TEXTO SILVIO MÉNDEZ
FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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La Tribu del Salto surgió así, sin mucho prólogo ni nada que se le parezca. Fue la convocatoria a una acción clara, simple y concreta: comenzar a limpiar el arroyo La Santiagueña. Específicamente, en ese tramo a cielo abierto que aparece luego de atravesar por debajo la calle Nogoyá, en lo bajo de la pendiente después de San Luis y antes de La Rioja. Para más referencias, entre los fondos de matorrales del Parque Deportivo Enrique Berduc de un lado de cauce, y los caseríos que hacen equilibrio en el borde de la barranca del otro. La propuesta nació desde un grupo de jóvenes, artesanos y vecinos voluntarios que llamaban a sumarse para recolectar los residuos, inorgánicos y orgánicos que ensuciaban el arroyo. La primera jornada, registran las crónicas, fue el 20 de marzo de 2011. La tarea desde el principio se pensó como extensa, y por eso la invitación abierta era para reiterarse los fines de semana e intentar recuperar ese «lugar que alguna vez fue hermoso y que la acción del hombre echó a perder», señalaron entonces sus mentores.
Aquella convocatoria como tal pudo sonar un poco disparatada, pero desde que fue formulada ya pasó casi una década de experimentación y transformaciones. Una acción, una llamada, el aleteo de una mariposa que invita a hacer un mundo y una vida más habitable hoy es parte de esas experiencias que en Paraná se deben contar entre las buenas y las ganadas.
Al principio fue eso, rescatar aquel tajo de la naturaleza sin entubar en la ciudad donde iban a jugar los niños y niñas del barrio y que se convirtió en un vertedero de basura. Y de ahí el origen del nombre, de los juegos y porque en el grupo «no hay caciques», contó alguna vez uno de los integrantes más activos, Juan Manuel Pauletti, o Juanma Río como lo conocen muchos. Limpiar, recolectar la basura, subirla desde el lecho del arroyo a lo alto del barranco para reciclar, reutilizar o apilar para el traslado era una tarea en común. «Crear conciencia» para recuperar el espacio verde y que el agua fluya limpia, también era poner el ejemplo de una práctica colectiva.
Esta acción que comenzó a repetirse contó desde sus inicios con el arte y lo lúdico como aliados para la tarea pedagógica propuesta. Con los residuos nació un Museo de la basura y el tiempo creado a partir de un taller de arte con los materiales sacados del arroyo. Con esta exhibición se encontró el modo de comunicar cuánto afecta cada uno de estos elementos si son arrojados al ambiente. Y con el compost de los residuos húmedos se alimentó una huerta. Sin proponérselo La Tribu del Salto tal vez haya sido justamente esto: una práctica que intenta reflexionar e inventarse sobre sus propias acciones. Como lo hace el agua del arroyo que busca sortear los obstáculos que se le presentan para llegar al río.
¿Qué ha pasado por el arroyo todo este tiempo?, pregunta 170 Escalones a Juanma Río
Lo que ha pasado por el arroyo es mucho. Cosas negativas como las cloacas, la basura de la gente, eso que lo ha convertido en patio trasero, eso oculto para la mayoría de los paranaenses, que también tiene que ver con la desinformación, los negociados, los intereses, con la ignorancia. Lo bueno es que desde que existe la Tribu la gente comenzó a acercarse al arroyo de una manera más amable, más amorosa para limpiarlo y tratar de respetar lo que significa tener un arroyo a cielo abierto en la ciudad, que podría estar muy cuidado y que podría ser una fuente de bienestar, que eso es lo que son, fuentes de agua dulce, corredores biológicos que ayudan a regular el clima, como reservorios de biodiversidad. Entender que el arroyo es parte del ciclo de agua, forma parte de la cuenca de captación de las lluvias y conecta con el río en el ciclo que el ser humano interrumpe, desvía, obstruye, contamina, y que tarde o temprano paga las consecuencias. También ha pasado en este tiempo por el arroyo es mucha conciencia, de estudiantes, escuelas, profesionales, vecinos, políticos. La verdad es que desde se comenzó con el cuidado del arroyo, hemos podido transmitir muchos mensajes. Y se ha comenzado a cambiar el paradigma de cómo vemos la ciudad, no como un plano, sino como cuenca; los arroyos, no como basurales o cloacas, sino como la posibilidad de un parque, un verde de una integración.
¿Qué es lo que queda por hacer?
Queda mucho por hacer, esto recién empieza. Estos 10 años han sido como una gestación de una idea, de una manera de trabajar, de concebir, de un montón de argumentos para poder movernos. Para nosotros es una necesidad recuperar lo arroyos como pulmones y como venas. La gente con la pandemia y el shock del último año se acerca un poco más a este pensamiento de que hay reglas de la naturaleza, que no estamos aislados, vivimos en un entorno natural. Y que, cuando por desconocimiento, ignorancia, lo que fuera, no respetamos esas reglas, pagamos las consecuencias. Y por eso la pandemia, las enfermedades, el estrés, el estilo de vida que tenemos. Antes de la pandemia ya estábamos en pandemia frente a la necesidad de recuperar la fortaleza del ambiente.
Mirando hacia atrás ¿qué podés ver de toda esta experiencia?
Mirando hacia atrás podemos ver eso que en algún momento fue un sueño o una idea o diría una posibilidad que se logró concretar, materializar, mostrar, visibilizar; se logró plantear el problema. Eso ha sido un gran logro de estos años que no fue planeado, pero que sí en el fondo hay un sueño de una búsqueda, un deseo, una voluntad de sostener en el tiempo algo que sabemos es de largo aliento y no se va a resolver de un día para otro. En la Tribu decimos que somos personas comunes y corrientes que quieren hacer algo. Somos vecinos que vamos descubriendo cómo funciona la política, cómo funciona la idiosincrasia del paranaense, cómo funciona lo municipal, lo escolar, cómo se mueven otras ONGs, otros movimientos sociales, otras causas que están conectadas con el agua. Aprendimos a hacer notas, seguir los trámites, a hablar con los medios. Tenemos que aprender todos caminando.
¿Qué tareas quedan hacia el futuro?
Hemos planteado el problema. No logramos que el arroyo tenga el lugar que corresponda en la cabeza del paranaense y en los papeles. Queremos modificar el código urbano. Hicimos una ordenanza que plantea que esta información de cuencas hidrográficas sea fundamental para toda activada humana, que todo lo que se haga sea sabiendo en el territorio en el que estamos, reconociéndole su orden y naturaleza. Y queremos que vuelva a correr el agua limpia, las tortugas, los peces, los pájaros autóctonos. Que seamos miles de seres habitando la ciudad y que no seamos sólo los humanos, las bacterias y las ratas.
¿Cómo ha sido ese pasaje de proponer limpiar el arroyo a generar actividades y talleres en torno a la alimentación sana?
A partir de reconciliarse con la naturaleza, surgen otras cosas. Hay un acto político que hacemos a diario que es comer. Entonces cómo nos alimentamos, con qué nos alimentamos, es una decisión que cuando la hacés consciente acá la empezamos a trabajar desde la agroecología, la permacultura, de buscar maneras de satisfacer nuestras necesidades que sean realmente sustentables y que realmente puedan continuarse en el tiempo. En estas vueltas también podemos decir que no somos ambientalistas. Que somos personas, humanos coherentes, sintientes, inteligentes, que creemos que con toda la tecnología y capacidad que tenemos no podemos estar descuidando así los cursos de agua, no puede estar el arroyo contaminado, y al mismo tiempo teniendo un celular enviando una señal a un satélite para comunicarse con cualquier persona en el mundo. Es como contradictorio que el avance o el progreso avanza mucho, la inteligencia del hombre, pero perdimos la sensibilidad, la conexión con la vida, con un arroyo, con un pájaro y por su puesto con el alimento. La propuesta de la Tribu del Salto es recuperar todo esto. El Aula Verde es como el lugar de la conciencia, donde vamos a aprender a hacer huertas, a hacer compost, a reciclar, a cuidar de la naturaleza, a cuidar los cursos de agua, a entender la importancia de un arroyo y la biodiversidad. También tienen que ver con esparcirse, comenzar a conectarse con el arte, con el paisaje, con el espacio público. Y lo lindo del emprendimiento de poder trabajar con la comida agroecológica y orgánica es también la posibilidad de hacerlo sustentable. Lo económico no está desconectado de lo ambiental y lo social. Si no están integradas, están incompletas. No podemos cuidar el ambiente si no podemos satisfacer nuestras necesidades y hacerlo a costa de nosotros o destruyendo la naturaleza. Estamos integrados.