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TEXTO Y FOTOGRAFÍAS PABLO RUSSO
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Rapeando en cualquier escenario o haciendo malabares en los semáforos, Anthony Correa Valdivia viste siempre colorido. Suele llevar puesto algo verde y algo rojo, como cada uno de los aros de sus orejas, como la bicicleta con la que anda por la ciudad de Paraná desde hace siete años. Nació en Lima, Perú, en 1987. Llegó en 2010 con un trabajo seguro que con el tiempo trocó por una vida más bohemia. «Hago circo, estoy metido en eso desde hace unos cuatro años», apunta. «El rap es una herramienta para transmitir con la que hago catarsis», define. De regreso de un viaje por Brasil y Paraguay que emprendió el verano pasado, Tony conversa con 170 Escalones sobre sus derivas expresivas por estas barrancas.
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¿Cómo llegaste a Paraná?
Mi viejo estaba trabajando acá. Es albañil constructor. Lo contrató una persona y vino derecho. Estuvo un tiempo y me ofreció venir. Yo estaba de chofer en una línea de transporte, en una combi, de noche, sin papeles. Hacía la ruta de mi barrio para el centro en Lima.
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¿En esas combis que juntan gente por el camino?
Sí, con un cobrador que va voceando con la puerta abierta: «Carabayllo, Comas, para el centro…». También hice eso cuando no tenía licencia.
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¿Dónde creciste?
Mi infancia fue en un barrio de la periferia, Comas, a dieciocho kilómetros y medio de Lima, rodeado de cerros con casitas en las laderas. Un barrio cualquiera, en el que nos mudamos como cinco veces durante mi infancia y adolescencia. Mis viejos son separados, mi vieja está con mi padrastro, al que yo le digo «viejo», desde mis cinco años. Somos cuatro hermanos. A mi viejo también lo conozco, tenemos una relación, ya de adolescente conversamos y arreglamos las cosas entre nosotros.
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¿Extrañás algo de Lima?
Los puestos de comida accesible, esa cosa de feria, de mercado popular en todos lados.
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¿Cómo era tu barrio?
Mi barrio era picante, se vendía mucha pasta base. Mi contemporáneo con el que me crié de chico es uno de los narcos más capos de la zona norte del Perú. Recibía mercadería en la casa, creció y dejó de juntarse con nosotros porque tenía que hacer la suya. Se mudaba cada tres meses y era difícil de encontrar. Algunos terminaron en cana, a otros le metieron plomazos; quedaron pocos de mis amigos de chico.
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Entonces viniste a laburar de albañil…
Sí, caí acá. Después descubrí el circo. Junté una moneda en albañilería y me fui a Cosquín Rock con un grupo de amigos y amigas. Seguimos para San Marcos Sierra, donde está toda esa movida de artesanos y malabaristas. Ahí empecé a malabarear.
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¿Tu viejo se volvió a Perú y vos te quedaste?
Mi viejo se quedó laburando un tiempo más, llegó a venir mi vieja y mis hermanos también, pero se volvieron por el apego a la tierra, extrañaban la comida, la gente… Yo ya había curtido alguna experiencia de viaje, no fue difícil separarme. Ellos lo aceptaron. Mi mamá no tanto, porque somos una familia apegada. En 2013 se volvieron. Vivía en un lugar que cuidaba mi viejo, de sereno. Me quedé con los perros.
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¿Dónde aprendiste circo?
Cuando me quedé sin plata en San Marcos Sierra empecé a hacer pulseritas con una amiga para zafar la moneda. Ahí conocí los malabares y empecé a entrenar todo el día, todos los días. Cuando volví a Paraná supe de la Escuelita de Circo en el Gloria Montoya y ahí conocí otras disciplinas, porque los malabares son una rama nomás.
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¿Dónde trabajás?
Trabajo en la calle, principalmente. Después de ocho meses de haber aprendido a malabarear con tres pelotas me animé a probar en un semáforo. Seguía trabajando en la obra y practicaba con las piedritas mientras los oficiales me miraban… un día me aventuré en el semáforo.
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¿Cómo fue esa primera vez?
Uf, nervioso, con ansiedad de la primera vez en un escenario, de exponerte al público, tus habilidades. Entré con Coqui, un amigo, fuimos juntos. Ahí empecé a rodar y a rodar.
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¿Se gana bien?
Sí, se gana bien, se puede subsistir únicamente del semáforo si uno quisiera. Pero es muy agotador, es un trabajo extenuante, porque estás expuesto, y es entrarle constantemente uno tras otro. No importa con lo que jugués, igual te vas a terminar cansando. Yo, por ejemplo, juego con cinco pelotas… en una hora terminás cansado. Le puedo llegar a meter alrededor de cuatro horas por día, depende, como ahora tengo otras rutinas cambio y no me canso tanto, porque si no te aburre.
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¿Se va todos los días al semáforo?
Yo no, a partir del miércoles o jueves al domingo. Ahora también estamos haciendo ruedos, espectáculos callejeros en las plazas con el Frente de Artistas Callejeros Independientes de Paraná (FACIP). Estamos procurando movernos. Estuvimos en la plaza del Patito Sirirí hace poco y anteriormente en el Parque, pero apuntamos a salir del centro. Es un espectáculo entre todos, tipo varieté, pasamos las gorras y de ese modo seguimos.
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¿Cómo te vestís para actuar en la calle?
En general me pongo un chaleco, procuro vestirme colorido, me pinto el pelo, medias altas, aspectos que llamen la atención. Considero que está bueno mi trabajo. Hago disociación, que es malabares por un lado, equilibrio por el otro, manipulación con dos balones, dos aros, dos clavas; jirafa (en monociclo), malabares con luces, con fuego. Esto en la ronda que estamos haciendo, y de vez en cuando en los semáforos, para ir variando.
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¿Cómo reacciona la gente en la calle?
Siempre hay alguno que te grita «¡Agarrá la pala!», ese es un detalle particular de la Argentina; pero también si les gusta te animan más: «La mejor, muy bueno tu trabajo». Está la persona mayor que te felicita, el niño que te aplaude… y también el viejo facho que te dice «Andá a laburar».
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¿Y la policía?
Ahora se está pudiendo trabajar; el año pasado no. Hace dos años surgió el FACIP por la represión policial, no nos estaban dejando trabajar en los semáforos aludiendo artículos de contravención que no existen. Querían «limpiar la ciudad», era una orden de arriba. Nos organizamos entre los cirqueros de acá para legitimar la movida. Ahora no nos molestan, y eso se transformó en un grupo humano de trabajo.
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¿Te sentiste discriminado alguna vez por tu piel o tu aspecto físico?
Sí, varias veces. La policía cuando te para, la mirada facha de la gente, más uno que es artista callejero y extranjero del Perú. Tengo cara «autóctona». Sin embargo creo que se fortaleció mi personalidad en la calle, compartiendo con todo tipo de personas y entendiendo también a la sociedad como una construcción que viene influenciada por un montón de occidente, que no es algo que yo comparta.
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Tenés sangre originaria…
Sí, soy una mezcla. De la parte de la selva centro del Perú: Pucalpa, en el Amazonas. Mi abuela usaba palabras del lenguaje de su comunidad en el cotidiano. Tuvo un primo chamán, que hacía rituales ancestrales de ayahuasca.
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¿Cuándo empezaste a rapear?
Rapeo desde los 17 años. Lo descubrí a partir del reggaetón, que se puso de moda; me gustó, empecé a escuchar, tararear, tuve una experiencia, un acercamiento, canté reggaetón, tuve algo así como una banda. ¿Esto se está grabando? Jaja. A través del reggaetón conocí el rap, me gustaba como rimaba, el ritmo y la poesía. Cuando vine, al toque me empecé a asomar donde había movida.
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¿Qué es el rap para vos?
Para mí es un canal para transmitir. Es una herramienta en mi vida con la cual yo hago catarsis. Con el free style sobre todo. Liberar energía. Escribo las letras de mis temas y tengo proyectos con otros raperos. Con Naza Casís, Esteban RL… cada uno aporta su letra, temática, y le metemos ritmo.
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¿Sobre qué son las letras?
En general suelen ser contestatarias hacia el sistema de gobierno, las formas de represión y opresión, proponiendo hacer otras cosas, a través de las rimas.
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¿Hay una movida interesante en Paraná?
Sí, está creciendo mucho. Hay colectivos de hip hop formándose, juntándose a rapear los fines de semana, en el barrio Mariano Moreno, en la cortada del Paracao… Siempre en los barrios, aunque hay raperos del centro también, a esos no los conozco.
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¿Tenés algo grabado, queda algún registro de lo que vas haciendo?
Tengo por ahí unas maquetas dando vueltas en internet, pero más con la banda Integrante Brownie tenemos el proyecto de grabar, lo que pasa es que se nos está complicando juntarnos desde que volví, por los tiempos de cada uno.
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Te fuiste de viaje a principios de año sin fecha de regreso. ¿Por qué volviste?
En el transcurso me fui enterando de lo que quería hacer, que era proyectar y construir desde un lugar. En el viaje estuve experimentando, fluyendo en esa todo es muy pasajero, transitorio, y las construcciones que llegan a suceder por ahí son momentáneas. Había como un apego, por decirlo de alguna manera, en base a construcciones artísticas para dejar algo. Estaba un poco aburrido del día a día. Es súper relajado estar viajando: trabajás una hora para el hospedaje, la comida, las necesidades de uno… es pancho, está bueno, pero me dieron ganas de volver.
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¿Qué te gusta de Paraná?
Me gustan las personas con las que comparto, las relaciones humanas. Paraná es lindo porque es muy verde, yo crecí en una ciudad gris, donde no hay árboles prácticamente. Acá es más tranquilo, tiene un río increíble… La humedad no me gusta mucho, pero no se puede todo en la vida.
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Esta publicación está GENIALLLLL.