TEXTO Y FOTOGRAFÍAS LUIS MEINERS (Desde Nueva York)
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«¿De quién son las calles? Las calles nuestras. Digan su nombre. George Floyd. Digan su nombre. Breonna Taylor. Digan su nombre. Ahmed Arbery. ¿Que queremos? Justicia. ¿Cuando la queremos? Ahora. ¿Y si no lo entienden? Los clausuramos». Las preguntas salen punzantes del megáfono de una joven activista Negra y decenas responden alrededor mientras marchan por las calles. Es una de al menos cuatro acciones simultáneas que reúnen a decenas de miles en las calles de Nueva York. Desde que George Floyd fue asesinado por la policía de Minneapolis el 25 de mayo, ha habido acciones de protestas en al menos 750 ciudades de Estados Unidos, y otras tantas alrededor del mundo. La demanda de justicia ha producido una verdadera rebelión contra el racismo y la violencia policial, quizás la más grande de la historia.
En las calles se tejen nuevas temporalidades y geografías para desandar siglos de opresión y explotación. Una bandera Mapuche aparece entre las banderas rojas, negras y verdes que simbolizan la lucha por la Liberación Negra. Un cartel explica que el asesinato de George Floyd comenzó en 1619, año en el que el primer barco cargando 20 esclavos africanos tocó las costas de Virginia, en ese entonces aún colonia inglesa. En Alabama tumban la estatua de un general confederado, y genera una onda expansiva. Las estatuas de líderes militares del sur esclavista durante la Guerra Civil caen en Florida, Georgia, Kentucky, Virginia, y la lista continúa. Tampoco se salva Cristóbal Colón, que cae en las calles de Boston. El ajuste de cuentas con la historia llega al “viejo continente” y el rey Leopoldo de Bélgica, genocida del Congo, cae en las calles de Antwerp. En Bristol, Inglaterra, derriban la estatua del comerciante de esclavos Edward Colston. En un contraste con dulce sabor de ironía, la estatua de Lenin camina integra entre los manifestantes en Seattle.
La furia apunta contra la violencia policial, el racismo sistémico y las desigualdades estructurales sobre las cuales está construido el capitalismo estadounidense. Según los datos registrados por mappingpoliceviolence.org más de 1000 personas al año son asesinadas por las fuerzas policiales en Estados Unidos. En 2019 hubo 1099 asesinatos policiales. Esta violencia sistemática está cubierta por la impunidad sistemática. En el 99% de los casos los agentes de policía que cometieron estos asesinatos no fueron acusados de un delito. Los afroamericanos tienen tres veces más probabilidades de ser asesinados por la policía que los blancos. Los primeros representan el 24% de los asesinados por la policía en 2019, a pesar de representar sólo el 13% de la población total. Este cuadro de racismo y represión estatal se completa en el sistema carcelario y de justicia penal. Uno de cada cuatro varones afroamericanos de entre 20 y 29 años está encarcelado o en libertad condicional.
La esclavitud dejó una marca estructural en el funcionamiento del capitalismo estadounidense que perdura hasta el presente. Las formas de opresión racial han cambiado: de esclavitud a la segregación legal, a la segregación de hecho con un peso decisivo del sistema policial, la justicia penal y el aparato carcelario. Pero la opresión ha sido constante. Y esto se explica por su vínculo orgánico con la explotación capitalista. Para someter a una sección de la población a un nivel de explotación más alto basada en la violencia directa, legalizada, de la esclavitud, era necesario desarrollar una justificación de las desigualdades y la opresión. El racismo tiene sus orígenes en la economía de las plantaciones basadas en la esclavitud con fines capitalistas. Esto ha perdurado en gran medida por el impacto que tiene sobre el mercado de trabajo de conjunto. En síntesis, el capitalismo estadounidense se basa en una combinación particular de la opresión racial y la explotación de clase. La violencia policial debe comprenderse como una expresión de estas estructuras racistas profundamente arraigadas.
La pandemia sobrevuela en el trasfondo. Expuso estas enormes desigualdades. «La gente ha salido a reclamar por sus muertos», dijeron en una marcha que recorrió los barrios Latinos y Negros de Washington Heights y Harlem. «George Floyd dijo que no podía respirar. Ninguno de nosotros puede respirar». Los testimonios e intervenciones reflejan el impacto del Covid19 en las comunidades afroamericanas y latinas. Estas conforman la mayoría de los trabajadores esenciales, son las que tienen el peor acceso a la atención de salud, las que tienen las peores condiciones de vida. «Ser Negro o Latino es un factor de riesgo», dice una frase que se ha vuelto común. Y la estadística lo confirma, la tasa de mortalidad por Covid19 en las personas Negras es el doble que el promedio. La furia contra estas desigualdades está en el corazón de la rebelión.
Ante este escenario el estado ha desplegado una feroz política represiva. Más de 10 mil personas han sido arrestadas desde que comenzaron las protestas. La Guardia Civil ha sido movilizada en 40 estados. Ha habido toques de queda en muchas ciudades. La represión trasciende las fronteras partidarias: Trump es su expresión más brutal, pero gobernadores y alcaldes demócratas han jugado un papel central en el despliegue de las fuerzas represivas.
Sin embargo, la rebelión continúa. Y en semanas ha logrado modificar en términos sustanciales el escenario político. Las encuestas demuestran que las protestas tienen un índice de popularidad bastante más alto que el de Donald Trump o Joe Biden, los candidatos presidenciales para las elecciones de noviembre. Se logran cambios que, aun cuando insuficientes, parecían imposibles hace semanas. El Concejo Deliberante de Minneapolis ha votado desmantelar el departamento de policía, en Seattle se prohibió el uso de balas de goma, gases lacrimógenos y pistolas taser, en Nueva York se desbandó a la policía de civil y se terminó con el secreto sobre los sumarios policiales, en muchas ciudades se retira a la policía de las escuelas. Importantes recortes en los abultados presupuestos de la policía parecen inevitables a medida que crece la demanda de desfinanciar la policía. El resultado y desenvolvimiento futuro del movimiento quizás sea aún incierto, pero no hay ninguna duda de que marcará un punto de inflexión de profundas consecuencias.
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