Trelew fusilada

TEXTO JUAN CIUCCI

 

 

Hace 50 años se cometía una masacre que conmovería a toda una generación, y que transformaría de un modo radical la realidad argentina. Francisco Paco Urondo recuperaría la voz de les sobrevivientes en un libro fundamental, que sigue siendo prueba viva del accionar criminal que perpetró el fusilamiento en la Base Almirante Zar, pero también de la voluntad revolucionaria de un grupo de jóvenes que dieron su vida por cambiar la historia.

 

 

La escena se vuelve de pronto irreal al recordarla, casi como un imposible de un tiempo que de tan lejano (temporal y materialmente) parece nunca haber sucedido: en la noche del 24 de mayo de 1973, en una celda de la cárcel de Villa Devoto, María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar dan su testimonio como sobrevivientes de la Masacre de Trelew. Quien les presta oídos para un relato tan visceral como doloroso es Francisco «Paco» Urondo, detenido allí desde hace tres meses por su militancia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

La noche previa a la asunción de Héctor Cámpora los encuentra en una cárcel tomada, a la espera de la liberación. Es por esto que el relato que de allí surge no es solo una denuncia del accionar criminal de la dictadura de Lanusse, de los personeros del horror que han disparado contra presas y presos desarmados, sino también un testimonio del pensar y el sentir de estas/os jóvenes revolucionarias/os que lo entregan todo en la búsqueda de la tan ansiada «segunda y verdadera independencia».

El título del libro, que recién se publicará en agosto de 1973. no puede ser más elocuente: La Patria fusilada. Poderosa imagen que nos regala Paco, poeta militante que ha tomado las armas buscando la palabra justa. En esas vidas cegadas por el odio reaccionario que perfeccionará sus métodos de exterminio a partir de 1976, encuentra Urondo el reservorio espiritual de esa Patria que se busca liberar, revolucionar, refundar. No es aquella de los desfiles militares ni de las fanfarrias en fechas patrias, sino una más sinuosa, esperanzada, potencial. En este dialogo de cuatro que es el libro (donde Paco aparece lo justo y necesario para retomar alguna idea, construir un clima o puntualizar un hecho), aparece un manifiesto revolucionario que condensa como pocos el ideario de una época.

En el plano coyuntural, son cuatro militantes que pertenecen a dos organizaciones político-militares que están en proceso de fusión: FAR y Montoneros. En el penal de Rawson, en la fuga, se fue armando esa unidad que se oficializaría en octubre de 1973, apenas unos meses después de la edición del libro. Es por esto que La Patria fusilada es también un acto político a favor de la unión de las organizaciones, desde una recuperación del accionar que las llevó hasta allí, pero también de esa memoria de la sangre que ha sido derramada y que indefectiblemente les une en la batalla común. Es así que la fuga se reconstruye como epopeya, como impulso para todo lo que aun quedaba por construir, consolidar, combatir. Lejos de un dolor que paralice, es un libro de lucha, donde el ejemplo no puede más que movilizarnos.

Maria Antonia Berger cuenta, casi al pasar, que pensó que si se moría «quisiera escribir aunque sea en la pared los nombres que sean» y recuerda que «agarro y con el dedo y con la sangre (me acuerdo que mojo el dedo) empiezo a escribir cosas en la pared». En ese que creía su último suspiro, escribirá en las paredes ante la rabia asesina: LOMJE Libres o Muertos, Jamás Esclavos. No es una épica personal, lo dice incluso casi indulgente con su propio gesto heroico, pero sus palabras a 50 años de aquella masacre atroz nos conmueven, como ejemplo de entrega y voluntad revolucionaria. Es ése el tono de esta charla, de este encuentro de sobrevivientes. En deuda con quienes ya no están, saldada con el impulso que buscan darle a quienes sigan las herramientas políticas y emocionales que les permitan levantar sus nombres como bandera hacia la victoria.

 

 

Les protagonistas de esta historia fueron luego víctimas del genocidio perpetrado por la última dictadura cívico militar. María Antonia Berger fue secuestrada a mediados de 1979, murió en el enfrentamiento y su cuerpo fue mostrado como trofeo en la ESMA. Continúa desaparecida. Alberto Miguel Camps fue secuestrado el 16 de agosto de 1977, según relatos resulto asesinado en su propia vivienda. Su cuerpo, enterrado como NN en el cementerio de Lomas de Zamora, fue identificado en el año 2000. Ricardo René Haidar fue secuestrado el 18 de diciembre de 1982, no hay datos de su paso por un Centro Clandestino de Detención y continúa desaparecido. Francisco «Paco» Urondo murió enfrentando a la dictadura militar en Mendoza, el 17 de junio de 1976. Sus restos descansan en una bóveda familiar en el cementerio de Merlo. Sus voces en el libro rescatan entonces un decir de época que ya no está, una apuesta por la vida que sería truncada. Pero al mismo tiempo testimonian la resistencia de ésa voluntad a la ferocidad genocida.

La Patria fusilada estuvo durante muchos años inhallable, con su vieja edición de la revista Crisis como única oportunidad de lectura. En fechas recientes ha sido reeditado, como toda la obra de Paco, en una valoración critica que hace justicia con uno de los autores argentinos más importantes de la segunda mitad del Siglo XX. Pero este libro es también algo más, un testimonio de una revolución que nos aguijonea ante un presente que nos hacen parecer imposible de sublevar. Es una lectura que actualiza compromisos y nos enfrenta al desafío de sostener, ante aquellas memorias y nuestros presentes, el sueño eterno llamado revolución.

 

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