9 de diciembre de 2024

«Me siento parte del río»

ENTREVISTA FRANCO GIORDA – PABLO RUSSO

TEXTO FRANCO GIORDA

FOTOGRAFÍA PABLO RUSSO

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Frente a la dársena, a principios de enero, sentados en el borde de una de las veredas elevadas de los galpones del puerto, conversamos con Luis Cosita Romero. Durante lo que duró la charla, no fueron pocos los transeúntes que lo saludaron o se acercaron a decirle algo. Algunos lo nombraban como «Masa»; él explicó que así es como se lo conoce en su barrio, el Maccarone. El reflejo de la tarde en el agua, el canto de los pájaros, el calor del verano, algunos pescadores que salían a recorrer el espinel, las barcazas herrumbradas, los pontones abandonados, los deteriorados edificios que supieron estar abocados al balizamiento, el dragado, la cartografía fluvial y los talleres de Vías Navegables fueron el marco de un diálogo en el que el entrevistado repasó los avatares de su vida; desde la supervivencia personal en un contexto sumamente adverso hasta el protagonismo en la lucha contra la instalación de una represa hidroeléctrica en el Paraná Medio. También se refirió al estado de su proyecto de ecoturismo denominado Baqueanos del río y a su actual ocupación junto a los gurises que viven en las inmediaciones del Volcadero.

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¿Dónde naciste?

En el barrio Las Ranas, calle 25 de Mayo y Cura Álvarez. Hoy hay un edificio de la Fuerza Aérea. En aquel entonces nos sacaron porque, simplemente, los pobres no podían vivir ahí. Era un barrio simpático. Recuerdo que había una laguna que conectaba el fondo de las casas.

 

¿En qué año fue eso?

Nací en el 60 y viví hasta los tres o cuatro años. Mis recuerdos de jugar con las ranas están intactos. Me metía entre las totoras. Mi padre era cazador de ranas y se las vendía a los colectiveros que iban a Mendoza. Él era changarín en la terminal.

 

¿Cuántos hermanos eran?

Nosotros somos siete hermanos. Cuatro varones y tres mujeres.

 

¿Después que los desalojaron a dónde fueron?

Vine a parar al Maccarone. Eran muy pocas casitas. No creo que hayan llegado a diez ranchos. Tengo el recuerdo que, en la parte oeste del barrio, sobre la barranca, era zona de volcada de mucha basura.

 

¿Seguiste viviendo ahí?

Sí. Una de las cosas que me maravilló fue el hecho de mirar el río desde el barrio. Nunca lo había visto y era un atractivo. A veces era muy rojo, seguramente porque no había represas como las de Itaipú o Yacyretá.

 

¿Qué hacías en ese momento?

A los siete años, por problemas de contención en mi familia, me fui a la calle. En mi casa no tenía alimento. Mi padre era alcohólico y se puso muy violento. Pateaba la olla de comida y nos hizo vivir muy mal. Yo había conocido a mis primeros amigos del barrio y comenzamos a vagar por la zona del puerto. A mí me encantaba porque era como estar en el centro de la ciudad por la cantidad de gente que había. Era una de las entradas y salidas de Entre Ríos. Paraban las lanchas. Y si pedía una moneda me la daban enseguida. En verano me gustaba andar cerca de la costa y en invierno me refugiaba en el cine.

 

 ¿A qué cine ibas?

Al cine Mayo. Miraba la cartelera, ni sabía lo que decía, y me metía.

 

¿Recordás alguna película que te haya gustado?

Para mí las mejores películas no eran las de cowboys sino las de Tarzán. Tenía fascinación por ver la selva. Cuando fui por primera vez a las Cataratas del Iguazú, no hace mucho, se cumplió mi sueño. Era lo que siempre quise ver. Fui a compartir mi experiencia de guía de ecoturismo con las comunidades guaraníes.

 

¿Ibas solo al cine?

Generalmente iba solo. Después fui con alguno de los gurises del barrio. Éramos tres o cuatro los que siempre andábamos en la zona del parque Urquiza pidiendo una cosita. De ahí viene mi sobrenombre.

 

¿Te quedó el sobrenombre por eso?

En realidad, yo decía «¿no tiene una “coyita”?». Entonces, la gente me decía «ahí viene cosita». Mis compañeros siempre me mandaban a mangar a mí porque me daban más.

 

¿Qué edad tenías?

Siete u ocho años. Así seguí hasta los diez u 11 que fui preso por vagancia. Fui a un hogar. En esos años, mi padre estuvo internado mucho tiempo, zafó del problema del alcohol y se recuperó. Ahí volví a reintegrarme a mi familia. Anduve cuatro años en la calle. Mi abuela era manguera porque mi padre no llevaba nada. Entonces, a veces, la acompañaba a ella y, otras, a mi hermano mayor. Me di cuenta que mangando podía conseguir lo que quería. Imaginate que en la calle tenía comida y en mi casa no.

 

¿Llegaste a dormir en la calle?

Muchas veces. He dormido en el mástil de la Plaza de Mayo, frente a la galería del (Instituto del) Seguro. Del lado del oeste había unas tapas donde creo que los municipales guardaban herramientas. Debería ir a mirar ahora cómo está porque muchas veces dormí ahí. Después dormí en el Parque Urquiza, cerca de los baños o debajo de los arbustos.

 

Vos sos conocido como baqueano del río, pero has laburado de otras cosas también.

Sí, totalmente. Un día la pasé muy mal. Ya tenía dos hijos: una criatura de un año y otra de dos. En ese momento, vivía una situación muy mala en el barrio Maccarone. Piso de tierra, 47 chapas de diferentes medidas y características. Así que decidí ir a buscar trabajo a otro lugar. No conseguía de albañil porque no tenía la libreta de la construcción. Escuché que alguien se iba al sur y decidí irme yo también. Como no tenía valija ni bolso agarré una bolsa de papa y metí toda mi ropa y salí con otro compañero. Fuimos en camión hasta Buenos Aires y de ahí al sur lo hicimos prácticamente caminando. Dos meses tardamos en llegar a Tierra del Fuego. No podía creer lo grande que era la Argentina. Llegamos a estar tres días tirados en la ruta haciendo dedo. A veces tomábamos malas decisiones. Pasamos mucho frío. Sobrevivimos a nevadas tapados por un nylon. Caminábamos toda la noche. Lo hice dos veces. Una en el 82 y otra en el 86. La segunda fui solo y tardé un mes. Allí viví en Río Grande. No se podía trabajar en la construcción porque la mezcla se congelaba como un helado. El único lugar que tenía para quedarme era en una fábrica de electrónica. Ahí fui e insistí hasta que me atendió el gerente que era un entrerriano. En ese momento, año 82 u 83, había una inundación importante en el río Paraná. Le cuento la situación y creo que este hombre me deja entrar solo por ser un comprovinciano. Era la fábrica de televisores ITT Drean. En ese momento, empezaba el furor de los televisores a color. Para mí, era todo un logro. Compré mis primeros libros de electrónica básica. En un año o año y medio ya era oficial especializado dentro de la fábrica. Aprendía muy rápido.

 

¿Hasta qué año estuviste en el sur?

Estuve hasta el 87 u 88 y volví. Me largué a trabajar con la moneda que había logrado en el sur. Me compré una camioneta y decidí que el resto del capital sea para comprar frutas y verduras y vender al por mayor. Justo me agarró la debacle económica y de las 35 verdulerías a las que les vendía me pagaron tres o cuatro. Todas las otras me quedaron debiendo. Quebré. Un compañero, el padre de aquel hombre que está allá parado –dijo, mientras señalaba a un pescador– de apellido Krugger, me contó que él también la estaba pasando mal con las changas y que iba a volver al río. Y me preguntó «¿por qué no volvés vos también si cuando eras pendejo conociste el oficio. Comprate una canoa y dejá de andar pasándola mal. En el río no te va a faltar nunca la comida y el cigarrillo». Eso me quedó repercutiendo. A los 15 días me compré la canoa y me largué a pescar. En paralelo, en mi casa funcionaba una olla comunitaria pero no para politizarla, sino que nos organizamos solos y trabajábamos por guardias: unos cocinaban, otros buscaban leña. Todos los días íbamos rotando. Estuvimos dos años haciendo funcionar la olla. Durante ese transcurso formamos una cooperativa de pesca con mis vecinos, compramos otra embarcación y pescábamos juntos.

 

 

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¿Dónde tenías la canoa?

Aquí en el puerto. La primera la dejaba debajo de la escalera donde paraba la lancha. Al poco tiempo, me la robaron. Así que nos quedamos con una. Con mis compañeros nos turnábamos: un día pescaba fulano, otro día pescaba sultano. Era una canoa con motor que nos donó Jorge Pedro Busti, se llamaba Danielito I. La trabajábamos los vecinos del Maccarone, pero la política hizo que los muchachos fueran encontrando trabajo en la Municipalidad o en la Casa de Gobierno, yo seguí con la canoa. Del grupo original, quedamos dos o tres. Varios años después, en el 96, escucho la noticia de que quieren hacer una represa y yo ya había encontrado mi lugar en el mundo; entonces me dije: «yo voy a protestar». Todos me trataron como si fuese un loco, mis compañeros me decían «cómo vas a protestar, boludo. Esto es una decisión del presidente. Nadie te va a escuchar». Igual, conseguí el apoyo de los pescadores, pero, por diferentes razones, ellos no podían hacer el viaje.

 

¿Qué viaje?

La idea era hacer mil kilómetros a remo. Desde la provincia de Misiones, a la altura de la represa Yacyretá, hasta Paraná. Ese viaje son 22 días; más otros 30 días previos de preparativos. Se nos iban prácticamente dos meses de trabajo. Los compañeros pescadores no tenían ese tiempo. Yo tampoco lo tenía, pero ya había tomado la decisión y no podía volver para atrás. Mi esposa, mi compañera de vida, Rosa, que me ha dado tres hermosos hijos, dos varones y una mujer, trabajaba de empleada doméstica. Con la pequeña moneda que ella ganaba lograba sostener la familia. Cuando me quedaba tiempo iba a pescar y traía. Así sobrevivimos. Durante el tiempo que hicimos la protesta la peleó solamente ella.

 

Se vinieron remando con Raúl Rocco…

Los dos solos en una canoa. Cuando comenzó la travesía era todo lindo, pero al cuarto día ya no teníamos más cuentos para contarnos y cualquier decisión que tomara el otro pasaba a ser una crítica. Son dos metros en el que te estás mirando permanentemente. Hubo algunas diferencias, pero en un momento decidimos no pelearnos más y lograr lo que fuimos a hacer. Remábamos una hora cada uno.

 

¿Qué hacían en los pueblos de la costa por los que fueron pasando?  

No teníamos ninguna estrategia ni apoyo logístico. Ni tampoco teníamos teléfono. Nada que nos pudiera conectar con otros. Entonces, cuando llegábamos a un pueblo recolectábamos firmas en una planilla. Llevábamos también 70 u 80 kilos de folletería arriba de la canoa. Les dábamos un montoncito a cada uno para que repartan. Fue en la ciudad de Itatí donde se produce, podríamos decir, un milagro. Llegamos ahí y mi compañero me propone ir hasta la basílica. Yo no quería entrar porque no estaba compenetrado con la cuestión religiosa. Lo acompañé por respeto y para mantener la armonía entre nosotros. Vaya a saber qué le pidió él. Yo le dije: «Virgencita, estamos solos en el río. Hace 20 kilómetros que te vengo viendo en la cúpula. Todos los días mirás el río». Le hablé así porque no sabía rezar. «Dicen que vos sos milagrera, demostranos que querés a tu gente y al río. No sé cómo decírtelo. Danos una señal». Al salir, bajo tres o cuatro escalones, y un prefecto viene corriendo para avisarnos que nos precisaban en Prefectura. Cuando llegamos había un fax que decía que Paraná era el primer municipio que se declaraba en contra de la obra. No lo podía creer. Cuando nos despedimos de los jefes había una escuela que nos estaba esperando, nos habían escuchado en una radio y querían charlar con nosotros. Dimos la charla a un séptimo grado y vi que aplaudieron y que les gustó. Ahí me di cuenta que teníamos que empezar a ir a las escuelas. También tocábamos medios importantes como una radio en Paso de la Patria que tenía repetidoras en toda la provincia. En esa FM había un programa que, al comenzar, la gente lo saludaba en la casa con un sapukay que se escuchaba en todo el pueblo como si fuese un gol de la selección. Fuimos a ese programa y se nos presentó como «pescadores depredadores de Entre Ríos». La gente festejaba esa agresión del periodista. Una cosa rarísima. Le explicamos que no éramos depredadores sino pescadores espineleros. Él nos decía que éramos malloneros y que exportábamos; que estábamos dejando sin peces al río Paraná: «Ustedes son los entrerrianos que están devastando el recurso». Le demostramos que fuimos a defender el río y que el problema mayor era la represa que iba a borrar a esa ciudad. Quedamos bien parados y logramos la aceptación de la audiencia. Cuando partimos de la radio, los vecinos salieron a la calle para ver quiénes éramos y nos aplaudían. A partir de ahí, la gente nos empezó a saludar desde la costa.

 

¿Cómo fue la llegada a Paraná?

Antes de llegar, estuvimos en Goya y hablamos frente a 5000 personas. Juntamos miles de firmas. Los pescadores nos acompañaron aguas abajo y se solidarizaban con nosotros. Unos kilómetros antes de La Paz, salieron a buscarnos, se estaba preparando una gran recepción. Había más de 3000 personas en el puerto con bombos, festival de música y ecologistas que tomaban el micrófono para denunciar. La gente nos llevó en andas hasta el palco. Esa noche, por primera vez, dormimos en una cama con colchón. Nos consiguieron una cabaña y comimos bien. Al otro día, partimos para Santa Elena. Nos habían advertido que ahí nos podían cagar a palos porque el sindicato de la UOCRA (Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina) apoyaba el proyecto, para ellos la única salida que tenía Santa Elena era la construcción de la represa. Por otro lado, dos estudiantes nos habían avisado que nos iban a estar esperando con un agasajo. Unas 300 o 400 personas nos recibieron en la costa con tambores y cuetes. Habían hecho un palco chiquito. Vinieron los bomberos, nos subieron a un Jeep y nos llevaron a dar vueltas por la ciudad. Éramos dos morochos saludando a todos. La gente se preguntaba si éramos boxeadores (risas) hasta que alguien consiguió una bocina y empezó a gritar quiénes éramos. Llegamos a un punto cerca de la plaza, pero se quedaron sin nafta. Así que volvimos a pie hasta la costa. Días después, llegamos a Paraná. Era el Día del Padre, lloviznaba y hacía un frío impresionante. En el balneario municipal había bastante gente. Unas 500 personas. Pensábamos que no iba a haber nadie por el frío que hacía. A partir de ahí nos convertimos en íconos de esa lucha que fue una gesta social de todo un pueblo. Nunca fuimos nosotros los únicos partícipes de esa defensa del río. Nuestro protagonismo fue por la manera original que encontramos para protestar.

 

¿En qué año fue esa travesía? 

En el 96. En el 97 salió la ley anti represas. Busti había recibido todos los castigos. Rocco le hizo una poesía que hablaba desde el punto de vista de un pescador: «¿Oyeron? Dicen que harán la represa // Que hasta un decreto han firmado declarando a ese engendro como de interés provincial // Hablan mucho de progreso, de proyectos y qué se yo // ¿Pero es que nadie aquí ha pensado en el pobre pescador? // Mire, voy a ver si me explico, diría que al río lo siento casi un igual // Diría que es algo vivo cuando veo que se mueve como una serpiente // Más no le he temido nunca, lo considero mi amigo // Siento que bulle su sangre muy dentro mío y ya no me pertenezco // Soy parte de él y él es parte mío // Los dos nos sentimos ricos // Yo, porque mi pobreza de pescador no percibo y me hallo un visionario en su brillo de platino // Él, porque tiene la riqueza de mil perlas de rocío // Escuche, don Jorge Busti, dice que me dará trabajo y me hará vivir mejor // Ahora yo le respondo ¿qué hago con mi amor por el río?». Tuvo un peso tremendo, fue el caballito de batalla. Creo que sin esa poesía la historia hubiese sido otra. A los días de salir la ley anti represas, Busti nos convoca a un acto oficial donde el CFI (Consejo Federal de Inversiones) venía a entregar fondos para proyectos. Fuimos. Fue raro. Busti pidió «que Raúl Rocco y Luis Alberto Romero pasen al frente para recibir la bandera de los ríos». Institucionalmente, el gobierno nos reconoció como abanderados de los ríos. Lo que hicimos fue para no quedarnos callados y tuvo un resultado positivo en la lucha. A veces me pongo a pensar que para muchas más cosas tendríamos que tener la fuerza y la voluntad para protestar. Por más chico que vos seas a veces los resultados son inesperados.

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Luego de esta experiencia, con los años, te convertís en un baqueano del río ¿Cómo fue ese proceso?

Me di cuenta de que la ecología me había atrapado y empecé a pensar en algo que permanezca y genere oportunidades para otra gente. Entonces, aparece una fundación que propone presentar un proyecto y acompañar con el 60% de la inversión.

 

¿Qué fundación era?

Una organización internacional que se llama Avina. Es de un suizo multimillonario, dueño de 300 grandes empresas en América Latina. Vinieron aquí porque se enteraron de lo que habíamos hecho en defensa del medio ambiente. Querían, de alguna manera, ayudarnos para que sigamos haciendo cosas. Entonces, pensé un proyecto vinculado con el turismo. Cuando hice la protesta vi que en muchas partes se hacía turismo en el río. Pero yo no sabía escribir proyectos, aprendí en un curso que hicieron. Ahí fui con mi amigo el Indio (Horacio) Enriquez de Eco Urbano. Eso me sirvió para tomar libros, información y capacitarme. Entendí que en nuestra educación no nos han enseñado a planificar nuestras vidas y la de otros junto con la nuestra. Mi primer proyecto se llamó Turismo alternativo, guía de pesca «Baqueanos del río». Pedí permiso en Prefectura para comenzar a trabajar e hice un convenio con la Escuela N° 100 para que me hagan una canoa de madera. Puse la moneda para trasladar a los alumnos y que realicen esa canoa en Diamante. Llegado el momento, Prefectura nos dijo que no existía el marco legal para la actividad que queríamos desarrollar. Empecé a intervenir en los seminarios de ambiente que se hacían en todo el país. Contaba los problemas que había en el río y reclamaba por el marco legal. Ganó (Néstor) Kirchner, presenté una carta a Desarrollo Social y Alicia Kirchner creó el marco legal para la actividad del ecoturismo. A ese encuadre legal se le conoce como Ecoturismo, guía de pesca y actividades afines. En ese contexto, obligamos a que Prefectura nos diera los cursos acá. Julio Solanas ayudó para que se puedan dar las clases. Esa fue nuestra historia. Años trabajamos para hacer conocer nuestro proyecto de Baqueanos del río. Estuvimos 12 o 13 años continuos dedicados a esa actividad hasta que vino la gestión de (Sergio) Varisco y nos hizo perder la inversión que conseguimos para la construcción de un centro de interpretación. No lo pudimos hacer porque el gobierno municipal no permitió que lo hagamos en el islote municipal. Entonces, presentamos una propuesta para desarrollar actividades en el verano en la isla y el gobierno nos lo prohibió. A partir de ahí, les dije a mis compañeros que no pensaba trabajar con este gobierno. Ahora estamos iniciando la renovación de nuestro permiso, el carnet de habilitación y la libreta de embarque, así que en muy poquito tiempo vamos a estar nuevamente trabajando. Con Baqueanos del río hicimos peñas en la isla, estrenamos la película del Zurdo Martínez con 300 personas, llevamos 35 artistas de arte efímero. Nunca tuvimos inconvenientes ni denuncias ni contravenciones. Dejamos de trabajar, pero ahora vamos a volver.

 

¿Qué estás haciendo en el presente?

Mientras estuve parado, el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia me convocó para que capacite a jóvenes que están en un programa que se llama Cuidadores de la Casa Común. Se trata de un movimiento nacional que está en 16 provincias, en Entre Ríos el gobierno acompaña institucionalmente. El programa está inspirado en la encíclica Laudato Si’ del papa, donde habla de la necesidad y la urgencia de accionar ante la destrucción que se viene dando y que está siendo ocultada. Tenemos que ser personas que hagamos una evolución hacia el cuidado y la protección de los recursos naturales. Me pidieron que sensibilice a los chicos de los barrios postergados del oeste. A los gurises del Volcadero les enseño la importancia vital de los humedales para que reconozcan lo que tienen. Comienzo a nombrar a los árboles, los camalotes, la función que cumplen las lagunas, etc. Les propuse proteger el lugar. Mientras nos vamos capacitando, lo vamos defendiendo. Todos los pendejos se contagiaron con la propuesta y abrimos el primer sendero. Comenzamos a llevar a las escuelas y ellos empezaron a sentir el lugar de otra manera.

 

¿Hace cuánto que hacés eso?

Aproximadamente dos años y medio.

 

¿Cómo aprendiste lo que sabés?

De las personas. Cuando yo era pescador me gustaba preguntar. A veces, en el fogón, la conversación salía sola. El hablar con el otro a mí me enriqueció muchísimo. El aprendizaje viene del conocimiento de otras personas. Transferencia de saberes. Algunas cosas, pude haber leído.

 

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¿Qué es el río para vos?

Como dice mi compañero, «siento que bulle su sangre muy dentro mío». Si nosotros miráramos el planeta como un ser vivo sus arterias son los ríos. Si pudiésemos ver dónde nace un río, viajar y contar esa historia, desde la cumbre de una montaña hasta llegar a los valles, luego a las llanuras y finalmente al océano. Cada uno se la imagina desde su lugar. La que yo me imaginé era, ni más ni menos, como lo que escuché del poeta Juan L. Ortiz, donde habla de él y el río. Esa comunicación. Sentirse parte del río. Es así que yo como ser vivo tengo que cuidar mi salud. Si yo le produzco heridas estoy cercenando una parte de mi vida. Si infecto la sangre o el agua sucede lo mismo que en cualquier cuerpo vivo: todo lo que está alrededor se enfermará, se pudrirá o se engangrenará. Lo que le sucede al planeta es eso. Con cada lluvia, nuestros ríos y arroyos se transforman en cintas transportadoras de basura y eso tarde o temprano lo vamos a terminar ingiriendo, va a ser parte nuestra. Como seres humanos estamos aturdidos por muchas boludeces, por tanta pantalla e información, y no podemos ver lo que tenemos al lado. Para mí el río representa mucho en mi vida y en la vida de todos. Aunque estemos distantes, representa muchísimo para nosotros. Deberíamos revisar muchísimas cosas o escribir una nueva biblioteca para entender lo mal que nos hemos comportado con nuestro entorno, con nuestra naturaleza y lo seguimos haciendo. Hoy llama mucho la atención que haya un río tan importante como el Paraná por su amplio valle aluvial y el aporte que le hace a la vida marina. Hace un mes fui invitado a la Cancillería Argentina para recibir el Poliedro de la Paz en defensa de la creación. No milité nunca para eso. Simplemente lo hice por la convicción de cuidar y defender nuestro lugar en el mundo.

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Comentarios (1)
  1. Virginia dice:

    Hermoso mensaje de un personaje entrañable de nuestra ciudad, que ha puesto en valor nuestro entorno y lo defiende como pocos. Rescato de sus palabras que el aprendizaje viene del conocimiento de otras personas, que quien da oportunidades abre un universo para otros, que evolucionar significa cuidar y proteger.
    Gracias Cosita!!

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