miedo a la muerte…, y no el desprecio a la vida… Pues el suicidio es un acto del coraje del sujeto, del Yo, la liberación del miedo y la angustia infundados. El suicidio es la liberación del taedium vitae, de la vida inmoral, i.e., de la vida no querida, indigna… El suicido le quita la humillación a la vida involuntaria… a la que el sujeto le repone su señorío moral.
El suicidio es, en fin, el triunfo de la vida sobre la muerte extemporánea… Es la voluntad de morir a tiempo… El suicida sabe cuándo debe morir, sabe -según su propio juicio- morir a tiempo…
Por el suicidio, la muerte elegida, la muerte se vuelve plenamente mía, se vuelve mi muerte.
El suicidio es morir vivo, es muerte de la muerte, es vida.
En fin, el suicidio, dicitur, es la muerte del filósofo, la muerte filosófica.
§ 6
Una muerte humana
También el suicidio, i.e., la muerte autónoma, la muerte querida, distingue la muerte de los hombres de la muerte de las bestias, de la de los animales carentes de voluntad y razón.
La una consuma el bíos (βιος) de acuerdo con la voluntad del sujeto, del Yo; la otra, interrumpe el continuum de la zoé (ζωη). La muerte puede ser bien un acontecimiento biográfico, i.e., gobernado moralmente; o bien, puede ser la interrupción de un episodio zoológico, vegetativo, simplemente biológico, natural, i.e., gobernado por las leyes forzosas de la naturaleza, de la enfermedad y de la descomposición y la corrupción de los cuerpos vegetativos y animales. La una se produce por causa de la libertad; la otra, por la causalidad mecánica de la naturaleza. La una corresponde a la vida entendida como βιος; la otra corresponde a la vida entendida como ζωη. O bien, los protagonistas son la vida, la acción y el Yo; o bien, los protagonistas son la muerte, la naturaleza, los movimientos mecánicos del cuerpo autonomizado y lo Otro.
La vida, el vivir propiamente humano, empero, consiste en vivir, no en sobrevivir; consiste en el bíos, en el vitalista querer vivir, en el ardor por la vida, en la intensidad, i.e., en la voluntad autónoma de vida. En el suicidio el βιος triunfa gloriosamente sobre la derrota de la ζωη, sobre la supervivencia puramente biológica del mecanismo del cuerpo. Ya no se prolonga forzadamente la vida. Ya no se perdura vivo sin sentido, por la simple razón de que no se está muerto. El Yo, el sujeto, muere su muerte, su muerte moral; no la muerte de la naturaleza, ni la muerte accidental, ni la de los sacerdotes, ni la muerte de los médicos. El Yo, el sujeto, muere su propia muerte, una muerte racional…: el suicidio es una muerte auténtica y propiamente humana.
Áyax, Yocasta, Hemón, Dido, Lucrecia, Empédokles, Zenón, Cleantes, Catón, Bruto, Séneca, Romeo, Julieta, Werther, Virginia, Vincent v G, Alfonsina, Leopoldo, Leandro, Lisandro, Horacio, Paul, Walter B, Pablo…
§ 7
La fatalidad de la muerte
El destino es uno mismo visto como un Otro.
Hegel
Casi nunca la muerte se presenta a los mortales como una acción consciente y deliberada más, i.e., querida y lúcidamente perteneciente al todo de la vida ética (βιος) del sujeto… Por el contrario, por lo general es un suceso ciego y forzoso que el sujeto padece y sufre de forma casi humillante. Aparece como el resultado fatal de la vejez, del cuerpo viejo, de la esencial corrupción del cuerpo animal, de la putrefacción de los movimientos mecánicos del cuerpo automático, del automatismo corporal, de la descomposición del mecanismo del cuerpo físico… La muerte generalmente se presenta como la simple extinción de la vida… La muerte es la necesidad de los trastornos y de la fatiga del cuerpo: su forzoso debilitamiento, su fatal extenuación, casi siempre involuntaria y no querida…. La muerte aparece también como el signo más evidente de la finitud…, de la corrupción esencial del mecanismo de la carne… de los pretextos misantrópicos del sacerdote hematófago…
El cuerpo, enfermo, mortificado, moribundo, se presenta entonces descontrolado y enajenado de la voluntad moral del sujeto. El cuerpo aparece en contradicción con el Yo y con su voluntad; autonomizado, extrañado, aparece así como algo inmoral que ya no responde dócil a la soberanía del Yo sobre sí mismo. Por el contrario, el cuerpo se desploma por su propia gravedad natural, abatido por las fuerzas heterónomas del no-Yo en un vórtice caótico sin finalidad moral alguna…; se derrumba por su propia descomposición, por su propia vejez, por su propia debilidad, por su propia in-validez, por su propia en-fermedad…; en síntesis: el cuerpo descompuesto se desmorona por el motor exterior de una causa mecánica.
Así pues, parece que el cuerpo derrota al Yo… En la hora de la muerte, el Yo experimenta que sólo puede sufrir y humildemente padecer la acción degradante de un agente exterior y heterónomo, de una causa que no es su propia libertad ni su propio deseo. Entonces, parece que el Yo, al no ser ya soberano de sí mismo, no es más sujeto. Perdida la autonomía y la disposición moral de sí mismo, el Yo, el sujeto (normativamente espontáneo, libre y auténtico), pierde también el orgullo, la autoestima, la compostura, la alegría y la satisfacción de ser y de existir… Así pues, también el sujeto parece que muere…, pues experimenta su propia muerte como algo fuera de su propio control y dominio, como algo contrario a su voluntad, como una humillación a su dignidad de espíritu libre, y por eso, como algo horrible e indeseable. Así, la muerte es temida; produce miedo y angustia…, y se muere de miedo…, y se recurre a Dios, a la idolatría y a la superstición…y se finge “haber sido llamado por Dios”, i.e., por esa mala caricatura del padre… La muerte aparece pues como lo contrario de la propia vida (βιος), como su anonadamiento heterónomo, como su aniquilación externa, como un adversario; aparece definitivamente: como lo no querido… lo carente de toda moralidad… La muerte así nos volvería víctimas de una extraña coacción violenta, de una extraña humillación inmoral, indigna. La muerte, enajenada y no reconocida por el sujeto como el sí mismo, parece un otro del Yo, un no-Yo.
§ 8
Muertes moralmente elogiables
Pero el Yo no necesariamente debe ser un cómplice de la fatalidad, ni del inconsciente mecanismo de la naturaleza, ni de la ciega naturaleza de las cosas, ni de la fatiga y la descomposición. La potencia omnidestructiva, la actividad negativa del sujeto, i.e., el Yo, siempre puede decir no… El Yo siempre puede negar. Decir no es decir Yo. El Yo siempre puede rebelarse y pelear. El Yo siempre puede luchar…, incluso contra la muerte misma y obligarla al reconocimiento moral20 del sujeto libre. El Yo, en fin, siempre puede obligar al mecanismo de la naturaleza a reconciliarse con la voluntad moral del sujeto. La complicidad del Yo con su propia reificación, con su propia cosificación no es ninguna necesidad…; es, por el contrario, sólo una posibilidad entre tantas también ella electiva…; mejor: la complicidad es una posibilidad moralmente inexplicable y aun injustificable…; se trata, más bien, de un caso más de la servidumbre voluntaria…
Tal como fue llamada por los antiguos y desde entonces se ha vuelto un topos, un locus clasicus, la muerte puede ser muerte voluntaria, i.e., elegida… y no sólo como amor fati… La muerte puede ser un acto autónomo y por eso oriundo de la dignidad moral del Yo soberano, i.e., del sujeto.
El amo de sí mismo no se rinde. El señor de sí mismo no se rinde. Hay que asumir, hay que prepararse, hay que estar siempre preparado y, con coraje, listo… Hay que arrostrar y aun despreciar la muerte… Es posible morir luchando…, morir en la lucha…, sobre todo, en la lucha por la Libertad-consciente-de-sí… También es posible decir basta y no. Es posible “con gloria morir”…, la muerte heroica o por amor o por devoción (devotio) o por honor o por pudor o por honra o por el martirio y el sacrificio de una causa moral… Y también es posible la muerte plena… con la consciencia del deber cumplido, de haber llegado a ser el que era… Es posible, en fin, la muerte en paz consigo mismo y con el mundo… En síntesis: es posible (y aun es un deber moral) morir bien.
§ 9
El suicidio como acción pasional
El suicidio puede ser dictado por la autenticidad del propio temple del ánimo, por el propio corazón. Destrozando, arrancando el propio corazón, el suicida puede proclamar: ecce cor meum. Así el suicidio es una acción afectivamente motivada por la desesperación. La esperanza, a diferencia de la ilusión, es una pasión racional. Análogamente, la desesperación también es esa pasión racional, por la que se vuelve evidente, que ya no hay nada más bueno que esperar. En el suicidio el sujeto quiere morir, porque quiere vivir éticamente y no sobrevivir sin ninguna causa moral y sin ninguna finalidad moral. Entonces, el suicidio es un acto fundado en la inexorable intimidad del sujeto, en la atención a la pureza del corazón. Entonces el suicidio es un acto auténtico, un acto fundado en la autenticidad del sujeto, en la fidelidad del sujeto con su propio corazón. El suicida decide morir voluntariamente, porque no quiere vivir más, o no quiere vivir más así, o porque vivir para él ya no tiene más un sentido moral.
§ 10
El suicidio como acción racional con respecto a valores
Pero el suicidio es sobre todo una acción racional respecto a valores, a valores morales. Así ésta se determina y presenta como drásticamente distinta del decisionismo; y sobre todo de las acciones motivadas por el cálculo utilitario de los costos y beneficios de las acciones; y de las motivadas por el placer, por la inclinación sensual, por el mero instinto de vivir, por las que se realizan en vista a la supervivencia física, a preservar la existencia simplemente biológica de la vida por sobre todos los otros valores morales, como si la vida (ζωη) fuese el supremo valor moral de los mortales, como si no se la pudiera y aun se la debiera sacrificar por otros valores moralmente más valiosos.
El suicida sabe ahora por la razón que la vida animal (ζωη) no es el supremo bien y valor de la vida ética y moral (βιος)… Ciertamente la vida es un bien por sí mismo y no por otro. Pero no es el bien supremo. Ya hemos hablado de Hermias y de Sócrates y de otros; demos otros ejemplos. Como los mártires de la Revolución (Marat, Castelli, Guevara, etc.), es posible proclamar sensatamente y con ardor: Libertad o Muerte; Patria o Muerte; Coronados de gloria vivamos / o juremos con gloria morir…, etc.
§ 11
Inmortalitas per ora virum y de las Musas
Es necesario desencantar, secularizar, el concepto corriente de lo sagrado y lo profano, para reclamarlo para la Tierra, para rescatar una vez más de la usurpación religiosa lo humano, lo propio del hombre.
Lo sagrado, dicitur, es lo contrario de lo profano. Profano es aquello de lo que uno se sirve en la vida, lo que usa y se vale para poder existir, para subsistir, para reproducir las condiciones materiales de la vida, y aun para poder vivir bien (ζωη και βιος): lo profano es medio para el vivir. Sagrado, en cambio, es aquello a lo que uno sirve en la vida, lo que uno le entrega y le da la vida, aquello que vale por sí mismo, aquello que vale más que la vida (ζωη), aquello que le da a la vida humana (βιος) valor intrínseco, aquello que es la causa moral y el fin moral por y para los que se vive. Sagrado es lo racional, el argumento y la Razón (Λογος), como la facultad de lo incondicionado y lo incondicionado mismo: la Libertad-consciente-de-sí, el saber, el amor, la amistad, la felicidad, la virtud, el arte, la patria, la revolución, la justicia y, sobre todo, la autonomía. Como se tiene dicho, ¡Libertad, Libertad! es, sobre todo y como con frecuencia se repite, el grito sagrado.
Lo sagrado, pues sustrae a la vida del episodio puramente natural de existir para volverlo un acontecimiento y aun un suceso moral. Lo sagrado hace que la vida merezca ser vivida, que la vida se vuelva algo digno de ser vivido.
En fin, sacri-ficar es hacer, es autónoma y auténticamente volver algo sagrado. El sacrificio supone la lucha y no sólo y necesariamente la lucha del Yo, del sujeto, en-sí-mismo y consigo-mismo; también puede llevar a la lucha con otros y con cosas. El sacrificio implica la labor, el trabajo, el esfuerzo, la abnegación, la paciencia, la devoción, el desprecio al sufrimiento y a la muerte. El sacrificio incluso puede llevar a la muerte, de modo que se sacrifica la vida biológica (ζωη) a aquello por lo que y para lo que se vive y por lo que y para lo que merece ser vivida la vida (βιος). En el suicidio, por su parte, el sujeto moral decide auto sacrificarse: el suicidio es un sacrificio extremo, es decir, mortal.
Los que han sacrificado sus vidas por la virtud, los que han sacrificado sus vidas por hazañas, los que han sacrificado sus vidas por una obra, merecen admiración y muchas veces también gratitud. Ahí están, digamos, Beethoven, Mozart, Shakespeare, Kant… El amo no se rinde ni deserta, lucha hasta el final; tampoco muere, pasa a la eternidad. Muchos hombres virtuosos pues han conseguido derrotar a la muerte, han conseguido la inmortalitas per ora hominum, la inmortalidad por obra y gracia de las Musas, pues quien deja tras de sí hazañas u obras, motiva a las Musas, a las diosas de la Memoria, y consiguen la inmortalitas per ora hominum…
§ 12
La crítica filosófica de la risa
La consciencia de la muerte, la consciencia de la inminencia de la muerte, torna grave y serio al sabio estoico: la muerte es una tragedia que con serenidad y templanza, que con sabiduría, habrá de ser arrostrada… Pero a la catarsis trágica le sobreviene, anticuo more, la sátira, la farsa y la comedia, i.e., la crítica de la risa…
La vida es bella…
¡Abramos una botella!
Y más bella todavía,
Si la dejamos vacía…
Un antídoto, un recurso para combatir la angustia y el temor a la muerte es representarla. La representación desdramatiza la muerte. El ícono de la Muerte, la loca de la guadaña, la diviniza y, al mismo tiempo, la humaniza…; en verdad, la vuelve humana, demasiado humana… y así ayuda a despreciarla… y más aún: ayuda incluso a ridiculizarla…
Así paródicamente re-presentada, la Muerte se nos presenta muy mal entrazada… Es un genuino esperpento, quizá porque (dicen) se alimenta sólo de fiambres… Está demasiado flaca y es demasiado huesuda… Está demasiado pálida y es excesivamente cadavérica y espectral… Se ríe tan poco y tan mal que con honestidad habría que concluir que la risa no es para su boca… Se la ve tan descarnada, tan poco atractiva, tan poco sensual, tan poco seductora… Carece hasta tal punto de encanto y tiene tan poco misterio que parece tonta y trivial… Baila y se mueve mal…; en verdad, baila y se mueve tan mal que no consigue que nadie la saque a bailar… Además huele mal, es definitivamente hedionda… Es fea, demasiado fea, excesivamente fea, seguramente a casi todos les parece horrible… Si fuera bien conocida, todos la despreciarían, pues ¿quién podría desearla? Por otra parte, de flaca y pálida que está, se muestra débil y frágil…; en realidad, es muy débil, es demasiado débil, de modo que no parece ni poderosa ni terrible… Incluso en el rapto de la ira y de la violencia se la percibe vulnerable, tan quebradiza que parece que con un solo golpe se desparramaría… La guadaña, después de todo, no es un arma definitivamente letal ni ofensiva…, es el arma vicaria de un campesino… En fin, la Muerte, la flaca, la loca de la guadaña…, se muestra como una vieja grotesca, una vieja ridícula… Entonces la Muerte muere de risa… Después de todo la nada, nada es…
La vida en cambio es bella… y tabulae vincitur risu…
§13
Filosofía o la crítica de la muerte
Phrónesis. Sin la más mínima duda: la Filosofía debe prohibirse el ser edificante… Ella, sin embargo, la hija dilecta del Λογος, ese dios mortal, no puede ni debe permanecer muda respecto de la muerte y de la vida que es lo que en definitiva importa, aun cuando nunca pudiera satisfacer enteramente el loable programa de die strenge Wissenschaft… Pues la Filosofía tampoco puede ni debe abandonar a la phrónesis en general, como si sólo fuera el campo de lo puramente opinable, como si sólo fuera un mero campo mostrenco e inculto que hollan y asuelan los filodoxos, los fanáticos y aun los violentos irracionalistas… También los territorios de lo contingente y sobre todo de lo intersubjetivo (autoconsciencia), i.e., de la phrónesis, deben ser revindicados como legítimos dominios de la Filosofía. Tanto más que de ser edificante, empero, la Filosofía debe cuidarse de contrabandear, de disfrazar, por dar sólo un ejemplo, de Ontología fundamental y de Analítica existenciaria del Dasein (jerga de la autenticidad), lo que con toda evidencia son prescripciones prácticas y aun las decisiones (Entscheidungen) de un decisionista… No habría que olvidar nunca que la Razón es legisladora y que existe una prioridad no sólo de iure de la Razón práctica sobre la Razón teórica, sino también de facto…
Cuestiones. Filosofar es aprender a morir. Como se ha dicho, una antigua y auténtica tradición de la Filosofía la define correctamente como aprendizaje de la muerte (ars moriendi), como preparación para la muerte, i.e., como saber morir… Ahora bien, ¿cómo aprender a morir?, ¿cómo prepararse para la muerte?, ¿cómo arrostrar la muerte sin paralizar la Tathandlung del sujeto? En fin, ¿cómo saber morir? La respuesta está a la mano: por la cabeza y por el corazón, los dos órganos de la Filosofía. Como al todo del ente (παντα τα οντα), descubriendo las celadas del sacerdote y por la vía de la razón, de la experiencia y por la apertura de mundo de los temples de ánimo (Stimmungen) que se engavillan todas en el Λογος. Pero, ¿qué habría que entender en este caso por razón, temple de ánimo y, sobre todo, por experiencia? Y ante todo ¿qué referente tendría el sintagma “lenguaje de la muerte”? Y en estos trances, de entrada y honestamente, ¿no debieran confesar una vez más con Aristóteles, los que no quieren ser confundidos con los filodoxos, i.e., los filósofos, que también ellos son filomûthos? En este caso ¿los filósofos no marchan tras las huellas de los poetas?
Metafilosofía. La Filosofía en general, y especialmente la Filosofía de la Muerte, supone la voluntad de saber y el coraje de saber, supone la voluntad de la verdad y el coraje de la verdad, supone, en fin, la voluntad y el coraje de la consciencia y de la autoconsciencia. Somos mortales…, esto empero no conlleva inmediatamente que tengamos consciencia de ser mortal, que hayamos tomado consciencia de nuestra mortalidad constitutiva, y menos aún que tengamos la disposición de la autoconsciencia de la mortalidad. La Filosofía de la muerte es también crítica y reflexión, en este caso, acerca de una necesidad ontológica, una fatalidad natural, que puede (no necesariamente) llegar a humillar al Yo, al sujeto, sometiéndolo a la causalidad mecánica de todos los cuerpos físicos, i.e., arrebatándole su libertad. La muerte así no sería un acto moral, sino un trastorno de los movimientos corporales mecánicos que se producen independientemente de la voluntad, que se producen en-mí y no por-mí. Y, tenemos dicho, una vida sin libertad no es vida. La misión de la Filosofía de la muerte es arrebatarle a la Física y a la Biología nuestra muerte para confiársela a la Ética, i.e., a una filosofía de la praxis inmunizada del estupefaciente religioso. La Filosofía tiene la misión de transformar al trastorno del movimiento vital de un cuerpo en un acto moral y, más aún, que sea éste la culminación moral de la vida.
La misión. Así pues, la misión de la Filosofía de la muerte, i.e., de la meditatio mortis, es conjurar la muerte, es domesticar la muerte, es volverla reflexiva por vía de la crítica y así volverla mía. La Filosofía tiene pues la tarea y aun la misión de triunfar sobre la angustia, el miedo, la mortificación, la desesperación, i.e., sobre la muerte y su prole.
El desencuentro del extraviado. La desesperación, el miedo, la angustia, la derelicción, escinden, apartan al Yo del Yo; lo sacan de la intimidad del sí mismo; lo arrancan de su mundo vital; lo sumen en el sufrimiento; conturban la interioridad hasta volverla en una revuelta repugnante e intolerable; en fin, lo paralizan y lo vuelven pasivo. La muerte y la prole de la muerte desencajan al Yo, enervan su fortaleza, amenazan el autodominio y la soberanía de sí mismo sobre sí mismo, humillan su autoestima (ϕιλαυτια). El Yo se ve tentado por la enajenación y la alienación, por la fantasía desdichada del Otro, del Otro inefable e impensable que se finge poderoso y fuerte; se siente tentado por la ilusión denigratoria y servil del Otro y la jerga del “salto”. La Filosofía debe rescatar al Yo del vórtice de lo Otro, del Otro y aun de la ficción de lo Otro irreductible. La Filosofía debe superar la desdicha y la consciencia desdichada…
Autenticidad. Sin embargo, el tomar en serio a la muerte, la experiencia de la nada y de la muerte sin el recurso a la ilusión del Otro resultan ser experiencias vitales éticamente relevantes. El miedo, la angustia, la derelicción radicales -al conturbar, desencajar y extrañar al Yo de sí mismo y de su mundo- conducen casi siempre a un renacimiento vital del sujeto, dan la ocasión de la περιαγωγη y de la salida de la caverna. La radical experiencia de la muerte, la conciencia de la inminencia de la muerte, producen casi necesariamente una conversión moral del sujeto: la auténtica vida ética comienza tras haber arrostrado la muerte.
Ερως. La misión de la Filosofía de la muerte es rescatar a ese Yo moralmente convertido, que ha vuelto reflexiva a la muerte como un momento de sí mismo. Entonces la angustia y el miedo no pueden impedir ni incluso obstaculizar al Eros: al amor, al trabajo, a las obras, ni tampoco a las hazañas de quienes han arrostrado la muerte, porque la desprecian y no la temen. La Filosofía de la muerte debería poder restituirle al Yo sus derechos, su soberanía, su honor, la libertad-consciente-de-sí y el orgullo de existir.
Los enemigos y lo opuesto de la vida. Pues, ¿acaso lo peor que nos puede suceder a nosotros, los mortales, es morir? ¿Acaso lo que debemos temer nosotros, los mortales, es a la muerte? ¿Acaso hay que temerle a la muerte? ¿Acaso no hay muchas cosas más que son más terribles que la muerte? ¿Acaso (por ejemplo) no debiéramos temer más a la tortura que nos reduciría a delatores? Sin embargo, a lo que parece que hay que temer, no es a la muerte, sino a una vida indigna, a una muerte indigna, a la humillación… Éstas son los enemigos y lo opuesto de la vida, no la muerte. Una conclusión de la Filosofía de la muerte es que ni el vivir ni el morir son fines incondicionados, sino que como toda acción, se hallan moralmente condicionados.
Coraje. La virtud del coraje es el desprecio al sufrimiento y a la muerte. El que desprecia la muerte y al sufrimiento parece que ya no teme más a nada o que estaría mejor preparado para no temer. Los que se saben morituri, arriesgan la vida, ponen sus vidas en peligro, no la acumulan, no la ahorran, no la revalorizan, sino que la juegan. La Libertad-consciente-de-sí, que se sabe como una conquista moral de la lucha, incluso de la lucha a muerte, implica al coraje. Libre es el que tiene el coraje de estar dispuesto a morir y que por la Libertad desprecia la muerte y arriesga la vida, pues sabe que una vida sin libertad, no es vida.
Después de todo, ¿por qué alguien preferiría vivir a la muerte? Resulta obvio: porque se puede vivir bien….21 Por cierto, sólo hay un problema filosófico ciertamente serio: el suicidio, saber si la propia vida merece o no ser vivida…22
Verano de 2009
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*Este 20 de febrero de 2021 se cumple el primer aniversario de la muerte del Profesor Gustavo Lambruschini. En su memoria compartimos este texto de su autoría que fue enviado por su familia a la redacción de 170Escalones.
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1 Denn alles, was entsteht, / Ist wert, daß es zu grunde geht.
2 La commemoratio mortis y el memento mori.
3 Quevedo
4 (…) It is a tale / told by an idiot, full of sound and fury, / signifying nothing.
5 Quevedo.
6 La vida de un hombre no sólo se evalúa o mide por lo que deja sino también por lo que se lleva…
7 Vissi d’Arte, vissi d’Amore…
8 La Patria no es Blut und Grund; son las Leyes, la lex-logos. Mi Patria es la Filosofía, es la Μουσικη.
9 Nietzsche.
10 Nur der verdient sich Freiheit wie das Leben, der täglich sie erobern muβ.
11 Machiavelli.
12 Así pues, los opresores no son sub-iectum; son parásitos, seres en-otros, seres por-otros y sólo como privilegiados seres para-sí.
13 Anerkennung.
14 Espronceda.
15 Καλλως ζην.
16 ϕρονιμοι
17 Montaigne.
18 Ενεργεια.
19 Εγκρατεια.
20 Anerkennug.
21 Aristóteles.
22 Camus.
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