3 de diciembre de 2024

Silencios sobre el agua

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS SEBASTIÁN RUSSO BAUTISTA

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Pablo Moreno vivió toda su vida en las islas del Delta. Fue lanchero, casero y hoy, con más de 70 años, es almacenero, pero como muchxs islerxs trabajó y tuvo múltiples oficios, así como experiencias y vivencias. Del recuerdo añorante de su infancia, los largos viajes a botador al Puerto de Frutos en familia, los nacimientos y festejos junto a lancheros y maestras, a circunstancias tristes y horrorosas, de la muerte de su padre en el río al terror aún en la voz cuando narra los gritos de aquellxs que eran arrojadxs de helicópteros en plena dictadura. Moreno fue testigo involuntario de las prácticas terroríficas de un gobierno de facto. Las marcas de aquellos momentos no solo perduran sino que se extienden en la isla, bajo un manto de silencio. Su vitalidad, su afán conversador y narrador de historias, se entremezclan con datos de precisión barrosa, ojos brillosos y un cuerpo cansado, con los que cada mañana llega hasta Tigre en búsqueda de mercadería para su almacén, el que está a un costado de su casa, donde vive con su hijo, rodeado de jazmines, en el barrio la Raquel II de la primera sección del Delta.

 

 

I

¿Dónde naciste?

Nací en el Hospital de San Fernando. A los dos o tres días me trajeron a la isla. Nuestra primera vivienda fue en el arroyo Las Tarariras. Cuando éramos chicos, al arroyo Las víboras (ahora se llama canal Mitre) venía un barco de Gendarmería, para los seis, siete chicos de la isla, a dar clases. No había escuela. Tampoco había radio, ni teléfono, nada. Cuando arrancó la escuela, venía una maestra que a las 8 salía de Tigre y llegaba a las 9 y media. Empezó con siete chicos. Y tomaba la lancha de vuelta a las 5 de la tarde y llegaba a Tigre a las 7. Todos los días. Llueva o truene venía igual. No fallaba nunca, era como Sarmiento. Nosotros vivíamos en el arroyo Las Tarariras, y cuando tenía 7 años papá dice: «ustedes tienen que ir a la escuela». Era un trecho largo para ir en bote remando. Entonces papá arregló con un señor y compró un terreno en el arroyo El hambriento, cercano a la escuela. Nosotros somos cuatro. Yo soy el segundo. Íbamos los tres más grandes a la escuela a remo. Pobrecita mi vieja, sufría.

 

¿Cómo era la escuela?

Un estilo cabildo, con una galería y ventanas de arcos. Después la tiraron abajo, era vieja, construida por 1912. En la escuela había tres salones donde iban 250 chicos, ya no entraban más. Pasando el tiempo, los hijos míos fueron a esa misma escuela[1]. Enfrente había un viejo almacén, El fondeadero (aun abierto). Y cuando tenía 28 años pasé a ser el presidente de la cooperadora, de lo que pasó a llamarse Escuela Nueva.

 

¿A qué se dedicaba tu padre?

Papa hacía de todo: cazaba nutrias, hacía monte, juntaba junco en verano, hacía formio, cortaba caña. Era un jornalero del Delta. Antes se vendía todo. En Las tarariras el terreno era grande, de mi abuelo, teníamos limones, y vendíamos todo en el Puerto de frutos.

 

¿Estaban lejos?

Sí ¿Sabe cómo veníamos? A botador. Un palo largo con el que te empujabas y así tardamos 6 o 7 horas para llegar a Tigre, al canal de San Fernando. Salíamos a la mañana. Mamá preparaba, para tomar mate en el camino, un fogoncito a leña. Era una embarcación grande, íbamos desayunando, por el camino se hacían las compras, se vendía todo los que se llevaba: cañas, formio, juncos para hacer cortinas.

 

¿Qué es el formio?

Es una planta con hoja verde. Larga, para hacer soga. El formio desapareció cuando apareció el plástico. Anteriormente las sogas eran todas de formio, incluso las alpargatas, que eran tejidas con formio. La fábrica de formio estaba en el Miní. Uno les llevaba los formios y los hilaban todo. Hoy día, quién se va a poner una alpargata de formio.

 

¿Tu madre?

Mi madre era hija de gallegos. Su padre era Miguel Hernández, un gallego de Cataluña (sic) muy rebelde. Su tío era sacerdote y él odiaba a los sacerdotes. El padre de mi abuelo tenía ganado, vacas, y antes venían en los barcos el ganado en bruto. Un día se peleó con el padre, y se fue al puerto, se metió entre las vacas y así cruzó a la Argentina. Vino acá a los 14 años. Empezó a trabajar de lo que fuera y pudiera, como inmigrante gallego que era. Mi abuela, la madre de mi mamá, vivía en el Miní con 5 hijos. Y tenía un amigo. Ellos iban a comprar cosas a Uruguay. Una vez, cuando venían por la mitad del camino, el amigo le pega un garrotazo al marido de la abuela Ceferina. Y lo mata y tira al agua. Para quedarse con la mercadería y el dinero que llevaba. El amigo mata al marido y ella queda viuda con los cinco chicos. Mi abuelo se encontró con ella y tuvieron una única hija, mi mamá, Avelina Hernández. Ella ya vivía en el arroyo Las tarariras cuando hizo pareja con mi papá, Pablo Moreno, también, como yo. Ahí nacimos los cuatro hermanos. Y cuando papá llega a los cincuenta, se hizo el canal Mitre, que antes era Las víboras, para que los barcos de ultramar pasaran por ahí. Son los que van a Campana, Rosario, Santa Fe.

 

¿Cuándo se hizo el Mitre?

No sé. Mi padre fue el primero que se ahogó en el canal Mitre, y tenía 57 años. Será en los años 60. Yo tenía más o menos 15 años.

 

¿Cómo fue? Si no le molesta hablar

Nosotros nunca supimos. Él salió de un arroyo, del otro lado de Canal Honda, vivía enfrente, con otra señora, se había separado de mamá. Y estuvo en ese arroyito, de Las Tararias para abajo. Se llamaba El Carao. Y ahí papá se perdió. Ahí encontramos el bote. No había tormenta, pero hacía mucho frío, era agosto. No sabemos qué pasó, no estaba golpeado. Lo buscábamos nosotros, los hijos, ya nos conocían todos. Sabíamos que se había ahogado. Al encontrar la embarcación sabíamos que algo había ocurrido. A los 16 días aparece el cuerpo en la costa de San Isidro. Lo encuentra un remolcador, que tenía el reporte de la Prefectura de que había alguien desaparecido. Lo encuentra en la boya 33. Lo agarra, le pusieron una soga en las manos, y lo trajeron lentamente y luego ataron en la punta de las piedras del canal Mitre, en la boya 36. Lo dejaron ahí y comunican a la Prefectura que encontraron un cadáver en tal parte. La Prefectura nos avisa y nos dice “vayan a ver si es”. Nosotros vamos allá, lo vemos y nos lo trajimos. Nos levantaron en peso, no podíamos hacerlo, pero nosotros éramos los hijos. Nos retaron, pero nada más. Así fue como terminó papá. No estaba golpeado. En la autopsia salió que se había ahogado. No tenía golpes, murió de asfixia por inmersión. Así que ahí nosotros tuvimos que seguir la historia. Mamá se quería ir a la ciudad, compramos la casa para los cinco en el Rincón, acá cerca de Tigre, en el continente. Mamá terminó la vida ahí. Hace cinco años falleció. Mis hermanos aún viven ahí. El más chico falleció. Pudimos cumplir el deseo de ella, que vivió 91 años.

 

¿Cuándo empezaste a trabajar de lanchero?

Empezamos a crecer, mamá se fue a vivir a la ciudad, y venía la lancha de la escuela. Y yo trabajé de marinero. Para ser patrón de lancha tenés que ser dos años marinero. Tenía 17 y empecé de marinero en la lancha de la escuela donde yo había terminado. En la misma lancha ¿podés creer? El marinero es el que ayuda a subir y cuidar a los chicos. Nosotros salíamos de abajo, del arroyo Las víboras. Teníamos dos horas de recorrido. Recorríamos el Paraná (se refiere al Paraná de Las Palmas), el Sueco, el Yacaré, el 9 de Julio. Íbamos de a una escuela, juntando a los chicos, pero a veces estás media hora o una hora en llegar a una casa.

 

Estuviste 2 años de marinero

Sí. Luego a los 20 me casé y ya era patrón, que vendría a ser el conductor. Y después empecé a recorrer escuelas, pero hubo un tiempo que no trabajé. Me recorrí todas las escuelas de la isla. Hasta a la escuela de la isla Martín García fui.

 

¿Cuántos años trabajaste de lanchero?

Seis o siete. De ahí anduve por Paranacito, arriba. Recorrí todo. Llevando los chicos de la escuela.

 

¿Vos dónde vivías?

En la lancha. Se vivía a bordo. Tu casa es a bordo. Te ibas el domingo a la noche, y cuando por ejemplo te tocaba la Barquita, tenías dos horas y media. Al otro día tenías que arrancar a las seis menos cuarto para llegar a la escuela.

 

¿Estabas toda la semana en la lancha?

También las maestras.

 

¿Dónde dormían?

En la escuela. Por eso nosotros en la escuela de la Barquita a veces nos juntábamos con los maestros y los lancheros, y nos divertíamos. Una vez a la semana, lancheros, maestros, porteros, nos juntábamos. Una se quedaba en un lugar. Otra en otra. O traíamos maestras del Manzano. En la Boca del Manzano había una escuela con una maestra a la que la íbamos a juntar para que se encuentre con las otras.

 

Tendrás muchas anécdotas de estos viajes en lancha.

A mí me tocó, cuando tenía 28 años, atender la mujer de un policía que llevábamos. En el Miní hay un Hospital. Y la llevamos, pero era tan largo, que llegamos al canal Arana y nos encontramos con que la mujer estaba teniendo familia. Me dice el marinero, «la señora se descompuso», «¿y ahora qué hacemos?». Era todo juncal. Tenía unos doce chicos a bordo. Corrí todos para adelante del motor y ahí la pusimos, juntando dos bancos de la lancha y la atendimos. Ahí nació Pablito. Le pusieron Pablo, como yo. Al policía nunca más lo vi, pero debe estar hecho un hombre. La llevamos al hospital y salió todo bien.

 

 

II

¿Te gustaba ser lanchero patrón?

El trabajo era lindo. Pero yo soy ambicioso. Si decís «acá estoy tranquilo», todo bien. Pero yo quería algo más. Y me fui de casero a Canal del Este a lo de un señor que era el dueño de la perfumería Fitipaldi. Vivía en una quinta que tenía tres casas enormes. Una era de una empresa, IBM. Ahí fui de empleado.

 

¿Qué hacías?

El mantenimiento de las casas. Pintaba, hacía parque, llenaba los tanques. Eran personas de muy buen vivir y buena gente.

 

¿Vivías ahí mismo?

Tenía una casita que me habían hecho ellos. Ahí fui creciendo, creciendo y me empezó a ir bien. Empecé a mejorar. Aunque en un momento la pasamos mal, con el tema de los militares.

 

¿Te agarró la época de la dictadura ahí?

 

¿Por qué decís que la pasaron mal?

En ese momento había muchos muertos, se veían muchos muertos en la isla, muchísimos. Mucha gente que tiraban con llantas de autos, de camiones. Un día encontramos una chica con los pechos cortados, lastimados, una cosa terrible.

 

¿Dónde?

Sobre el Paraná (de Las Palmas). Para mí fue horroroso. Una vez iba en canoa con mi hermano. Nos gustaba salir de noche a cazar. Cazábamos carpinchos. Ahora me da lástima matarlos. Nos fuimos a Canal Honda. Fuimos linterneando por el Paraná (de Las Palmas). Y de repente vemos que viene un helicóptero enorme. Nosotros sabíamos que los militares te mataban. «Si nos llegan a ver acá nos matan». Entonces nos metimos en el juncal, nos escondimos. Y vemos unos faros enormes. Justo en la bolla 63[2], mire cómo me acuerdo, en el Canal Mitre, ahí se para. A unos doscientos metros, haciendo un hoyo en el agua. Y vemos que se abre la puerta y de repente a una persona parada con las manos así (señal de esposado). ¿Y sabés qué hacían estos turros?, perdone la expresión, los tiraban vivos. Cinco tiraron. ¿Sabes cómo gritaba ese hombre cuando llegaba al agua? “¡Aahhhhh!”. Yo lo tengo grabado en la cabeza, hay cosas que no te las sacás. Yo hago así (garabatea en el aire) y te puedo dibujar el helicóptero. De eso me acuerdo hasta hoy. Por eso le agarré odio a los militares. Aunque haya buenos y malos. Después encontramos cadáveres, abajo del Paraná, y pensamos que eran los que vimos que tiraban, porque tenían el mismo aparato en las manos, unas pesas para que no floten. Uno que tenía una llanta de camión, otro que tenía un volante de un motor, también una chica. Encontramos… mire… cadáveres… no sé. Pescando, una vuelta, levantamos el espinel, venía pesado y sale una espalda de un hombre, y cortamos la soga. Cosas muy feas.

 

¿Te encontraste con muchos cuerpos?

Por lo menos cinco o seis. Nosotros le decíamos a la Prefectura, y ellos nos decían: «muchachos, no vieron nada». Era un problema, podíamos ser un problema. Nosotros calladitos. Fue terrorífico. Y todo eso mientras trabajaba en Canal del Este.

 

Me dijiste que te acordás donde fue lo del helicóptero.

Sí, en la bolla 72[3] del canal Mitre. Sería acá derecho (desde su ubicación, cerca del Sarmiento, señala en dirección al norte), frente a Paycarabí, del Capitán enfrente, ahí está la 72. Después está el Capitancito en frente y de ahí el Aguaje del Durazno que sale a Caracoles. Ahí, en ese lugar era. En el medio del río, los tiraban en el medio, en lo profundo, donde hay 27 metros, porque pasan los barcos de ultramar. Escuchábamos el grito de esa gente cuando iba en el aire. El helicóptero iba bastante alto, por lo que esos segundos, mientras caían, sentíamos el grito.

 

Decís que no podías denunciarlo.

Si nosotros hubiéramos denunciado eso, nos hubiera pasado lo mismo. No te perdonaban porque no hay que dejar testigos y nosotros éramos un testigo clave. Éramos dos boludos que estábamos en el lugar justo. Porque ahí no hay nadie. Lo que menos hubieran pensado es que había alguien. Muy doloroso. Yo estuve unos días mal, y mi hermano también. Conversábamos, cómo puede ser que hagan eso, que los tiren vivos. Cinco tiraron. Unos los vimos, de los otros sentimos el ruido. Ni siquiera apagaban la luz de adentro del helicóptero. Teníamos un cagazo. Si nos descubren nos ametrallan.

 

 

¿Se comentaban estas cosas en ese tiempo?

De eso no, de encontrar cadáveres sí. Con las manos atadas en la espalda, con ropa de trabajo. Un día fuimos con mi mamá a pescar en Canal Honda, afuera, y había uno en la costa, tenía una llanta, con las manos atadas con alambre en la espalda. Mamá dice «vamos a sacarlo para afuera», lo enganchamos con el bichero en la lancha, y se fue. Después otro, con alambres, no hacía mucho que estaba en al agua, estaba hinchado. Ya estábamos acostumbrados a los cadáveres y a no decir nada. Una vez con el espinel enganchamos uno. Había otro en Canal Honda. En la boca del Hambriento. Que lo habían atado en cuclillas, estaba todo amontonado, como si hubiera estado arrodillado, así lo ataron. Después, mientras estaba en la escuela de las Rosas, ahí en el Luján. Ahí también habían tirado dos cadáveres. En la costa del Luján. Apareció uno, un muchacho joven parecía, y ahí estuvo dos o tres días. ¡Un olor había! Y yo ponía a todos los chicos de un lado de la lancha, para que no lo vieran. Estaba en la costa. Y después de eso vino el Ejército a la lancha, a revisarnos. Vino a la escuela. Otra vez, nosotros íbamos antes del puente a Escobar desde la isla y había un señor donde nosotros comíamos siempre. Nos contó el viejo, «anoche vino la camioneta y tiraba tipos en un pozo con gomas con fuego, y los quemaban. Pero no vayan a decir nada». Una ruta, donde por abajo del puente pasaba el río Luján[4]. Y el viejito, que era más bueno, un día van y le queman el kiosco. Y no supimos más nada. Para nosotros lo habían matado y quemaron todo. Ahí en Villa La Ñata mataron muchos. Ellos decían que en la isla había extremistas.

 

¿De la quinta El silencio oíste hablar?

No. En el Miní había un barco grande arenero y dicen que tenían gente en la bodega, gente secuestrada, estaba fondeado y lo tenían como cárcel, dicen.

 

¿Conociste gente que estaba escondida en la isla?

Sí, en la Boca del Hambriento. Ahí había por lo menos 20 tipos que venían de noche, siempre se movían de noche. Estarían a dos kilómetros de casa, en un club, que no me acuerdo cómo se llamaba. Un día mamá se asustó mucho. Vinieron, los rodearon, pero los tipos ya no estaban. No sabés como dejaron la casa, parecía un colador de balas, la ametrallaron.

 

¿Ustedes lo escucharon?

Sí, nos fuimos para el monte. Pensamos que nos mataban a nosotros también. Pero no agarraron a nadie, se escaparon todos.

 

¿Vos hablaste con algunos de los que estaban ahí?

Esa gente era una tumba, no te molestaban, pero no decían nada. Y se notaba que en algo andaban. ¿Por qué nos dimos cuenta? Mi vieja les preparó comida. Eran re macanudos. Y va a llevar comida y había una ametralladora arriba de un banco y mi vieja se agarró un cagazo. Pero ellos hablaban de si hay pesca, y eso. Muy amables. Tipos entre 30 y 45 años. Y mamá decía, «o son milicos o son extremistas». Pero a nosotros nunca nos molestaron, y eran todos hombres, no había mujeres. Nunca vimos mujeres. Había 23 porque mi madre llevo comida para 23.

 

¿Tu madre les preparaba comida?

Ellos le pedían, «señora, ¿no nos puede preparar comida?». Comían mucha verdura. Después de ese tiroteo, no apareció más nadie. Después la casa se vendió. El club ese. Ahora hay un country. Como diez casas hay ahí, en toda esa zona.

 

¿Dónde estaba tu casa hay un country?

Donde estábamos nosotros, donde todavía existe la casa, a ochenta o cien metros para afuera son todas casas de country.

—•—

 

 

Su historia reciente se vincula a la compra de una casa en el barrio la Raquel II, gracias a la indemnización por el despido de la quinta donde trabajaba de casero. «Le sobraba la plata a ese hombre». Allí se instaló y con el tiempo puso un almacén, en cuyo muelle además de haber mesitas para tomar alguna cerveza, y donde ocurrió ésta charla, se reúnen lxs vecinxs cada tanto para auto administrar el barrio. A la llegada de Pablo, en 1994, el barrio estaba prácticamente vacío y tuvo que disputar su casa con los directivos del aristocrático Rowing Club que «no podían creer que alguien la había comprado sin avisarles», cuyo recreo de viejos árboles da justo enfrente a su casa. Antes del almacén trabajó en un club de yates, donde ubicó también a sus hijos para hacer una «diferencia», esperando a los yates que llegaban después de hora. Con ese dinero pudo comprarse su lancha y un fuera de borda de 55 caballos.

 

Hagamos una foto con la lancha ¿Cómo se llama?

Escape

  

¿De quién escapaba?

La casa se llama Escape. Se lo puso Dillon, el dueño que murió hace unos años en un accidente de auto, que la usaba de bulín.

 

La isla. Delta del Tigre.

La conversación tuvo lugar a fines del 2020

* Un agradecimiento a Luis García, profesor de Historia de la Escuela Cacique Pincén de la Isla

 

[1]             Esa escuela existe en la actualidad, es la escuela primaria 17 de islas Enrique Adamoli de Tigre, en Arroyón y Canal Honda

[2]             Según el historiador y docente en la isla Martín García, Luis García, los números de las boyas no coinciden exactamente con los de la zona. Las boyas más próximas al lugar serían las del Km 56 del Canal Emilio Mitre.

[3]     Sería la misma boya del km 56. Elegimos mantener los números brindados por el entrevistado, entendiendo que la memoria, sobre todo de hechos traumáticos, puede ser (sintomáticamente) difusa.

[4]             En esa zona cerca del puente que menciona hay una escuela primaria, la Nº22 del partido de Escobar, nos dice García. En es época, agrega, en Escobar, era parte de la fuerza policial Luis Patti quien luego sería dos veces intendente y en el 2011 condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad.

 

 

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Comentarios (2)
  1. Stella dice:

    Impresionante!!!Acabo de leerla y vuelven a mi memoria esas crueles desapariciones .Gracias por seguir entrevistando a quienes fueron testigos presenciales de esa masacre.

  2. ignacio dice:

    hermosa nota. qué importantes estas memorias.

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