TEXTO DIEGO ALEXANDER OLIVERA
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Un conocido mito griego narra la historia de una reina de la isla de Creta que, fruto de su unión con un magnífico toro, dio a luz un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza y rabo de toro. Su esposo, el Rey Minos, ordenó construir un enorme recinto, conocido como el Laberinto, para albergar a la bestia. Miles de años después, a principios del siglo XX, un arqueólogo inglés llamado Arthur Evans, desenterró un palacio en Knossos, Creta, en que creyó encontrar el famoso laberinto. Había hallado en realidad una civilización olvidada por el hombre, a la que dio en llamar Civilización Minoica. ¿Qué relación tiene una cultura pretérita de una isla del mediterráneo con Paraná? Pues en calle Santa Fe 137 de la capital entrerriana vivió un hombre que dedicó su vida a la enseñanza, investigación y divulgación de la civilización minoica. Lo hizo con tanta pasión y vehemencia que sus clases en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, donde dictaba la cátedra de Historia de Grecia, aún perduran en la memoria de sus antiguos estudiantes.
El primer encuentro del Profesor Juan Carlos Wirth con los minoicos fue durante una visita fugaz al Museo de Arte Cretense de Heraklion en junio de 1961. Allí lo cautivó la pintura al fresco cretense. Imágenes aun hoy célebres como el Salto del Toro, Los lirios blancos, Las damas en azul, El príncipe de la flor de lis y La dama parisina. Pero nada despertó más interés en él que el Disco de Festos, un disco de arcilla cocida, con inscripciones en ambas caras, fechado a finales de la Edad de Bronce. La escritura del Disco nos es desconocida y eso lo intrigaba sobremanera. Regresó a Heraklion tres años más tarde donde recibió un trato preferencial de parte del Director del Museo el Dr. Stylianou Alexiou.
Fresco El príncipe de la flor de lis, Museo de Arte Cretense de Heraklion
Wirth era generoso con el conocimiento, y no escatimaba esfuerzo alguno para dar a conocer a los paranaenses aquella civilización que tanto amaba. En las páginas de los periódicos El Diario y La Acción, e incluso del porteño La Prensa, se publicaban sus notas sobre el arte y la cultura minoica, llenas de erudición sin renunciar a su objetivo pedagógico. No se acababa allí su compromiso por acercar la historia helénica a su comunidad. Personalidades nacionales e internacionales visitaron la ciudad para participar en actividades y eventos que él organizaba. Su amigo, el millonario rumano, radicado en Atenas, George Hurmuziadis anduvo por estas tierras para dictar una conferencia sobre el arte griego en 1971. Lo mismo hizo el Dr. Alberto Vaccaro, presidente de la Asociación Argentina de Estudios Clásicos, en dos oportunidades; en 1974, en el marco del Simposio Nacional de Estudios Clásicos y en 1980 cuando acudió para hablar sobre la mujer en la Antigüedad.
La fama del Profesor Wirth llegó a la mismísima Grecia cuyo gobierno le otorgó una beca para visitar diversos yacimientos arqueológicos. Uno de ellos era el yacimiento de Akrotiri en la isla de Santorini, que los antiguos griegos llamaban Thera, famosa por la colosal erupción volcánica que la devastó en el segundo milenio antes de Cristo. El Director de la excavación, el renombrado arqueólogo Spyridon Marinatos, creía que aquel yacimiento era la clave para dar respuesta al mito platónico de la Atlántida. El paranaense, tan proclive a los enigmas, abrazó la tesis con una fe vigorosa.
El Profesor Wirth a bordo del buque Kinaros que lo llevó a Grecia en Agosto de 1970
El viaje lo hizo acompañado de su esposa en agosto de 1970 a bordo del barco Kinaros de la compañía de navegación Atlántico-Austral. En Atenas lo recibió Hurmuziadis, editor en lengua griega de una antología poética de autores latinoamericanos, que antes había traducido los artículos publicados por Wirth, en la Revista Presencia del Instituto del Profesorado, al griego. Los textos de Wirth aparecieron en la Revista Nea Estía de Atenas; siendo tal vez el único autor paranaense en ser traducido al griego demótico. Cuatro años más tarde volvió a Akrotiri, esta vez con una beca otorgada por una empresa mercante griega propiedad de la familia Simou. Esos viajes dieron lugar a dos libros publicados por la Editorial Colmegna; De Entre Ríos a la Grecia inmortal y Resonancias contemporáneas de pre-historia helénica. Ambos formaban parte de la Colección Entre Ríos que dirigía Adolfo Argentino Golz.
El punto culminante de sus esfuerzos por promover el estudio y la enseñanza de la cultura helénica fue la organización del III Simposio Nacional de Estudios Clásicos en Paraná el mes de septiembre de 1974. Los pasillos de la Facultad de Ciencias de la Educación, del Instituto Nacional del Profesorado Secundario y del Palacio de Educación fueron testigos de diversas actividades vinculadas a la historia, la lengua y la cultura clásica, llevadas adelante por especialistas de todo el país. La cobertura dada al evento por la prensa local evidencia la trascendencia que el mismo tuvo para la vida académica y cultural de la ciudad. La Comisión Directiva de la Asociación Argentina de Estudios Clásicos fue recibida en Casa de Gobierno por el entonces gobernador Enrique Tomás Cresto, quién, según recogen las páginas de El Diario, «expresó su satisfacción por el éxito del simposio y porque el mismo honra a la cultura entrerriana».
El espíritu emprendedor de Wirth, su laborioso temple y carácter metódico no se agotaron en la Historia Minoica. Fue miembro fundador de la sección paranaense de la Sociedad Argentina de Escritores donde se vinculó a personajes como el mencionado Adolfo Argentino Golz, Vicente Oscar Viñovesky, Celia Ortiz de Montoya o la gran historiadora entrerriana Beatriz Bosch. Fue presidente de la Sociedad de Socorro Mutuos Unión Suiza y fundador del Instituto Goethe de enseñanza del alemán. Fundador e integrante del primer Consejo Directivo de la Universidad Popular Elio C. Leyes. Pastor de la Iglesia Metodista de la localidad de San Cristóbal, en el departamento de Nogoyá, donde creó el Centro de Salud «Dr. Alberto Schweitzer».
Wirth junto a la gran pedagoga paranaense Celia Ortiz de Montoya y la historiadora Beatriz Bosch.
En las décadas de 1960/1970 pocos eran, dentro del ambiente literario e intelectual de Paraná, los que desconocían la figura del «Doctor» Wirth como le decían por su profesión de abogado que precedía a la de profesor de historia. Su irrenunciable compromiso por desentrañar los laberínticos senderos del pasado lo llevaron a ser profeta también en su propia tierra. La localidad de Nueva Helvecia, en la vecina Uruguay, que lo vio nacer, lo encumbró como su historiador oficial, pues a ella le dedicó los libros Historia de la Colonia Suiza e Historia de la Iglesia Evangélica de Nueva Helvecia, entre otros.
Juan Carlos Wirth podía presumir de cosmopolita, muchas identidades confluían en él, uruguayo por nacimiento, suizo por ascendencia, argentino por adopción, griego por pasión. Pero su lugar en el mundo estaba en la ciudad pariente del mar.
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