TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Siempre son atrayentes las vidas de aquellas personas capaces de entregarlo todo por un ideal. Más cuando ese ideal refiere a la libertad. Simón Radowitzky se convirtió en leyenda, a pesar suyo. Sus acciones, encaradas desde la anónima sed de justicia, trascendieron su tiempo. Simón se volvió, durante muchos años, una causa del movimiento ácrata internacional. Su rostro se transformó en afiches y su nombre en esténciles de las grandes ciudades; su existencia fue relatada en artículos periodísticos, notas de investigación y libros de historia; y su proceder, incluso, entonado en canciones. «Ahí viene el ruso Simón, con un regalito para Falcón», canta Arbolito en su tema Osvaldo, dedicado a Osvaldo Bayer. Pero siempre hay formas nuevas de atraer la atención para alimentar la memoria colectiva. Así es como el judío libertario que nació en el pueblito ucraniano de Stepanitz en 1891 y que vivió hasta 1956, se convirtió en historieta.
155 Simón Radowitzky es una novela gráfica de Agustín Comotto editada por Emecé en 2018 que cuenta el derrotero de uno de los militantes anarquistas más conocidos del siglo XX. En la publicación de 272 páginas de considerable tamaño (29 por 23 centímetros), el autor se entrega al guion y dibujo de Radowitzky desde su infancia hasta sus últimos días en México. La etapa de la cárcel de Ushuaia –donde transcurrió más de dos décadas privado de libertad– ocupa gran parte del libro, pero a su vez, el tiempo avanza y retrocede para contar sus primeras experiencias de niño ante las matanzas a cargo de los cosacos en nombre del Zar, su migración familiar a la ciudad, así como sus estudios y su trabajo como aprendiz en una cerrajería en la que encontró las primeras lecturas de Kropótkin y también el amor. «Para poder contar la historia en una cantidad de páginas asumible, forzosamente tuve que ajustar y agregar personajes, acotar pasajes e improvisar hiatos históricos. Sin embargo, los datos en un 90 por ciento son veraces. El 10 restante es especulación, fantasía, intuición y sentido común ante el abismo», reconoce Comotto en un texto de las páginas finales.
Estructurado en tres partes: «Shimele. Trescientos puntos de luz», «Simón. Vivir en el futuro» y «Radowitzky. De una humanidad por venir», el recorrido propone un dibujo realista de viñetas y diálogos que incluyen flashbacks y momentos oníricos en un pulcro tono de grises, algunas veces teñido de rojo. Ese rojo es generalmente la sangre, el dolor, el sufrimiento y la violencia; pero también el detalle del vestido de una mujer o las banderas y los carteles anarquistas de una manifestación; e, incluso, vuelve ocres algunos cielos de bombardeos durante la Guerra Civil Española o el viaje desde Riga a Buenos Aires. El primer capítulo narra de la infancia hasta el escape de la prisión de Usuhaia y la recaptura de Radowitsky en Chile, a la par que cuenta su crecimiento, su formación y convicción libertaria hasta el abandono de Europa. Todo esto en paralelo al paso del tiempo en el penal de Tierra del Fuego. La segunda parte está centrada en sus primeros momentos en Buenos Aires, la búsqueda de familiares, las visitas a su hermano en un manicomio, la vida en los conventillos y el reencuentro con un viejo camarada. Luego viene la manifestación del 1° de mayo de 1909 en Plaza Lorea, reprimida por Ramón Falcón al frente de la policía (las comparaciones entre los esbirros del Zar y los del presidente José Figueroa Alcorta están a la orden del día) y la decisión de Simón de hacer justicia por mano propia. Este hecho –por otra parte, el más conocido y recordado de su vida– tiene lugar recién alrededor de las páginas 180. Para cuando se llega al ansiado momento, se está tan embebido en la biografía del protagonista que el acto de matar a Falcón es totalmente admisible para el lector o lectora entusiasta: si el futuro se construye hay que matar al cosaco, hay que matar a Falcón. Después del caso Sacco y Vanzetti, el de Radowitzky fue el reclamo internacional pro liberación de un preso más importante del siglo pasado, advierte Comotto. En esta campaña, el apoyo de la poeta y dramaturga argentina Salvadora Medina Onrubia (casada con Natalio Botana, dueño del influyente diario Crítica), resultó de gran importancia. Esta segunda parte cierra con el indulto de Hipólito Yrigoyen y su condena al destierro en Uruguay (donde también lo metieron preso). El último tramo de 155 Simón Radowitzky lo muestra peleando dificultosamente en el frente de Aragón y trabajando en el Departamento de Propaganda Internacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) durante la Guerra Civil Española. De allí su huida a Francia, el escape de un campo de refugiados, el paso por París y su viaje desde Bélgica a México, donde residió hasta su muerte bajo el nombre de Raúl Gómez Saavedra, alejado de su propio mito, militando siempre en el anarquismo.
Agustín Comotto comparte, en el texto antes citado, que contar la vida de Radowitzky le llevó un esfuerzo de seis años entre investigar, escribir y dibujar. «Conocí su historia a través de la nebulosa narración de mi padre cuando tenía trece años aproximadamente. Nebulosa, digo, porque, como marxista que era mi padre, él renegaba de los seguidores de Kropótkin. De niño, Simón siempre me daba temor, con esa cara desafiante que exhibe en la foto del prontuario policial. Y, también, respeto por lo que hizo. Porque la justicia ante la injusticia estatal y prolongada, la justicia como vómito incontrolable ante el tirano, me parece una frontera misteriosa y loable», argumenta el autor. El coronel Falcón, dice Comotto, representa la normalidad; los Radowitsky, el molesto pero necesario inmigrante, mano de obra barata, que construye su normalidad. Tres aspectos lo cautivaron durante la investigación. En primer lugar, la condición de mito (que Radowitsky siempre quiso evitar). Segundo, el factor judío y de «ruso» que aglutina a la inmigración de la zona de Galitzia (territorios que ahora conforman Polonia y Ucrania), un área de Europa, indica Comotto, que fue crisol de los más combativos revolucionarios (Rosa Luxemburgo y Trotsky, por ejemplo) y anarquistas anónimos. Por último, el estupor ante los procesos concentracionarios, tanto la cárcel como el nosocomio.
¿Cuánto puede resistir un hombre por un ideal? ¿Qué hace que éste lo haga invencible?, se pregunta Comotto. En su investigación, el guionista y dibujante se basó en biografías existentes pero también entrevistó de primera mano a viejos militantes que conocieron a Simón. La transmisión oral de las experiencias de vida de hechos acontecidos hace casi un siglo le brinda a su trabajo un valor testimonial único y de gran calidad gráfica a la vez. El precio de semejante materialidad, claro está, es más bien para burgueses que aún pueden permitirse ciertos lujos o para expropiadores de este tipo de objetos producidos por grandes editoriales que los ofrecen en cadenas y franquicias.
En Buenos Aires, mientras tanto, la nomenclatura oficial de la larga calle Ramón Falcón sigue intervenida con el nombre del judío libertario por anónimos y simbólicos justicieros contemporáneos.
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