21 de noviembre de 2024

Las armas de la dignidad

TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA

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El libro Las Armas de Belén Zavallo, publicado recientemente por la editorial Agua viva, puede ser concebido como un remedio con gusto amargo. Es sanador y al mismo tiempo muy difícil de asimilar si no es a través de un solo trago a fondo blanco. Iniciado el acto de lectura ya no hay lugar para titubeos: es de principio a fin sin pausas, demoras o remansos. Lo que se narra en esta novela de no ficción (si cabe la expresión) es escalofriante. No da respiro. Es la declaración de una mujer que ha padecido vejaciones inenarrables de parte de varones.

En su prosa desgarradora, la autora no tiene temor a dar nombres, lugares y fechas relacionados con la violencia empleada sobre su cuerpo y su psiquis, como así también sobre la integridad de su hija y, por transferencia, de las mujeres en general. Hechos como abusos, intentos de violación, embarazo adolescente, amenazas, violación en manada son parte de esta deriva horrorosa que no tiene nada de fortuita, sino que es producto de una cultura envenenada por relaciones de género inadmisibles.

Lo padecido por la autora ha dejado una huella imborrable y ese trauma es elaborado a través de la literatura. Esto no solo es un acto que alivie exclusivamente a Belén Zavallo, sino que al hacerlo público implica una interpelación social para que las mujeres no sean más presas del terror sistemático del sistema patriarcal.

En su obra, la escritora no solo refiere a lo crudo y brutal de las agresiones directas, sino que pone al descubierto ceremonias, ritos, trámites, amenazas, cuestionamientos, obligaciones y culpas que aparecen naturalizados pero que no son más que mecanismos que reafirman y perpetúan el sometimiento y la humillación.

 

En el texto, el campo y el pueblo chico aparecen como ambientes opresivos y embrutecidos en el que las mujeres y la naturaleza no tendrían otra entidad que la de una cosa a la que se puede poseer a voluntad o disponer de su existencia o de su destrucción. «En la granja viví unos meses. Los peores meses de una vida de treinta y ocho años». La cacería, en este marco, aparece como una actividad masculina depredadora.

En este mismo ámbito, el estudio y la literatura además de ser intereses en sí mismos sirven también como tabla de salvación o como evasión del infierno: «Ese año leí La Ilíada y La Odisea, Los trabajos y los días, estudié las declinaciones en latín y griego. Me hice amiga de Diegui y de Carla. Ese mundo nuevo me abría una ventana que guardaba con recelo». De todos modos, eso mismo es resistido: «Él quería que yo fuese únicamente de él, que redujera mi vida a un vínculo» o «Yo confundía generosidad con manipulación. De a poco me fue limitando las amistades y las actividades que mis compañeras seguían haciendo. (…) Me construyó un confinamiento mental y cuando quise hablar no tenía voz».

 

 

Ante los padecimientos, el olvido y el silencio operaron durante un tiempo, antes de este libro, como mecanismos de defensa. Sin embargo, «la memoria insiste y me revela las escenas que enterré como esos huesos en los sembrados que después liberan a la luz mala». Entonces, a partir de poner en palabras el recuerdo y lo reprimido es que las heridas son reconocidas y paulatinamente buscan ser conjuradas.

Esa memoria no es lineal ni aparece de una vez, sino que se va componiendo a partir de fragmentos que se superponen en diferentes capas. La narración va y viene porque la cuestión no se resuelve de una vez. Se insiste sobre lo mismo las veces que sea necesario. Lo abordado es de tal magnitud que no se puede concebir sino es desde los distintos ángulos que pueden tener las invocaciones y sus implicancias.

La prosa no es el único recurso, sino que se intercalan algunas poesías. Esto trae a colación la necesidad de volver, tal vez con otra mirada, sobre Lengua Montaraz, libro de poesía de la misma autora que ganara el premio nacional Storni de poesía.

Ante los abusos sufridos, pero también ante la impunidad, la hipocresía, la complicidad o la llana estupidez, surge este texto como una forma de contrarrestar el pavor. En la escritura no deja de haber bronca, indignación, recelo e incluso rencor. Pasiones humanas que no son ocultadas ni disimuladas. En las palabras se juega todo y se expresa la fortaleza y la valentía de exponer situaciones corrientes y aberrantes. Es en este punto donde la obra cobra una potencia inaudita. Las palabras son armas de la dignidad. La autora se descubre así misma e insta a que se ponga fin a la barbarie.

 

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