Los parques y la escritura

TEXTO FRANCO GIORDA

FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA y MEI

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Sergio Delgado es el autor de Parques (Ediciones UNL, 2021), obra en la que reúne tres textos sobre diferentes enclaves públicos ubicados en Santa Fe, Bretaña y París. En las piezas combina la crónica, el ensayo y la ficción en torno a estos espacios en los que está presente una expresión urbana de la naturaleza. En el desarrollo de las unidades, el escritor pone en juego la memoria tanto individual como colectiva apelando a anotaciones de experiencias subjetivas y a referencias de la historia compartida por las distintas comunidades que habitan esos espacios, a la vez, lejanos y cercanos entre sí.

En este marco, Delgado reflexiona tanto sobre el carácter múltiple de plazas y parques como de su propia escritura que se desenvuelve a partir de estos elementos. Las fotografías también son parte constituyente del registro de la indagación crítica y estética. Se torna muy atrayente el hecho de que las perspectivas sobre estos lugares, mil veces transitados por niños, jóvenes, adultos y ancianos, están desarrolladas con frescura y desprejuicio. Así, la niebla de la rutina es disipada y cobran un renovado interés los sentidos concentrados en esos territorios abiertos, pero también cercados por las construcciones.

 

 

El autor combina la atención sobre el espacio y el tiempo que se conjugan en los parques abordados. Notas tomadas en diferentes momentos, imágenes de distintas épocas, recuerdos, impresiones y diarios son la materia con la que se teje una trama de variadas capas donde habitan personajes, tránsitos y miradas. El andar, el perderse, el viajar son parte de estos itinerarios surgidos de espacios y tiempos superpuestos.

Estos cruces están combinados a partir de la mirada expansiva de Delgado desde el pulso de un cronista en el Parque del Sur de Santa Fe, de un novelista en Parc du Venzu en Bretaña y de un poeta en Square Le Gall de París. De esta manera, distintos enfoques dan cuenta, desde los recursos de la expresividad, de esa mixtura que surge de los restos de la relación dialéctica entre cultura y naturaleza.

A propósito de esta novedad editorial, el autor de la obra dialogó con 170 Escalones.

 

Empecemos por la tapa del libro, ¿por qué el arte de la portada representa hojas de Ginkgo Biloba?

Es una buena idea comenzar por la tapa, que es excelente. Lo puedo decir con total libertad de conciencia porque no tuve nada que ver en su confección. Es el resultado del arte de Alina Hill, quien tuvo a su cargo además la diagramación del interior del libro, y que también diseñó, junto con Julián Balangero, la maqueta de la colección Lugares/Itinerarios a la que pertenece Parques. Me gusta mucho la tapa. Por varias razones. Por sus cualidades estéticas, indudablemente, pero también, y sobre todo, por la manera como se integra al libro y lo comparte con los lectores, invitándolos a una experiencia. No hago más que repetir lo que me señalaron, de manera espontánea, varios lectores. La tapa vino al final del armado del libro, que para mí fue una experiencia increíble de trabajo. Alina me presentó el collage y no tuve nada que decir. Estaba perfecto. Trabajó con hojas del Ginkgo Biloba, con los dibujos originales de Engelbert Kaempfer, naturalista alemán que «descubrió» el árbol para Occidente durante su viaje al Japón, en el siglo XVII; pero trabajó también con mis cuadernos, que sirvieron de base a la escritura de Parques, donde hay fotografías de hojas del árbol y también con muestras de mi escritura. Y de mis tachones. Me parece entonces que la tapa dialoga muy bien, en su diseño, conjugando hojas, palabras y correcciones, con la manera como se fue construyendo el libro. Y adelanta, con sutileza, el sentido que tiene el árbol en Parques. Si bien el Ginkgo aparece en la tercera y última parte, concentra, me parece, muchos aspectos de la relación entre árbol, paisaje, memoria y escritura que está en el centro del proyecto. Con el Ginkgo, se me ocurre, pasa lo mismo que pasa con muchas palabras de la lengua. Es un árbol muy antiguo, anterior a las glaciaciones, y algunos naturalistas lo consideran como un «fósil viviente». Es un sobreviviente de una época extinta y un testigo muy particular del paso del tiempo. En su resistencia al cambio está, paradójicamente, una de las claves de su pervivencia. Por mi parte, hace años que lo observo y trato de escucharlo y comprenderlo. No puedo decir mucho más porque me estaría traicionando… Confío en ese lector al mismo tiempo casual y espontáneo que ingrese al libro a través de su hermosa tapa con el deseo de descubrir cosas en su interior. Como quien sale de paseo. Se puede, claro, salir de paseo con Parques bajo el brazo. Sería la situación ideal de lectura.

 

 

¿Cuál es el motivo de que el narrador sea presentado en tercera persona como «Cronista», «Novelista» y «Poeta» según cada parque?

No lo sé exactamente. Y te agradezco la pregunta porque me obliga a pensar, a volver sobre los motivos de aquellas decisiones. Supongo que fue algo que apareció a lo largo del proceso de escritura. En un momento fue una evidencia. Pero se dio lentamente y la creación del personaje sucedió, más bien, hacia el final, cuando muchas cosas ya estaban resueltas. Buscaba en cierto modo evitar o disfrazar el relato en primera persona. Siempre me resultó engañosa esa «persona» puesta ahí siempre en primer plano, como en un one-man-show. Suelo utilizarla pero a la larga, a pesar de su facilidad, me produce un profundo cansancio. Sentí entonces la necesidad de crear personajes. El primer parque (el Parque del Sur), pensado como una crónica, tiene un personaje que se llama Cronista. Hay sin duda un exceso de redundancia (el pleonasmo es una figura que siempre me produjo una fascinación malsana), pero me gustó la idea de jugar con los protocolos del género, donde hay siempre un «yo» que viaja a tierras extrañas o reside en su país, vive determinadas experiencias, las observa, las anota o las conserva en su memoria, y las describe. Me gustó la idea de construir más bien un personaje, si bien genérico, pero de constitución provisoria. Porque nada está del todo resuelto. No poseo una imagen definitiva de ese personaje. Esa última imagen queda, en todo caso, en manos del lector. Es un personaje, al menos en lo que puedo ahora reconstruir de su historia, que ya no está. Estuvo, eso es cierto, porque quedaron trazos, pero ya no está. ¿Se enfermó, se fue, desapareció, se murió? No lo sé. Y es verdad que no lo sé. El lector quizás lo sepa mejor que yo. Lo cierto es que esos personajes, Cronista, Novelista y Poeta, todos ellos escritores, estuvieron en los parques de los cuales dan cuenta (que también existen) pero ya no están. Quedan sus cuadernos, notas, dibujos, gráficos, fotografías. Debo aclarar que me fastidian las historias de escritores en las que, de manera tan segura, se “vende” un saber sobre la escritura. Venden baratijas porque respecto a un dominio como la escritura, íntimo y misterioso, es imposible tener un saber definitivo. Los personajes de Parques, sobre los que poco sabemos, no están y lo único cierto es que quedan sus escritos. Es necesario que aparezca otro personaje, un Editor, que los reúna, los conserve y se ocupe de organizarlos y publicarlos. No estoy inventando nada en realidad. No invento ni la crónica ni la poesía. Y hay muchas novelas que comienzan así, como El Quijote, las Cartas persas de Montesquieu, o El nombre de la rosa de Umberto Eco: un editor encuentra unos manuscritos y se ocupa de presentarlos a los lectores. Es una convención, es cierto, ¿pero hasta qué punto? En el caso de Parques hay un poco de todo esto, pero al mismo tiempo todo es un tanto absurdo. Han pasado unos pocos meses o años entre el momento en el que el personaje desaparece y llega Editor. Ahora que digo esto, que vuelvo sobre estas ideas, se me ocurre pensar que el personaje (Cronista, Poeta o Novelista) en realidad está, pero, tímido, se escondió. Y en cualquier momento puede aparecer para exigirnos los derechos de autor. Habría que prevenir al servicio jurídico de la editorial de este riesgo eventual. Si sucede, me llevan preso por incumplimiento de contrato. Para una de las historias aparece un nuevo personaje: Reditor. No quiero tampoco contar el final, pero no sería raro que sea él el culpable de todo. ¿El asesino?

 

¿Cómo se inició la idea de escribir sobre los distintos espacios verdes?

Comenzó en 2008, cuando Oscar Taborda me invitó a participar de una colección que estaba en ese momento imaginando para la EMR (la editorial de la municipalidad de Rosario), la colección «naranja». Se pedía a escritores que evitaran las ficciones y escribieran «crónicas». De la propuesta ya se descuelga una sonrisa… Puede verse en el sitio de la editorial. Acabo de visitarlo para recuperar el pulso de aquel primer impulso y leo: «crónicas breves que abordan, desde la experiencia íntima, histórica o testimonial, lugares concretos de una ciudad o una provincia. Cada uno de los narradores cumple un itinerario propio, marcado por su libre observación, el dictado de su memoria o sus líneas de investigación, de modo que la secuencia de paisajes y locaciones depende menos de la geografía y el urbanismo que de los motivos estrictamente literarios. Con fotos tomadas por los propios autores y otros documentos gráficos como tickets, planos, avisos publicitarios, recortes de diario, los relatos hacen de esquinas, barrios, pueblos, parajes, corrientes de agua, rutas, etc. su materia de reflexión o ensoñación». Es un orgullo haber participado de esta experiencia editorial, sin duda una de las más interesantes de nuestro medio. En Argentina las editoriales parecen una suerte de bunkers donde, protegidos por hormigón armado y una serie compleja de claves secretas, un grupo de editores resiste el ataque de cientos y miles de escritores cargado de manuscritos. En este caso sucede lo opuesto: la EMR diseña una colección y sale a las calles a solicitar a los autores que escriban un libro. Así fue concebido Parque del sur, que coincidió además con mi manera de trabajar, con anotaciones, recortes, imágenes en libretas y cuadernos, y con un viaje de regreso a Santa Fe, mi ciudad. Solicitud, viaje, regreso y escritura están aquí íntimamente ligados. Diez años después, en 2018, Ivana Tosti, directora de la editorial de la UNL, me propuso re-editar ese texto. Acepté y le propuse incorporar dos parques más. Tenía mucho material acumulado sobre “espacios verdes”, como vos decís (expresión que pertenece a la nomenclatura municipal, que aceptamos de manera casi automática, pero sobre la que deberíamos reflexionar) y elegí dos parques de otras ciudades en las que viví: el Venzú de Lorient, Bretaña y el square Le Gall de París. Me propuse además componer un tríptico, prolongando la propuesta de Parque del sur, sin traicionarla, pero con nuevos dispositivos y personajes.

 

 

De la lectura surge que el proceso de composición fue fragmentario y de largo aliento ¿Cómo fue la experiencia de escribir este libro?

Para mí fue un proceso único, por la naturaleza de los textos, muy distintos a todo lo que escribí y publiqué hasta ahora, pero sobre todo por la experiencia de trabajo. Se trata de textos «solicitados», como te decía, pero que fueron además concebidos y trabajados en el «aura» de editores como Taborda y Tosti, en un marco muy especial de afectos y complicidades. Para mí, el editor, además de ser un «personaje» presente en muchos textos, es una persona esencial en el acto de «dar a luz» un libro. Cada vez estoy más convencido de su importancia y su necesidad. El editor es un interlocutor, alguien que participa de la última etapa de escritura, el primer «otro» en la difícil salida de un texto del ámbito íntimo en el que fue escrito. Personalmente descreo de los «talleres de escritura creativa». He coordinado muchos talleres, y en todos los casos he vivido experiencias extraordinarias, aunque de un valor más terapéutico que estético. Enseñan a salir de uno mismo y la escritura en este sentido es siempre liberadora. Pero es cierto también, como señala François Bon, un experimentado animador de «atelieres», que ningún escritor puede salir de un taller de escritura. En todo caso el escritor comenzará a escribir al «salir» del taller. Lo que un taller o una «clínica» (he visto que se suele utilizar este término) enseña es eso: técnicas para poder presentarse a un lector. Se pueden enseñar y aprender estas técnicas, estrategias, recursos, se puede aprender a escribir, claro, y hay grandes conductores de talleres. Muchos de ellos, por otra parte, son grandes escritores. Se puede aprender, por ejemplo, a escribir una novela sin tropezarse con tiempos, lugares, géneros y personajes. El lector medio las decodificará sin problema. Pero la literatura, claro, es otra cosa. Si lo que digo es cierto, la buena literatura es la que inventa sus procedimientos y también sus lectores. No estoy seguro de que sea mi caso. No puedo saberlo. Pero me gustaría que fuera así. En todo caso, nadie puede decidirlo… Debe producirse una rara alquimia, de la que resulta sin duda ese «oro» tan preciado, pero de la cual nadie tiene la fórmula. En el caso de Parques, el proceso de composición fue largo, por lo menos de diez años. Seguramente mucho más. Quiero decir: hay una lenta acumulación de notas e imágenes. Y esta acumulación, para responder a tu pregunta, es sin duda fragmentaria. Y discontinua. De todos modos, en el momento de armar el libro era necesario tener una idea. A partir de esa idea, que imagino se puede comprender con facilidad, los fragmentos se arman en un todo. En un momento menciono el problema del «rompecabezas», que es un juego muy difundido, que fascina a multitudes que se ponen a «armarlos» (y lo logran), pero en el cual un autor como Georges Perec descubre una paradoja de imposible resolución. Reside en el seno de la relación entre las partes y el todo. Las partes de un rompecabezas no tienen ningún valor en sí mismas. Alcanzan un valor cuando todas se unen para componer un todo. Pero al mismo tiempo ese todo no existe sin las partes, es más bien un horizonte. Sólo las partes, al unirse, le dan al todo su existencia y sentido.

 

 

 

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