TEXTO Y FOTOGRAFÍA PABLO RUSSO
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«El régimen heterosexual es incompatible con la vida» y «La monogamia es una patraña» son dos consignas pintadas con esténcil que desde el lunes pasado pueden leerse en el pedazo de mármol ubicado en la plaza Alvear de Paraná, sobre calle Laprida.
Ahora se ven esos mensajes. Antes, mucho antes, esa era la placa que tenía tallados los nombres de las desaparecidas y los desaparecidos en Entre Ríos durante la última dictadura cívico militar, de la que pronto se cumplen 45 años de su inicio. Cimentar esa placa no fue fácil. En los años noventa no eran tantos ni tantas los militantes por la memoria, la verdad y la justicia. Imperaba el olvido y el silencio impulsado desde el Estado con su política de indultos a genocidas y reconciliación con los violadores. El intendente peronista Mario Moine mandó a retirar el mármol al otro día de ser colocado en la plaza 1° de Mayo, y en esa acción fue quebrada en su estructura. Luego de mucho peregrinar por la burocracia negacionista del momento, los organismos lograron su instalación en la plaza Alvear. Se trata del primer recordatorio de la provincia en relación al terrorismo de Estado.
Es muy probable que las integrantes del movimiento de mujeres que se manifestaron el 8 de marzo de 2021 y que dejaron esa huella de su paso no lo supieran. Tal vez sí, y no les importó. De cualquier forma, esto indigna a un sector de la sociedad sensibilizado respecto a esa historia. Se piensa, con razón, en la desconexión de las luchas previas. Rodolfo Walsh decía algo así como que las clases dominantes procuran que los trabajadores no tengan historia, para que cada lucha deba empezar de nuevo y olvidar las lecciones y experiencias colectivas. Pero también hay que reconocer que ese pedazo de mármol ya no decía nada. Excepto para quienes conocen su derrotero, las nuevas generaciones que pasan por allí poco pueden decodificar de esa ruina de la memoria. Los nombres ya no se leen y el espacio sirve, muchas veces, para colgar al sol los trapos de quienes se ganan precariamente el mango limpiando los vehículos ajenos.
La memoria es una construcción permanente desde un presente que resignifica constantemente el pasado. Las sociedades no son estáticas y el sentido que puedan tener los sitios concretos y los monumentos construidos para inmortalizar ideas y personas pueden variar según los contextos. El Estado no cuidó ni restauró esa placa de mármol en casi treinta años, a pesar de reiteradas advertencias sobre su deterioro de parte de organismos de derechos humanos. El Estado fomentó el olvido, incentivó con su inacción el desgaste del tiempo.
Ahora, esa placa cuasi lisa es partícipe de los nuevos reclamos por ampliaciones de derechos, absorbida en su accionar por la ola feminista que no puede -o no quiere, hartas de la situación- reparar en qué lugar estampar sus gritos desesperados que denuncian la violencia constante de la sociedad patriarcal. Ninguna pintada pública se puede equiparar al quebranto diario que sufren las mujeres y diversidades. Ninguna pintada callejera debería desviar la atención del problema central. Paraná es mayoritariamente una ciudad conservadora que prefiere sus paredes limpias antes que hacerse cargo de sus desigualdades. Lo irremediable es la desaparición forzada de personas, lo irreparable son las muertes por femicidios. La lucha por transformar la realidad es lo que sigue siendo inmutable, y un pedazo de mármol puede cobrar vida y expresarlo en su superficie, más aún una vez que ha sido librada a su suerte. Por más que duela en relación a otras memorias -que son parte de la misma historia-, la urgencia no pide permiso.
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Pintar la placa en la que alguna vez estuvieron tallados los nombres de las personas desaparecidas por la dictadura supone pensarla como un espacio en blanco. Una constatación de la política del olvido que, evidentemente, supera al Estado.
Es cierto. Este hecho es parte de una política de olvido, de no querer o no poder ligar una lucha como continuidad histórica de la otra. Eso supera al Estado; pero el Estado es en parte responsable de esa desmemoria a través del descuido de la placa.
En esa placa había -además de varones que luchaban por una sociedad más igualitaria- nombres de mujeres que han padecido iguales o peores tormentos que los denunciados por el movimiento feminista en la actualidad. Mujeres que han sido botín de guerra, violadas y asesinadas por sus secuestradores (que actuaban en nombre del Estado). Por descuido o tal vez por ignorancia de lo que alguna vez comunicaba esa placa, la han pintado con consignas actuales.
Lo interesante de este debate es que si esas pintadas hubiesen ocurrido sobre un espacio propio de alguna religión jurásica represora de cuerpos y mentes, no habría tantos grises como en esta ocasión, donde la pintada se da sobre un enclave de memoria (descuidado, librado a su suerte), que supuestamente debería generar más empatía -por utilizar un término recurrente en estos tiempos- de parte del movimiento feminista. Personalmente, hubiese querido que las estampas estén en otras superficies. Así y todo, el debate cardinal tiene que pasar por la vida y no por los objetos: en ese sentido, el Estado (en varios de sus estamentos) sigue siendo cómplice -a veces por omisión, por desatención, e incluso por encubrimiento- de los femicidios.
excelente articulo pablo, muy buena sintesis de un complejo tema.
quienes pintaron ésto se “autodiscriminan”. Ya estamos en el siglo 21. La intimidad de cada uno es algo personal y respetable. No hay ningún “orgullo” frente a esto.