TEXTO Y FOTOGRAFÍAS FRANCO GIORDA
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I
Roberto Arlt pisó tierras paranaenses en 1933 y, además de contar los 170 escalones de las escalinatas que zigzagueaban en la barranca, escribió que «Paraná cuenta tres líneas de tranvías, pintados de un verde rabioso, y donde no existe el peligro de que el boletero le rompa a uno la máquina de los boletos en la cabeza, por la simple razón de que los susodichos tranvías no tienen boletero ni máquina».
El motivo de que Arlt no haya visto ni boletero ni máquina es que el sistema de pago del pasaje estaba automatizado. El ticket se obtenía introduciendo monedas en la ranura de un «fanal de hierro con cabeza de vidrio». Esta singularidad, signo de que los coches contaban con la última tecnología de la época, llevó al autor de El juguete rabioso a comparar los vehículos locales con los que circulaban en Río de Janeiro por aquel entonces.
Su descripción incluye a los conductores que «son afables como patriarcas» y a los pasajeros que saludaban, tanto al subir como al bajar. El padre de Saverio, el cruel se tomó el número 3 y convirtió esa experiencia en una de sus célebres Aguafuertes. En la pieza periodístico-literaria narró las acciones que se sucedieron en aquel rutinario y, a la vez, único viaje urbano. Leyéndola uno se entera de que un niño corrió a la par del coche para entregar un mensaje al maquinista; unas mujeres subieron cargadas de mercadería y un pavo; el autor intercambió cortesías con un vigilante; y un mecanismo de seguridad hizo detener la marcha por un momento.
En el recorrido, el escritor pensó que «Paraná es una ciudad magnífica, digna de los más alambicados elogios» y que el Parque Urquiza es «una maravilla digna de verse».
A pesar de la aparente amabilidad descriptiva del señor Arlt, el texto fue respondido con punzante ironía por una lectora paranaense. La mujer le reprocha una mirada sesgada que ve un pueblo pintoresco en vez de una ciudad moderna. Además, con alguna malicia, pone en duda las afirmaciones de la estrella del diario El Mundo. Descree de la descripción que hace de los hechos, de la gente y de los animales que supuestamente vio arriba del vehículo ferroso. «Los únicos pavos que suben no tienen plumas», le escribió. Finalmente, se despachó con una proclama federal: «Es inútil: usted conserva el espíritu predispuesto, como buen porteño, contra nosotros, pero acuérdese que seremos siempre muy buenos y bravos entrerrianos».
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II
A mediados de junio, una obra vial dejó al descubierto un tramo de las vías por las que corrían las 14 unidades de tranvías eléctricos que tuvo durante cuatro décadas la capital provinciana. El trecho que los obreros sacaron a la luz se encuentra sobre calle Italia, antes del cruce con Urquiza. El episodio no resultó indiferente. Varios se detuvieron, contemplativos, a admirar los rieles cual restos arqueológicos de una civilización antigua. Otros, llegaron a tomar fotografías. Por ejemplo, la atenta María Eugenia Cichero logró una instantánea en la que contrasta un colectivo con las viejas guías por las que transitaban los antecesores del actual transporte público. De esa imagen surgió esta nota.
Los pocos metros de las líneas de hierro que quedaron a la vista invitaban a seguir con la mirada el recorrido que doblaba sobre la calle transversal e, incluso, a hacer un esfuerzo para adivinar la trama sepultada debajo del defectuoso asfalto.
La combinación del florecimiento de las entrañas de la ciudad y la mencionada fotografía fueron lo que hicieron que este cronista recordara el texto de Arlt y la respuesta de la airada y anónima mujer. No sólo de eso, sino también de una diversión infantil que acostumbraba ejercitar la barra de gurises a la que pertenecía su padre. Al parecer, ubicaban chapitas de gaseosa sobre los raíles para que las ruedas de acero las dejaran aplanadas como monedas.
No es descabellado suponer que cada uno de los que vio los restos del sistema en desuso se haya acordado de otras historias o imaginado el pasado. Los tranvías de acá, de Estambul y de todo el mundo aparentemente cargan con algo del orden de ese sentir, amargo y dulce, que es la nostalgia. ¿De qué otra forma se podría explicar ese cariño humanizado hacia este tipo de máquinas? Técnicamente, son parientes cercanos de los colectivos y éstos no son candidatos a ser rememorados con semejante emoción.
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III
Dentro de poco se cumplirán 55 años desde que el tranvía dejara de deslizarse por las correderas que delinearon las arterias de la modesta Paraná. Precisamente, fue el 20 de julio de 1962 cuando se completó el último recorrido que unía parajes claves de la ciudad.
Desde 1869 se pueden rastrear los carromatos guiados por rieles y tirados por la fuerza de los caballos. La sangre fue reemplazada por la electricidad en 1921. Las unidades con mayor desarrollo llegaron desde Estados Unidos y contaban con un sistema de seguridad que detenía el vehículo al instante que el motorman soltaba los controles. Esta es la razón por la que Arlt se sorprendió de aquella frenada inesperada en medio del camino.
Nota. El citado texto de Arlt lleva por título «Vida suave y tranquila» y está compilado en Aguafuertes fluviales de Paraná, una publicación realizada por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner) y la Municipalidad de Paraná en 2015.
Fuente de la imagen de portada: goo.gl/cPJoca